Por Aurelio M. Seco
Instrucciones para tropezarse a Vivaldi y otros ensayos, de Javier A. Vizoso. Diferente ediciones.
Instrucciones para tropezarse a Vivaldi y otros ensayos, de Javier A. Vizoso es, desde luego, mucho más que un mero libro de instrucciones. Es un conjunto de ideas sobre música y músicos, las del autor y las más variopintas que se han escrito o dejado de escribir. Este título, sólo en apariencia modesto, enmascara de alguna forma una estimulante recopilación de ensayos sobre obras y autores conocidos, una serie de escritos magníficamente expuestos negro sobre blanco, que se van hilvanando con las ideas de gran conocedor de Álvarez Vizoso, que toma como excusa a Vivaldi para hablar de Venecia y sus cosas barrocas, al Tristán para hablar de Shopenhauer y los Wesendonck y a Mahler para hablar de sus sinfonías, alguna –La sexta- a través de Freud, por ejemplo. Instrucciones al fin, para una lectura estimulante y amena, que Vizoso va soltando entre perlas de buen gusto estético y filosófico. Todos somos filósofos, qué duda cabe, pero unos más profundos que otros. Y si la Música –la composición- no es la más profunda de las filosofías sino únicamente arte -puede que la menos sublime-, lo que la rodea siempre ha dado mucho más que hablar que los sonidos que la componen, siempre difíciles de analizar y entender.
A cierta intelectualidad, explica el autor, “se le atraganta con facilidad un tipo de teatro musical que siempre ha gozado del fervor y entusiasmo del público”. Habla de Puccini y sus Toscas, que a veces recuerdan al dulce sentir de Chopin, cuya “dermis simplona” sólo en apariencia, se asemeja un poco a la piel sensible y casta de La bohème en su magistral confección. La intelectualidad también es una pose que a veces cuaja en las mentes más vulgares, en las menos preparadas, en las que tuercen la cara cuando escuchan los más deliciosos Nocturnos, como si no hubiera en ellos tanta música y profundidad como en los Estudios para piano o en la más intelectual de las obras de Schoenberg. Que si Chopin no orquestaba bien, que si Puccini es facilón… Siempre hay caminos para que el que desea transitar en la superficialidad de las cosas. “Puccini”, prosigue Vizoso, “mostró un enorme talento artístico al destilar un arte en el que, con una personalidad única que nunca imita a nadie, asimila lo mejor del verismo junto con la concisión dramática de Bizet, elaborando una trama sinfónica que va desde el leitmotiv al comentario estrictamente temático”. Y concluye: “La orquesta pucciniana, muy en contra de lo que Verdi denunciaba, siempre está al servicio de la historia”. Y si a Wagner la “armonía se le pudría en las manos”, el éxito del legado musical de Berlioz fue cociéndose a fuego lento; tanto, y esto lo digo yo, que todavía se sigue cociendo.
El libro trata de Beethoven, de Messiaen y de Wagner, de Shoenberg y de Puccini, de Glenn Gould y su piano de oro judío gran Steinway. Es un trabajo amable y ameno que toca a los más importantes autores y temas de manera accesible pero también rigurosa. Vizoso, que no debe conformarse únicamente con ser sólo el gran Jefe de prensa y comunicación de la Sinfónica de Galicia, es persona conocida entre el gremio por poseer un bagaje profesional respetado y respetable, tras un largo período colaborativo en medios como Diario 16, ABC, La Voz de Galicia, Scherzo, Ópera Actual, Ritmo y CD Compact. Con Instrucciones para tropezarse a Vivaldi, Javier A. Vizoso publica un libro de músicas de instrucción masiva, tan adecuado para instruir al no iniciado en los grandes temas de la historia de la música como para compartir ideas y confidencias con el más exigente erudito.
En el ensayo titulado “Las dos cárceles”, dice y bien que “cada uno de nosotros cumple condena en su propia cárcel… única e intransferible y nos acompaña toda nuestra vida”. Es la peor cárcel, Javier, aquella en la que nos metemos nosotros mismos. La que nos diseñamos. Es verdad que nos juzgamos y condenamos a veces injustamente, sin dar más explicaciones que al silencio de nuestra música. Pero así es la vida: una cárcel con música. Y qué sería, Javier, una cárcel sin ella. No puede haber nada peor.
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.