Crítica del concierto ofrecido por Los Músicos de su Alteza y el Coro Amici Musicae en el Auditorio de Zaragoza
Frío en Zaragoza
Por David Santana
Zaragoza. 17-XII-2024. Auditorio de Zaragoza Princesa Leonor. Temporada de grandes conciertos del auditorio. Irene Mas Salom, soprano; José Pizarro, tenor; Jesús García Aréjula, bajo; Coro Amici Musicae, Igor Tantos, director; Los Músicos de su Alteza, Luis Antonio González, director. Concierto de Brandemburgo n.º 1, BWV 1046; Wachet auf, ruft uns die Stimme, BWV 140, Concerto, BWV 35/1 y Wie schön leuchtet der Morgenstern, BWV 1 de J. S. Bach.
Ya en el pórtico de la Navidad, el Auditorio de Zaragoza presenta una velada “bachiana” a cargo de dos de los grupos residentes del coliseo maño: el conjunto barroco Los Músicos de su Alteza y el Coro Amici Musicae.
Cuando se juega en casa, se suele tocar con más cariño, mimar al público que, al fin y al cabo, es el que más posibilidades tiene de convertirse en habitual. También para los periodistas debería ser más interesante evaluar el producto propio, aunque sea por controlar a dónde va el dinero de los españoles. Y no me refiero solo a la asignación presupuestaria del Ayuntamiento de Zaragoza a sus grupos residentes, sino al dinero que el estado invierte en la formación de intérpretes y que retorna al contribuyente en forma de orgullo hacia nuestros músicos.
Por eso se me hizo extraña la frialdad de Los Músicos de su Alteza que, al margen del resultado musical, que enseguida abordaré, tuvo unos detalles bastante feos con un Auditorio de Zaragoza prácticamente completo. En primer lugar, el público no ha pagado una entrada para escuchar a los músicos afinar. Eso se debe hacer en los camerinos antes de subir al escenario y, después, en todo caso, repasar rápidamente la afinación por las pequeñas —prácticamente inexistentes en este caso— variaciones que pudiera haber del camerino al escenario. Pero no hacer perder el tiempo a público que, de manera noble, permaneció en silencio, aunque no tendría por qué haberlo hecho. Otro detalle importante es la actitud de los músicos sobre el escenario. Y esto ya no es una cuestión de respeto al público, sino también a los propios compañeros. Desde los palcos se aprecia todo y queda muy mal observar a un caballero con el violín bajo el sobaco, espatarrado sosteniendo el arco en posición fálica. Que sí, el papel del oboe en el Aria Mein Frund ist mein no fue especialmente motivador, con un fraseo completamente plano, sin embargo, una escucha más atenta por parte de los músicos quizás hubiera ayudado a disimularlo mejor. Esto, por cierto, se hubiera solucionado manteniendo a toda la orquesta de pie, y no solo a las trompas, que parecían estar castigadas.
El tercer strike fue el programa, dividido en dos cuadernillos: las notas y las letras de las cantatas por un lado y las biografías y el programa propiamente dicho en otra. Era confuso y obligó a varios espectadores a acercarse dos veces a las mesas a recoger cada una de las partes. Vale, quizás fuera culpa de la imprenta, pero en esos casos, se puede echar mano de los acomodadores, por ejemplo. No sé, será que soy crítico musical y no gestor cultural y por eso se me ocurren estas cosas.
En cuanto a la parte orquestal, los que se quedaron fríos fuimos los del público. Luis Antonio González ejerció una dirección un tanto metronómica, marcando bien, eso sí, los pulsos y los acentos en los que la agrupación estuvo excelente. Sin embargo, eché en falta más matices o, al menos, un fraseo más interesante. No acertó González con la posición de los vientos, dando la espalda a la mitad del público en la que me encontraba yo mismo, con lo cual no pude apreciar bien a unas trompas que quizás sonaron más claras para aquellos que tuvieron la suerte de escucharlas de frente. En cuanto a los oboes, la afinación in situ no les sirvió para estar todo lo juntos que deberían haber estado en el Adagio del primer concierto de Brandemburgo, aunque en la segunda parte Pepa Megina estuvo exquisita en el aria Erfüllet, ihr himmlischen göttlichen Flammen con el oboe de caza. También en este aria destacaron sus compañeros del violonchelo y el contrabajo con unos pizzcati en el bajo continuo ricos en armónicos y bien fraseados.
La “Sinfonía” de la cantata Geist und Seele wird verwirret, BWV 35 se interpretó a modo de concierto para órgano en la segunda parte. La orquesta estuvo impecablemente mecánica, aunque quizás González debería haber tenido algo más de flexibilidad para que no pareciera en ciertas partes que el organista perseguía a la orquesta en esta trepidante obertura.
En cuanto a la parte coral, Igor Tantos nos mostró un coro muy equilibrado. Como en otras ocasiones, destacó la sección de tenores, la más pequeña —con catorce cantores— sonó con gran proyección. El propio director se sumó a la cuerda para regalarnos un coral de tenores Zion hört die Wächter singen muy compacto y hermoso.
Los tres solistas estuvieron muy correctos, con unas voces bien proyectadas y estilísticamente impecables. A destacar el dueto —trío, si contamos al violín que tuvo gran presencia con un fraseo propio de solista— Wenn kömmst du, mein Heil? En el que Jesús García Aréjula nos sorprendió con el hermoso timbre de su registro agudo. Quizás el mejor momento de la velada fue el aria Unser Mund und Ton der Saiten de la cantata Wie schön leuchtet der Morgenstern. Las cuerdas estuvieron mucho más activas, al igual que el maestro, más prolijo en sus indicaciones. Ello, unido a la excelente técnica vocal de José Pizarro, nos brindó un aria exquisitamente igualada en cuanto al timbre en una zona de paso para los tenores.
En los dos corales finales de las cantatas, Luis Antonio González supo mantener coro y orquesta compactos y avanzando en una misma dirección, logrando así un excelente resultado que arrancó los aplausos del público. Pero ahí estamos los críticos, para tomar notitas y que no se nos olviden los detalles que hay que pulir si de verdad se quiere hacer entrar en calor al público aun cuando el cierzo sopla de frente.
Foto: Auditorio de Zaragoza
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