Crítica del Concierto de Año Nuevo de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, bajo la dirección musical de Lucas Macías, con la soprano Bryndis Gudjonsdottir como solista
Viena en Sevilla
Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 3-1-2024. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Bryndis Gudjonsdottir, soprano; Lucas Macías Navarro, director. Programa: Obertura, arias "Mein Herr Marquis" y "Klänge der Heimat" de Die fledermaus; Annen-polka, op. 117; Kaiser-walzer, op. 437; Frühlingsstimmen walzer, op. 410 y An der schönen blauen Donau walzer, op. 314; todo de Johann Strauss El Joven; obertura de Guillermo Tell de Rossini; y Can-can de Orphée aux enfers de Jacques Offenbach.
Es una tradición consagrada por la historia y el millonario público aficionado (y no tanto), celebrar la llegada del nuevo año con música. Esta saludable costumbre se concreta en Centroeuropa con la interpretación de la Novena sinfonía de Beethoven (de la que se cumplen, por cierto, en este 2024 doscientos años desde su estreno en Viena), como ceremonia paralitúrgica en la que se exhorta al resto de la humanidad a cumplir los deseos de paz y libertad que convienen a todos, algo muy necesario en un mundo cada vez más tensionado por los graves conflictos internacionales. Apostando por una opción más ligera y entretenida, en la capital de Austria los Wiener Philharmoniker comenzaron hace más de ocho décadas a hacer lo propio conformando un concierto a base de piezas compuestas por la familia Strauss (Johann El Viejo, Johann El Joven, Josef y Eduard), con su componente nacionalista e idiosincrático incluido. La fórmula funcionó desde muy pronto en los planos nacional e (sobre todo desde la retransmisión en directo por televisión y la comercialización del disco del concierto grabado en vivo), internacional, procurando, gracias a unos medios y recursos que han llegado a alcanzar un nivel de excelencia absoluta, una imagen de belleza icónica de una cultura (la del antiguo Imperio austrohúngaro), valorada hasta la veneración y la imitación en todo el mundo. Por eso, dejando algunas honrosas excepciones aparte (como el concierto de Año Nuevo del Teatro La Fenice de Venecia, que compagina una pieza sinfónica de repertorio con arias y pequeños números de óperas italianas), muchos centros musicales han importado el modelo vienés para estas fechas. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla –con desigual fortuna y demasiada intermitencia–, también lo hizo así desde sus primeros años. No es importante, por tanto, el debate de si debe consagrarse el nuevo año con música española o vienesa, sino el de la pertinencia de un modelo que –visto el lleno absoluto que registró el Teatro de la Maestranza ayer y la cota de calidad lograda por la orquesta en este repertorio con un director muy prometedor–, parece tener asegurado el éxito y la continuidad.
Aunque no se reflejase ni por asomo en la música, los miembros de la orquesta venían con el luto en las caras por la reciente e inesperada muerte de Piotr Szymyslik, histórico clarinetista de la formación, un consumado músico a quien recuerdo emocionado interpretando el concierto para su instrumento de Mozart con delicadeza y loable hermosura en Castilblanco de los Arroyos, interviniendo, quedo y susurrante, en el primer movimiento de la Sexta sinfonía de Tchaikovsky o acompañando a Jorge de León en «E lucevan le stelle» de Tosca. Otras pérdidas irreparables ha sufrido también en este último año y medio el propio Lucas Macías. Sin embargo, haciendo suyo el credo de su mentor Claudio Abbado sobre el poder salvífico de la música, orquesta y director, unidos, por consiguiente, por las amarguras y sanados por aquella, han conseguido una simbiosis enternecedora y natural más propia de parejas duraderas que de amantes que sólo han estado juntos en escasas ocasiones: Macías ha dirigido a la Sinfónica en un concierto extraordinario en marzo de 2021, en un programa de abono en julio de ese mismo año, en La vida breve de la primavera pasada y en este concierto de Año Nuevo que, como ahora explicaré, creo que ha forjado los cimientos sobre los que construir una relación de más larga y estrecha colaboración. Aunque no hacía falta exteriorizarlo (porque se notaba en el sonido y en la complicidad), el maestro se encargó de dejarlo claro para los poco observadores en la felicitación que dirigió al respetable, en la que, además de desear amor, salud y paz para todos, previno taxativamente que «No dejen de venir a los conciertos de esta maravillosa orquesta», mandamiento que no sólo estaba encaminado a paliar esas calvas aforísticas que se ven en los conciertos de abono, sino en hacer realidad el compromiso para que así se cumpla ese deseo.
A pesar de no demostrar demasiada afinidad con el repertorio zarzuelístico la semana pasada en Madrid, Lucas Macías sí desplegó toda su sabiduría, buen gusto e intuición musical en el programa que conformó su actuación sevillana, yendo de menos a más en convicción y naturalidad. Las similitudes plásticas con su adorado Claudio Abbado son evidentes (el valverdeño transporta la batuta bajo la manga izquierda cuando sale al escenario como hacía el director milanés), y también dirige con gestos que combinan determinación y elegancia como los que desplegaba su preceptor, pero no consigue siempre la magia y trascendencia que se disponen tras las notas. La música, aunque bella y escalofriante, no consigue respirar adecuadamente en un repertorio tan exquisito como este. Parece que la Sinfónica quiso homenajear ayer a Johann Strauss El Joven al cumplirse ciento cincuenta años del estreno de su opereta Die fledermaus al ofrecer tres extractos de la misma: la obertura y dos complicadas y conocidas arias para soprano en las que brilló, con garbo, Bryndis Gudjonsdottir, ganadora del XVIII Certamen de Nuevas Voces Ciudad de Sevilla, celebrado en noviembre de 2022. Sin embargo, lo mejor vino con una obertura de Guillermo Tell que –más reflexiva que marchosa, más tirolesa que yanqui, menos impetuosa que la impactante versión que ofreció en el mismo escenario Giacomo Sagripanti en 2014–, demostró la solidez de la orquesta con intervenciones solísticas y combinatorias entre profesores (el violonchelo de Arnaud Pascal Dupont, el contrabajo de Lucian Ciorata, la flauta de Vicent Morelló, el corno inglés de Sarah Bishop), que fueron verdaderamente antológicas e inolvidables.
Todo se mostraba auténtico y natural, refinado pero contundente, precioso, sin amaneramientos. Tras un flojo Frühlingsstimmen walzer vinieron una Annen-polka y un An der schönen blauen Donau walzer verdaderamente arrebatadores, ejecutados con un ritmo (¿qué decir del pulso perfecto de Iñaki Martín con la caja?) y con una solvencia dignos de alabanza en un repertorio tan difícil y donde quedan tantas cosas expuestas como ocurre en este. La fiesta se cerró con el Can-can de Offenbach, con la dinámica polka Unter donner un blitz de Johann Strauss (con lanzamientos de cohetes de confeti incluidos), con una alegre aria de Candide de Bernstein y con la necesaria, en estos actos, Marcha Radetzky, tocada a compás por el público sevillano, encantado de ser dirigido por Lucas Macías Navarro.
Desde luego que se superó lo cosechado en ediciones pasadas (las de John Axelrod y la más reciente de Perlowski fueron muy desafortunadas, las de Pedro Halffter o Andrés Salado anodinas), teniendo que remontarme a las de Manfred Mayrhofer de 2011 y 2014 –llenas de sangre vienesa–, para encontrar un concierto sinfónico de mímesis tan acertado y pleno de calidad y buen hacer musical como el que ayer se ofreció en el Maestranza y hoy se repetirá ante la demanda de los aficionados que están a punto de colgar el «No hay billetes» por segundo día consecutivo en el coliseo sevillano. En la ciudad del Guadalquivir (y así lo indican la ley de la oferta y la demanda), sienta muy bien todo lo vienés, como si hubiese una parte de la Ciudad Blanca en todo lo inmutable de Sevilla. La ROSS, perfecta intérprete de la música de Mahler, Richard Strauss o Wagner, ha demostrado, una vez más (y ahora de la mano de Macías Navarro), que nada como pez en el agua en un terreno tan arenoso como el de la música de Johann Strauss, que encara el nuevo año demostrando –como reza el título de otro vals straussiano–, la alegría de vivir con la celebración de un concierto tan agradable que quedará durante mucho tiempo en fijado en nuestra memoria.
Fotos: Marina Casanova
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