Por Alejandro Martínez
Barcelona. 15/07/2015. Gran Teatro del Liceo. Verdi: La Traviata. Anita Hartig (Violeta), Ismael Jordi (Alfredo), Leo Nucci (Germont) y otros. Dirección musical: Evelino Pidò. Dirección de escena: David McVicar.
Como cierre a la presente temporada del Liceo y en coincidencia con estas fechas veraniegas, tan propicias para el turismo en la capital catalana, el teatro había previsto una nueva tanda de funciones de La Traviata, en la decepcionante producción de David McVicar estrenada ya hace unos meses y que comentamos aquí en profundidad. No abundaremos en la decepción general con la puesta en escena, que llega a resultar grotesca sin pretenderlo, con una literalidad errada y una falta de imaginación que sonroja. A la batuta, de nuevo Evelino Pidò, con una dirección alicaída y plana, muy lejos de sus mejores trabajos con el belcanto de Belllini o Donizetti. Quizá el estado actual de la orquesta titular del Liceo no permite levantar más el vuelo a la versión musical que Pidó expuso y a la que faltó brilló (esa cuerda sin vuelo), relieve y emoción por arrobas.
De los dos repartos que se ocupaban de estas reposiciones, nos interesamos por el protagonizado por la joven soprano rumana Anita Hartig (1983), más o menos habitual en la Staatsoper de Viena y que se ha paseado también con fortuna en los últimos años por escenarios de primer nivel como el Covent Garden de Londres, con papeles como Mimì, Susanna o Micaëla. Se trataba además de su debut con la parte de Violetta. Lamentamos no compartir el entusiasmo que han mostrado otros colegas con su hacer. Es cierto que la voz posee un cierto atractivo tímbrico, con un vibrato natural bien domeñado, pero ni la resolución técnica de la emisión es tan completa como debiera ni la asunción del rol es tan medida como cabría esperar. Insistimos en que se trataba de su debut con la parte y no podemos esperar por tanto una Violetta madura y detallada, pero tuvimos constantemente la sensación de que el papel le iba grande aquí y allá. Nos quedamos con su seguridad a la hora de resolver el segundo acto, lo único verdaderamente destacable dentro de una Violeta muy escolar. No es nada fácil por cierto encontrar una Traviata completa y plenamente convincente a día de hoy. Sea como fuere, junto a Hartig, el tenor jerezano Ismael Jordi defendió la parte de Alfredo con un fraseo elegante y exquisito, quizá meditado en demasiada, sonando por instantes contemplativo y algo distante en su compenetración escénica con Hartig. Es en todo caso un tenor lírico muy solvente, seguro y esmerado.
Dejo para el final mi referencia al Germont del veteranísimo Leo Nucci, quien había cantado ya este rol en el Liceo allá por 1986. Hay que reconocer que en ocasiones a la crítica se nos va el tiempo en clichés y palabrerías: lo verdiano, la italianita... No vamos a negar ahora el oficio de Nucci, ni su incombustible dedicación a este arte; tampoco pondremos en solfa su teatralidad. Pero no seríamos sinceros si evitásemos señalar que, aún con todo, su hacer se sitúa en las antípodas de nuestros planteamientos en torno a la obra de Verdi. En su entrevista con nosotros insistía Nucci constantemente en la idea de un canto pegado a la palabra. Y sin embargo en escena lo que se ve de hecho es un canto más bien efectista, más próximo al guiño fácil con el espectador que al retrato detallado y en profundidad del personaje, con un fraseo cada vez más corto de aliento y un tanto brusco. No es cuestión ya de bisar o no bisar, o de trisar incluso si de tercia. Se trata de que hay conceptos y perspectivas casi antagónicas, y por ello mismo irreconciliables, en torno a cómo se vertebra este arte. Y no me vengan ahora, por favor, con el 'súbase usted al escenario y hágalo mejor’. El Germont de Nucci en el Liceo tuvo muchísima autoridad escénica y un oficio evidente, pero al timbre, todavía lastrado por esa colocación tan nasal, está cada vez más mermado en caudal, brillo y expansión, centrándose toda su atención en resolver con exhibicionismo la franja aguda del papel, con la consabida facilidad para esas notas de la que siempre ha hecho gala. Quede constancia pues de mi enorme distancia con el arte lírico de Nucci, siempre desde el respeto y la admiración que merece quien con más de setenta años se sigue subiendo a un escenario con pasión y oficio. Curioso, por último, que Leo Nucci se subiese al escenario del Liceo, quizá en su última aparición allí, junto a una Violeta debutante. En ocasiones los principios y los finales se encuentran.
Fotos: A. Bofill
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