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Libro: «Cómo Shostakóvich me salvó la vida» de Stephen Johnson

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Autor: Albert Ferrer Flamarich
16 de junio de 2021
El libro «Cómo Shostakovich me salvó la vida»

Crónica de la sublimación de dos sufridores

 Por Albert Ferrer Flamarich
Cómo Shostakóvich me salvó la vida. Stephen Johnson. Antoni Bosch Editor, Barcelona, 2021. 136 págs. ISBN: 978-84 949979-4-5

   A partir de la eficiente traducción de la musicóloga, doctora en filosofía y profesora universitaria Marina Hervás (Tenerife, 1989), Antoni Bosch Editor amplía nuevamente su catálogo musical con How Shostakovich changed my mind, publicado en 2018 por el musicógrafo británico Stephen Johnson. Tras los sugerentes ensayos sobre Bruckner, la Octava sinfonía de Mahler y su programa radiofónico Shostakovich: a Journey into Light para la BBC, Johnson elaboró esta aproximación hermenéutica que pivota sobre dos hilos conductores principales: uno musical que sumerge al lector desde una perspectiva semántica y tangencialmente semiótica centrándose en lo expresivo gracias a descripciones retórico-poéticas sin descuidar elementos formales; y otro de corte biográfico en que la música se presenta como una herramienta de autoconocimiento y gestión afectiva. 

   En este sentido, lo que podría ser un espejismo de vanidad y narcisismo, presente en el título –de sensacionalismo más acentuado en la versión española,- se torna en humildad y agradecimiento como autor y ser humano, estableciendo una conexión recíproca entre vida y arte. Su tesis principal gravita en torno la polaridad emocional de las obras con las que el compositor se reveló internamente contra el yugo opresor del régimen soviético a través de la ironía, la antífrasis y lo grotesco como vías de equilibrio y expresión, en una época en la que todo lo que no era obligatorio –incluso sonreír- estaba prohibido. Es decir, aborda su conversión en símbolo de las víctimas del terror y su creatividad trabajada como una dimensión salvadora y un ejercicio de libertad interior, que le sirvieron para contrarrestar las privaciones debidas a la sodomización política y social. Mayormente, tras la doble condena moral pública en 1936 y luego en 1948. En cambio, para Johnson la música de Shostakóvich fue el catalizador de sus propias circunstancias personales y familiares dominadas por su bipolaridad y el maltrato e inestabilidad mental de su madre.

   El autor expone vivencias personales, musicales y no musicales en las que se percibe honestidad en sus razonamientos y una lógica subjetiva, argumentada y consecuente. En una exposición continua de ideas hábilmente asociadas, combina la recreación de lo manido con sus percepciones en torno a sucesos como el estreno de las Sinfonías nº 5 y nº 7 “Leningrado”, extensos comentarios sobre las Sinfonías nº 4, nº 9 y nº 10 y, particularmente, el Cuarteto de cuerdas nº 8, la composición más desgranada. El suyo es un discurso a veces narrativo, a veces evocativo, e incluso de tono coloquial, que toma a testimonios directos que trataron al compositor, plantea preguntas, derrocha vida interior y acerca esa intrasubjetividad tan propia de la experiencia musical. Lo logra desnudándose emocional e intelectualmente a través de un relato ameno, informado y que transmite pasión. Sin caer en la poética y el lirismo remilgado típicos de los diletantes, discurre por los meandros y sombras de la tortura interior del compositor, canalizadas gracias a los trazos sarcásticos, crueles, sórdidos y líricos; autocitas temáticas y acrónimos musicales basados en sus iniciales. Además, Johnson apunta temas como la integridad artística de Shostakóvich, la fugacidad de la vida y el sentido de la colectividad como pueblo: un “nosotros” víctima de un nacionalismo despótico al que se apela desde la empatía y la sensibilidad entendida como una humanidad ultrajada. 

   Se lee de un tirón y enlaza acertadamente una cantidad estimable de referencias culturales, literarias, históricas que sazona con nociones de psicología, neurobiología y filosofía (específicamente, Schopenhauer y Nietzsche, como maestros de la sospecha). A su modo, nos recuerda que el análisis musical tiene una necesidad de aproximación semántica, porque más allá del juego sonoro, la música aspira a ser comunicación. Y, en tanto que acto comunicativo, conlleva un compromiso moral radicalmente humano. 

   De ahí que, naturalmente, se posicione respecto otros trabajos y monografías como el libro publicado en 1979 por Solomon Volkov, Testimonio, las memorias de Dmitri Shostakóvich, que fue muy mal recibido por las autoridades soviéticas que reaccionaron desmitintiendo las afirmaciones implícitas sobre el rechazo al comunismo y al régimen por parte del compositor. Ello aún con las páginas manuscritas y firmadas por el propio Shostakóvich que demostró poseer Volkov. Asimismo, durante la década de los 90 fue objeto de furibundas diatribas en una especie de contrarevisionismo llevado a cabo por el brillante y, en ocasiones, polémico Richard Taruskin, secundado por algunos de sus discípulos y prestigiosos académicos, Éstos a su vez tuvieron contra-réplicas como las de Krzysztof Meyer (Shostakóvich. Su vida, su obra y su época, Alianza Música, 1997) y de Bernd Feuchtner (Shostakóvich. El arte amordazado por la autoridad, Turner, 2004). 

   Por otro lado, en la página 131 se cita una fotografía en la que el compositor está sentado en las gradas del estadio de fútbol del Zenit de Leningrado. La edición española podría haberla incluido. Especialmente, para subsanar la completa ausencia de material gráfico, así como de un índice onomástico que recoja las personalidades y las composiciones citadas. Algo que facilitaría la consulta rápida y puntual de este homenaje personal de quien, al margen de su pasión y conocimientos, ofrece una entusiasta herramienta para aproximarse a la personalidad y obra de Shostakóvich y para dilucidar la vigilancia permanente del régimen soviético. Una circunstancia genéricamente ya estudiada como también muestra El piano soviético de Luca Ciammarughi que la colección Musicalia Scherzo tradujo en 2020.

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