Por Albert Ferrer Flamarich
Suite Albéniz. Alfonso Alzamora. Turner Publicaciones SL, Madrid, 2018. 151 págs. ISBN: 978-84-17141-62-2
Turner Publicaciones acaba de lanzar un título que amplía la bibliografía sobre Isaac Albéniz y se añade a la monografía de Walter Aaron Clark traducida al español dentro de la misma editorial. En esta ocasión, uno de los biznietos del compositor, Alfonso Alzamora, descendiente de Enriqueta Albéniz, ha elaborado una aproximación en forma de suite de imágenes, palabras, con cierto aliento poético en un mosaico que, como expone Ruiz Mantilla en el prólogo, no es una biografía sino apuntes biográficos. Configurado en 38 capítulos breves rematados por una fotografía, el tono es entrañable, nada académico, en una redacción con algo de fantasía que dista de ser “el gran libro, escrito con aliento de modernidad literaria” que apunta Ruiz Mantilla para ser, a lo sumo, una sucinta y funcional introducción a la figura de Albéniz, sin llegar a reivindicar “de la manera más fiel la figura de su bisabuelo” como también afirma el prologuista en la página 13.
El inicio del texto ya da pistas del diletantismo del autor en la afirmación “Durante la mayor parte de mi vida he vivido de espaldas a mi bisabuelo […] Soy pintor y escultor, Albéniz era músico, no estamos tan lejos el uno del otro. ¡Somos colegas!”. No obstante, cabe reconocer el talante ameno y disgregado en un repaso biográfico que no pretende ser exhaustivo, sólo ilustrativo, a la manera de esbozos, y que aborda episodios como la estancia de Albéniz en París, los quebraderos de cabeza en torno su ópera Merlín, las condiciones de su mecenas Money-Coutts o la creación de la casa-museo en Camprodón y sus reliquias.
Todo ello es comentado entre pensamientos diversos aderezados con algo de cultura general, vivencias personales del autor y opiniones. Entre las segundas hay datos absolutamente prescindibles como el de página 36 vinculado a la ausencia del padre de Alfonso Alzamora al concierto que Luis Fernando Pérez ofreció en Camprodón en 2008 y al que le fue entregada la Medalla Albéniz, un galardón que se otorga cada año a un intérprete capaz de “tocar entera y dignamente la Suite Iberia”. Lo mismo puede objetarse al comentario meteorológico con que se inicia el capítulo XIV o al recuerdo personal de Portbou y su sugestión al inicio del capítulo XXVI. Nada aportan al conocimiento de Isaac Albéniz. Entre las opiniones, la de la página 105 suscita algunas disconformidades: “el techo cultural de la cultura catalana es Mossèn Cinto Verdaguer”. ¿Qué hay de Maragall, Espriu, Carner? ¿Casals Gaudí, Eugeni d’Ors y tantos otros? Difícilmente se puede ponderar una cuestión de esta complejidad, abstracción y relativa irrelevancia. Por cierto, hablando de lo catalán cabe agradecer que en esa misma página aparezca el nombre de la fundación dedicada a su bisabuelo sin traducción (Fundació Pública Museu Isaac Albéniz).
Opiniones al margen, lo que no es de recibo, y Turner debería haber filtrado convenientemente, son las sombras de duda sobre datos fehacientes y sobradamente contrastados fácilmente localizables en trabajos como los de Justo Romero o José de Eusebio, por citar dos ejemplos con autoridad y conocimiento. El ejemplo más claro radica en el encuentro de Albéniz con Liszt en Viena, de probada inverosimilitud a pesar de que en las páginas 48, 50 y posteriormente en la 140 reaparezca bajo la sospecha de su falsedad. Actualmente no cabe sospecha alguna de que el encuentro descrito por Albéniz es ficción.
Aplaudo las buenas intenciones y el esfuerzo de Alfonso Alzamora como autor no profesional del terreno musical y por atreverse con este ejercicio vocacional, pero Turner no es –o no debería ser- la editorial para libros con este perfil. Recuérdese que este sello es uno de los que ha contribuido a dignificar la bibliografía musical en español durante las últimas décadas junto a otras grandes editoriales que se han esmerado en dotarse de una colección específica y de calidad. Mientras se editan aportaciones discutibles como la presente, no se cubren vacíos urgentes y necesarios de compositores como Händel, Vivaldi, Mendelssohn, Puccini o Donizetti que carecen de una monografía siquiera respetable en castellano para el melómano e incluso el profesional. Por su parte, la edición sigue la estética habitual de la colección en cuanto a formato y tipografía, aunque sin notas a pie de página que remitan las fuentes y extractos epistolares. Tampoco figuran ni el índice onomástico ni un listado bibliográfico en el que Alfonso Alzamora se ha basado para su particular trabajo.
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