La soprano Leonor Bonilla y la Orquesta Barroca de Sevilla ofrece un concierto en el Teatro de la Maestranza de Sevilla centrado en el repertorio Barroco. «Una soprano de nivel ascendente y tocada por la gracia divina»
Barroco en Navidad, Barroco siempre
Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, 29-XII-2021. Teatro de la Maestranza. Orquesta Barroca de Sevilla; Asociación Musical Códice; Leo Rossi, concertino. Programa: Concerto grosso en fa mayor Op. 6 nº 9 HWV 327 de George Friedrich Haendel; "-"E pur così un giorno... Piangerò la sorte mia" de Giulio Cesare in Egitto HWV 17 de George Friedrich Haendel; Concierto para oboe y orquesta en re menor de Alessandro Marcello; "Domine Deus" del Gloria RV 589 de Vivaldi; "Laudate Dominum" de Vesperae solennes de Confessore KV 339 de Wolfgang Amadeus Mozart; Concerto grosso op. 6 nº 8 "Per la notte di Natale" de Arcangelo Corelli; "How beautiful are the feet", "I know that my Redeemer liveth" y "Rejoice greatly" de El Mesías HWV 56 de George Friedrich Haendel.
Celebramos que se haya podido ofrecer este concierto en fechas tan señaladas como estas. Junto con el del día anterior de la Orquesta de la Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said y con el concierto de Año Nuevo que la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla ofrecerá el próximo 4 de enero, el periodo navideño de 2021 en el Teatro de la Maestranza podrá recordarse con gusto durante mucho tiempo, sobre todo por ofrecer belleza, paz y esperanza a tantos melómanos buscadores de un refugio que les permita escapar de la intemperie reinante gracias al protector manto de la música. Merced a una línea de subvención pública, el Consejo General de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Sevilla ha podido organizar este evento contando con una de las formaciones más apreciadas de la ciudad –la Orquesta Barroca de Sevilla– y con la soprano de moda y profeta en su tierra: la exitosa Leonor Bonilla como protagonista. Mejores no podían ser los mimbres para conformar un programa barroco y de apreciable contenido religioso.
Fue Claudio Abbado el que confesó la confidencia que Mijaíl Gorbachov le hizo tras escuchar varias sinfonías de Mahler en el transcurso de una gira desarrollada por la Berliner Philharmoniker en la Unión Soviética: el compositor bohemio no hacía más con su música que recrear «la banda sonora de nuestra vida». Efectivamente, en la lógica del compositor de la Edad Contemporánea entra el advertir al oyente de lo que conlleva el compromiso artístico a nivel social e, incluso, el operar en el receptor una serie de cambios y transformaciones en la lógica de la trascendencia. Eso no ocurre, sin embargo, con la música barroca. Posiblemente la enorme aceptación que está teniendo en el último cuarto de siglo se deba, en gran parte, a que permite una desconexión absoluta con nuestro mundo actual e invita a un viaje por tierras lejanas a las que solo podemos asomarnos por las ventanillas. Es decir, ese carácter de absoluta recreación de un tiempo superado y ahora revalorizado provoca la exaltación de un público que celebra, sobre todo, el abordaje por parte de los músicos de un repertorio pretérito con las armas que suponen los instrumentos originales o el estilo propio de las prácticas "históricamente informadas". La velocidad, el ritmo, las repeticiones, las cadencias, los adornos de la música barroca, todo se presenta como condimento contundente de una atracción aparatosa y espectacular –en el peor sentido de la palabra–, que arrastra en un espacio tan grande como el Maestranza al aplauso rápido y celebrativo –incluso entre movimiento y movimiento de obras concretas–, al grito de euforia que se escapa cuando algo difícil o intrincado «ha salido bien» o cuando la soprano supera las agilidades vocales que permite la partitura de Haendel como si de una suerte de tour de force musical se tratara. Le falta por tanto –al menos en Sevilla–, a la recepción de esta música maravillosa la naturalidad con la que se asume en la misma ciudad y de principio a fin, una sinfonía de Mahler o la resistencia heroica y placentera que prevalece después de asistir a una ópera de Wagner. El Barroco, tan propio de nuestra tierra y tan común en el patrimonio y las señas de identidad, debe ser tratado musicalmente con la misma cercanía y serenidad que la música de los siglos XIX o XX. A ello contribuiría, quizá, incluir más obras de esta cronología en los programas sinfónicos de abono para no relegarlas, solo, a ocasiones tan especiales como estas, pero también, para no conformar un terreno exclusivo de alguna formación concreta, por consiguiente, que estas obras pudieran ser interpretadas por otras orquestas no apellidadas como barrocas con mayor frecuencia.
Dejando de lado estas consideraciones –y el contexto que se creó ayer con ellas–, la mayoría de los problemas de las piezas de conjunto, como el concerto grosso de Haendel o el de Corelli es, como en otras ocasiones, el de la afinación. No siempre resulta agradable apreciar la calidad de una música excelsa teniendo que obviar sonidos intermitentes y destemplados, muchas veces raquíticos en su proyección al auditorio y, desgraciadamente, resueltos tan por encima, tan de pasada, que parecían más una sucesión de movimientos –difíciles de identificar por parte del público, a tenor de los aplausos a cada tanto–, que obras completas y distintas entre sí. Estos problemas se solucionaban en cada una de las intervenciones de Leonor Bonilla –a quien dentro de no pocos años tendremos que recordar con nostalgia en el Maestranza cuando sus compromisos internacionales la lleven muy lejos de Sevilla–, que actuó como una auténtica catalizadora musical. Su voz es efectiva y muy bella, las solturas están ahí y, sobre todo, la extrema elegancia y dignidad que imprimió en cada participación nos hará por siempre recordar este maravilloso concierto que alcanzó su mayores cotas de calidad con el Laudate Dominum de Mozart, con las arias de El Mesías de Haendel y con los bises que ofreció junto con el coro de la Asociación Musical Códice: Noche de paz y Adeste, fideles.
El Consejo de Hermandades contribuyó a crear con esta iniciativa un cita obligada dentro del calendario navideño hispalense y un jalón importante difícil de superar o siquiera igualar cada año. Lo hizo de la mano del Barroco como periodo musical, de una orquesta experta en estas lides –destacable el trabajo de Jacobo Díaz con el oboe, Rafael Ruibérriz con la flauta y Leo Rossi como concertino–, y con la inestimable ayuda de una soprano de nivel ascendente y tocada por la gracia divina.
Foto: Teatro de la Maestranza
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