Una entrevista de David Santana
«Sobresaliente», así calificaba en CODALARIO mi compañero José Amador Morales el trabajo desarrollado por la soprano española Leonor Bonilla en la ópera Lucia di Lammermoor que recientemente ha protagonizado en el Teatro de la Maestranza de Sevilla. La impresionante voz de esta joven soprano lírico-ligera sevillana ha encandilado, no solo al público, sino a la crítica española e italiana. El próximo 17 de diciembre la volveremos a ver cantar en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en concierto cantando junto al gran barítono español Carlos Álvarez.
¿Cuándo comienza su historia con el canto?
Recuerdo disfrutar cantando desde pequeña. Mis padres me enseñaron a amar la música y a expresarme a través de ella, y mi infancia estuvo marcada por la «música clásica» y el flamenco.
Sin embargo, por aquel entonces tenía otros intereses, ¿no es cierto?
Eso es. Me formé durante diez años en el conservatorio de danza y cuando terminé mis estudios entré en el grado de magisterio musical en la Universidad de Sevilla. Yo quería dedicarme a la enseñanza. Ahí fue donde descubrí, por casualidad en una asignatura de libre configuración, el canto coral.
¿Fue entonces cuando comenzó a estudiar canto?
No. Primero, durante un tiempo, pertenecí a varias agrupaciones corales, formaba parte de un grupo de música antigua y sefardí e incluso tuve algunas experiencias pop en la televisión. Pero mi interés por el canto comenzó a ocupar cada vez más tiempo y, finalmente, decidí entrar en el conservatorio para aprender.
¿Y cuándo decidió abandonar todo lo demás para dedicarse al género lírico?
Lo bueno de la vida, es que te va guiando, aun cuando no sabes las respuestas éstas llegan con el tiempo. En 2010 ocurrieron dos acontecimientos que me hicieron replantearme las cosas. El primero, la fractura en un pie que puso fin definitivamente a mi actividad como bailarina. El segundo, mi ingreso en el coro de ópera del Teatro Maestranza. Ahí terminé de darme cuenta de que mi felicidad estaba encima de un escenario. Dejé la academia de las oposiciones y abandoné un grado en psicopedagogía y centré todos mis esfuerzos en el estudio del canto lírico. Fue una apuesta arriesgada. Nadie te garantiza que te puedas dedicar a esto por más esfuerzo que le pongas, pero a día de hoy no me arrepiento de esa decisión.
Desde entonces, ¿le ha resultado fácil llegar hasta donde ahora mismo se encuentra, abriendo la temporada de La Maestranza con un papel protagonista en una ópera de primera categoría?
No ha sido fácil, nada lo es, ni nadie te regala nada, aunque yo me considero afortunada. Desde que debuté en 2014 en Valladolid todo se ha ido desarrollando con relativa rapidez. Cursos, concursos, papeles pequeños, debuts de roles más importantes aquí y en Italia... He podido alcanzar las metas que me he ido proponiendo y he contado siempre con el apoyo de mis maestros que han sabido aconsejarme muy bien. Abrir la temporada del teatro de mi ciudad natal con un papel como Lucia di Lammermoor significaba mucho para mí y ha sido la experiencia más bonita y gratificante que he tenido hasta ahora. Es un sueño que he podido cumplir.
¿Ha tenido que sacrificar algo para llegar hasta ahí?
Por supuesto. Muchos sacrificios, y los que quedan seguramente. Es un camino difícil lleno de horas de estudio, viajes, cuidado constante de tu voz y tu salud, indecisiones, desengaños… Renuncias a una estabilidad, y con ello también al tiempo con tu familia o pareja.
En una ocasión sufrí la pérdida repentina de un familiar muy joven. Yo estaba en Italia a cinco días de un estreno y no pude ir. Ni siquiera había quien me sustituyese porque era la primera vez que se hacía esa ópera. De la tristeza enfermé y estuve ingresada en el hospital por una gastritis. Perdí los últimos ensayos, inclusive el pregeneral, pero hice de tripas corazón, me recuperé y pude estrenar. En ese momento supe realmente de qué iba esto.
Usted es ya de por sí muy joven pero, ¿qué aconsejaría a los jóvenes que se estén formando en el canto lírico y que tienen que sobrellevar estos sacrificios?
Que las dificultades son muchas y también las desilusiones. En ese sentido, aprender a dejar ir lo que no depende de ti es fundamental. A tener paciencia, saber esperar y seguir trabajando. Más allá de los aspectos técnicos del canto, creo que una de las mayores dificultades de esta carrera es gestionar tus emociones, aprender a convivir con ellas. Hay que relativizar todo, los éxitos y los fracasos.
¿Entonces merece la pena ser cantante lírico?
Sí, porque, a cambio, vivimos momentos únicos que hacen que todo lo demás tenga sentido. Momentos a los que ninguna persona tiene acceso, sólo los que tenemos el privilegio de hacer música. Tal vez no salvamos vidas como los médicos o formamos personas como los maestros, pero podemos hacer que alguien se olvide de sus problemas por un momento, podemos ayudar a difundir la belleza de un patrimonio, podemos contribuir al bienestar de los demás.
¿Ha tenido o tiene algún referente, alguien que tome de modelo?
Muchísimos. Si hablamos de sopranos, mi máximo referente ha sido Mariella Devia. Tuve la suerte de hacer una clase magristral con ella y sus consejos fueron muy valiosos. Es admirable su técnica y como la ha sabido mantener a lo largo de su prolongada carrera. De la generación de sopranos más jóvenes adoro a Nadine Sierra y Lisette Oropesa, escucharlas es directamente aprender cosas. Son todo un ejemplo de técnica, gusto, musicalidad, escena y tanta inteligencia. Representan el verdadero perfil de una estrella actual: voz, presencia, cabeza y sencillez.
Cantantes de primera como Caballé destacaron por «recuperar» o «redescubrir» obras como Il pirata o Lucrezia Borgia. ¿Cree usted que desde el punto de vista del cantante es más interesante interpretar este repertorio más desconocido o, por el contrario, se siente más cómoda interpretando las obras más propias del «canon»?
A mí me parece que abordar otros repertorios inéditos o poco conocidos es muy interesante tanto para el cantante como para el público. No me da las mismas satisfacciones que interpretar Gilda o Lucia, por ejemplo, pero me aporta otras cosas: es mucho más enriquecedor y el trabajo es más personal porque no hay «modelos a seguir». Partes desde cero, sin pautas establecidas ni cadencias estipuladas y, al final, la creación del papel es mucho más tuya. Eso sí, la dificultad es mayor.
Yo he tenido la ocasión de debutar dos óperas desconocidas en el Festival della Valle d’Itria en Martina Franca, donde se dedican a recuperar este tipo de obras. Hicimos Giulietta e Romeo de Vaccaj este pasado verano y hace dos años Francesca da Rimini de Mercadante, que fue estreno mundial absoluto. En ambos casos encontré una música de una belleza enorme. Resulta asombroso que esas partituras hayan estado tantos años guardadas en un cajón sin ver la luz. Fue una fortuna poder interpretarlas y espero, por supuesto, encontrarme con más oportunidades como estas a lo largo de mi carrera. De momento, en marzo llevamos la Francesca de Mercadante a Japón y tengo entendido que se volverá a hacer el Vaccaj en Italia. Es bueno que estas producciones giren una vez recuperadas.
Usted que tiene experiencias tanto en Italia como en España, ¿cómo valoraría, en cuanto a teatro lírico, el nivel cultural de nuestro país?
En España tenemos grandes teatros con grandes temporadas y bien gestionados que nada tienen que envidiar a otros países de Europa. Muchísimos de nuestros cantantes están haciendo carreras internacionales en los mejores teatros del mundo. No obstante, y aunque aquí cada vez acude más gente a la ópera, en Italia la afición por ésta está más extendida en general. Por ende, incluso en las ciudades pequeñas hay teatros con una buena programación lírica.
¿Y esto a qué cree que se debe?
En Italia la ópera forma parte de su cultura histórica como país. En España creo que hay un problema de base, debido a la educación. Está claro que la crisis económica ha hecho mucho daño al sector cultural, pero en un sistema educativo donde la música está relegada al último plano y la enseñanza artística se trata de manera muy superficial, no hay mucha esperanza de que sean consideradas como una necesidad. Vivimos en una sociedad consumista y, sin embargo, se sigue consumiendo poca cultura.
Sin embargo, tampoco hay que ser pesimistas. Por ejemplo, se me vienen a la mente teatros como el Villamarta de Jerez, el Cervantes de Málaga o el Calderón de Valladolid; teatros pequeños que pasan muchas dificultades y ponen muchísimo empeño en sacar adelante aunque sea un par de títulos por temporada.
¿Qué cree que puede aportar usted al panorama musical español?
No creo que me corresponda a mí contestar a eso. Espero que el tiempo me dé la posibilidad de aportar lo mejor de mí misma. Siento que tengo ganas de decir y hacer muchas cosas y ojalá lleguen las oportunidades en España o fuera de ella que me permitan demostrarlo.
¿Y a la Lucia di Lamermoor?
En cuanto a Lucia, disfruté desde el primer momento en que me puse a estudiar la partitura. Creo que es en papeles de ese estilo donde mi voz se mueve con más comodidad y encuentro recursos para expresarme. Me encantaría poder hacer todos esos roles belcantistas de Donizetti, Bellini y Rossini y, de momento, seguiré trabajando en esa línea.
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