Crítica de Raúl Chamorro Mena del recital de Lise Davidsen en el Teatro Real, con la Orquesta titular del Teatro Real bajo la dirección musical de José Miguel Pérez Sierra
Apabullante
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 7-I-2024. Teatro Real. «Voces del Real». Lise Davidsen, soprano. Con la participación de Elissa Pfaender, mezzosoprano. Obras de Giuseppe Verdi, Richard Strauss y Richard Wagner. Orquesta titular del Teatro Real. Dirección: José Miguel Pérez-Sierra.
El Teatro Real ha comenzado brillantemente el año 2024 con dos voces de enjundia, que, desde luego, harían justicia al anterior título de «Grandes voces» que dedicaba al ciclo de recitales vocales. Después de su debut justo hace un año, volvía al escenario del coliseo de la Plaza de Oriente, la soprano Lise Davidsen, que si en aquella ocasión con bello programa dedicado al lied, gustó sin terminar de entusiasmar, esta vez ha cosechado un éxito clamoroso demostrando su condición de fenómeno vocal, fundamentalmente operístico.
En 2019 escuché atónito en el Festpielhaus de Bayreuth cómo una joven soprano noruega interpretaba a Elisabeth con una voz de las más grandes que jamás había escuchado en un teatro, dominando y sepultando a todos en el concertante del segundo acto. Desde esa ocasión, he podido escucharla otras cuatro veces, contando este concierto del Real y aprecio que la Davidsen avanza en expresividad y fraseo con aún margen para el apuntalamiento de todo ello, dada su exultante juventud y teniendo en cuenta la prudencia con la que está conduciendo su carrera.
Curiosamente, el programa se abría directamente con un aria y no con la habitual obertura, que iba a continuación. Además, se trataba de un comienzo en clímax, con una pieza brillante, de efecto, que se suele incluir como final de bloque, de concierto o a modo de propina. Se trata de la espléndida aria de Leonora «Pace, pace mio Dio» del Acto IV de La forza del destino de Giuseppe Verdi. Desde el comienzo con una apreciable messa di voce –regulador piano-forte-piano-, la voz de la Davidsen llenó la sala con un centro amplio, denso, carnoso, volumen abrumador, metal pletórico, con sonidos restallantes, de esos que impactan en un teatro y cimentan el poder, el hechizo, de la voz humana como instrumento más fascinante que existe. Estimable el filado de «invan la pace», meritorio en voz tan grande y que indica el control técnico de la soprano y rutilante el generoso si bemol agudo conclusivo, de esas notas que levantan del asiento.
Conviene resaltar que la Davidsen no es sólo un fenómeno vocal, estamos ante una cantante musicalísima y que frasea con cuidado, con capacidad para recoger su inmenso caudal cuando es necesario. Así lo demostró en la plegaria «Morrò ma prima in grazia» de Un ballo in maschera en la que, sin embargo, se puso de relieve la falta de un legato y articulación italiana más genuinos, lo que no empañó un cantabile impecablemente delineado.
La Davidsen concluyó la primera parte, íntegramente dedicada a música de Giuseppe Verdi, con la escena completa que canta Desdemona al comienzo del acto IV de Otello. Buena prestación de las maderas en la introducción orquestal y un canto por parte de la soprano noruega, que creó la adecuada atmósfera de malos presagios que prefigura el trágico final de la ópera. Además de valorar las dinámicas, el impactante «Addio, Emilia, Addio» y la sentida «Ave Maria» conclusiva, la interpretación demostró los avances de la noruega en cuanto a expresividad y faceta interpretativa. Correcta la mezzo Elissa Pfaender como Emilia.
La segunda parte del programa se dedicó a la ópera Salomé, que la Davidsen debutará en París en mayo, y como anticipo del evento, ofreció, con apoyo en partitura, la escena final, una de las más emblemáticas y exigentes de la literatura operística. Resultó todo un placer apreciar cómo la dotadísima voz de la Davidsen, sana, amplísima, esmaltada, superó sin problemas la exuberante orquestación a pesar de la dirección musical, un punto de trazo grueso y avara en sutilidades. Auténticos bloques sonoros, en los que parece, figurativamente, que el timbre más que poder tocarse con las manos, le envuelve a uno en un abrazo de riqueza tímbrica. Si bien, la franja grave de la soprano noruega palidece un tanto ante el esplendor y penetración tímbrica de la zona centro-agudo, la Davidsen descendió con habilidad y sin forzar al grave en «des Todes». Pudo faltar algo de sensualidad, peccata minuta, ante la apabullante exhibición vocal, de un instrumento privilegiado, bien manejado por una cantante de solidísimo fondo musical y que busca la expresividad y los acentos, siempre desde la sobriedad que marca su carácter, ajeno a vanos exhibicionismos.
Como propina, la Davidsen me recordó su Elisabeth en Bayreuth de 2019, con una espléndida «Dich teure halle». Pocas veces se habrá saludado a la sala del torneo de canto del Wartburg de forma más deslumbrante y arrolladora, con mayor entusiasmo y generosidad vocal. Para terminar, la sublime Morgen de Richard Strauss, bien delineada y sentida por la Davidsen y con una buena prestación de la violinista concertino Gergana Gergova.
Comparada con su prestación del día anterior, la Orquesta Sinfónica de Madrid pareció, en cuanto a sonido, la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de José Miguel Pérez Sierra. Estimable fue el acompañamiento a las arias verdianas, destacando la escena de Otello con buenos detalles de las maderas y una obetura de I vespri siciliani con pulso, brío y cierta brillantez. Discreto el muy poco difundido ballet de Otello, una muestra de oficio verdiano para el estreno de la ópera en París. Más efecto que finura y articulación reunió la Danza de los siete velos interpretada como pórtico de la segunda parte.
Éxito clamoroso en el que pareció expresarse latente un claro anhelo del público madrileño: que la próxima visita al Teatro Real de Lisa Davidsen sea con una ópera completa representada.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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