La Voz de Asturias (Lunes, 20/9/10)
"POPPEA" DE DISEÑO
Programar "L´incoronazione di Poppea" de Monteverdi en la temporada de ópera del Campoamor ha sido una decisión arriesgada. Los especialistas y aficionados más cultivados sin duda estarán encantados con la experiencia, pero si miramos la obra con un poco de perspectiva, hay que llegar a la conclusión de que las tres horas y media de música compuestas por Monteverdi no son el mejor plato lírico a servir en un ciclo que únicamente tiene cinco títulos que ofrecer a su público. Es la primera vez que esta obra se hace en la temporada, que ya había acogido otra de Monteverdi, el "Orfeo, sin duda más atractiva. Temporadas como las del Teatro Real o el Liceo, que poseen muchos más títulos que la asturiana, podrían haber acogido esta "Poppea" con algo más de razón, pero la inclusión en la nuestra ha sido, como mínimo, una decisión un tanto pretenciosa. La "Poppea" del Campoamor se ha desarrollado entre virtudes y defectos, pero siempre dentro de un notable nivel de calidad. Se ha conseguido sacar adelante un espectáculo de gran complejidad, que en su conjunto ha funcionado con eficacia, en parte gracias al trabajo de Emilio Sagi como director de escena, que con su habitual inteligencia ha sabido construir un espectáculo sugerente, jovial y moderno. El primer trabajo operístico de Patricia Urquiola ha sido muy atractivo visualmente. La diseñadora asturiana confeccionó algunos elementos decorativos que, junto a la exquisita iluminación de Eduardo Bravo, se convirtieron en otro de los alicientes de la producción. Los bellos juegos de formas y colores de la escenografía llegaron a convertirse en auténticos protagonistas, aunque su carácter eminentemente decorativo también aportó frialdad y falta de cohesión con la dramaturgia. No parecía haber unión entre escena y contexto escenográfico sino, más bien, una coexistencia pacífica entre ellos. La producción no se puede considerar una recreación barroca en sentido estricto. Sí en el terreno musical, pero no en el escénico. Emilio Sagi trasladó la acción de la antigua Roma a la actualidad, incluyendo elementos de vestuario como minifaldas, americanas, zapatos de tacón e incluso un tanga. La dirección de actores restó veracidad dramática a la historia. Era difícil ver en la interpretación de Emanuel Cencic al emperador de Roma, e imposible vislumbrar en el Séneca interpretado por Felipe Bou al legendario filósofo. Nerón se llegó a mostrar casi como una alocada adolescente borracha, y aun aceptando la imagen de frivolidad que la ópera transmite de él, creemos que en esta ocasión se ha vulgarizado demasiado; Séneca parecía un joven bibliotecario, y las diosas Fortuna, Virtud y Amor, llegaron a situarse dentro de un spa, dándose un masaje, y tapando con sus comentarios y gemidos sus respectivas líneas de canto. Esta falta de identidad entre lo que cuenta la historia original y la manera que tuvo de plasmarse resultaron incompatibles. Por otro lado, la claridad e inteligencia con que se ordenó el movimiento escénico fueron admirables.
La versión orquestal sí buscaba ser fiel a la instrumentación, afinación y estilos barrocos, respetando al máximo una partitura de la que sólo se desecharon alrededor de 15 minutos. Bajo la dirección de Kenneth Weiss, que realizó un trabajo extraordinario al clave, Forma Antiqva ofreció una notable versión musical, a la que sólo hay que objetar algún puntual problema de afinación. Resultó muy atractiva la densa sonoridad de la orquesta, que decidió aprovechar la capacidad del Campoamor con un conjunto de instrumentos más numeroso de lo habitual en este repertorio. Vocalmente se contó con un reparto solvente que, con luces y sombras, ofreció un agradable contexto lírico. Sabina Puértolas estuvo espectacular en escena, con una línea de canto fresca y reconfortante, que acompañó con un gran talento dramático. Interpretó a Poppea con una sensualidad tan marcada que terminó por convertir al personaje en una exagerada "femme fatale". Al Nerón de Max Emanuel Cencic le faltó carisma y unas cualidades líricas más cuidadas. Su interpretación careció de elegancia, y su línea de canto, crispada en varias ocasiones, llegó a resultar incómoda. Christianne Stotijn dibujó una Ottavia de contrastes, más temperamental que elegante y resignada. El contratenor Xavier Sabata fue un gran Ottone, gracias a sus notables cualidades líricas y dramáticas; gustó mucho su trabajo, que habla de un artista de gran talento interpretativo. Felipe Bou obtuvo una certera y también algo rígida caracterización de Séneca; su preciosa voz de bajo estuvo a la altura, pero su línea de canto resultó algo plana. Elena de la Merced interpretó a Drusilla con gusto y refinadas cualidades líricas. José Manuel Zapata estuvo espléndido interpretando a Arnalta; gracias a su extraordinaria vis cómica, se convirtió en uno de los más aplaudidos de la noche. Gustó el trabajo de Marta Ubieta como Amor, por su expresiva línea de canto. Javier Abreu sorprendió con una participación llena de energía y buen hacer escénico. El resto del reparto actuó dentro de un correcto nivel de profesionalidad.
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