Crítica del concierto ofrecido por el violinista Leonidas Kavakos y el director Alexander Liebreich con la Orquesta de Valencia
Proyección y frenesí
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 10-V-2024. Palau de la Música. Leonidas Kavakos, violín. Orquesta de Valencia. Director: Alexander Liebreich. Obras de Béla Bartók y Ludwig van Beethoven.
La velada del pasado viernes fue un acontecimiento que difícilmente se olvidará, marcado por la sublime interpretación del Concierto para violín nº 2 de Béla Bartók, a cargo del excepcional violinista Leonidas Kavakos. La obra, concebida tras una serie de revisiones para satisfacer las exigencias del violinista Zoltan Szekely, es un compendio de virtuosismo y expresividad, donde los elementos folclóricos húngaros se entrelazan con la tradición europea de manera magistral. Fue una experiencia extraordinaria, mucho más que una mera interpretación musical. Fue un viaje fascinante a través de la mente del compositor. El concierto, gestado en un contexto de agitación política en Europa, refleja la profunda indignación y el pesimismo de Bartók ante los eventos que rodeaban su vida. La carta a un amigo en Suiza, donde expresa su desesperación por la situación en Hungría y analiza la posibilidad de emigrar, añade un matiz de profundidad a la obra. En este contexto cargado de significado, Kavakos y la Orquesta de Valencia nos transportaron a un mundo de exuberancia y misterio, entretejiendo el folclore magiar con la maestría técnica y la musicalidad.
Desde el primer movimiento, con su tema inicial que evoca el alma de Hungría a través de intervalos de cuartas y quintas, hasta el movimiento lento, con sus variaciones melódicas que desafían las expectativas y transportan al oyente a un estado de contemplación, la lectura de Kavakos fue sublime en su profundidad y emoción. Nos acercó al abismo y nos mostró la belleza que hay en él.
El Allegro non troppo, con sus tríadas delicadamente punteadas y su diálogo canónico entre solista y orquesta, estableció el tono para una interpretación llena de matices y contrastes. Kavakos llevó al público desde la serenidad melódica hasta la pasión desenfrenada, con una destreza que rayaba en lo sobrenatural. El segundo movimiento, marcado por su andante tranquilo, fue un verdadero deleite para los sentidos. Las seis variaciones sobre un tema modal fueron presentadas con una delicadeza exquisita por parte del solista, quien exploró cada matiz con una sensibilidad impresionante. Cada variación fue un mundo en sí misma, ofreciendo al ateniense la oportunidad de demostrar su profundo entendimiento de la pieza. Diría que el hermoso canon fue de lo más destacado de este movimiento. El rondó final, animado y dramático, cerró la obra con un broche de oro. El solista deslumbró navegando por los virtuosos pasajes con una facilidad asombrosa y una pasión contagiosa.
La fusión con la orquesta fue perfecta gracias al perspicaz liderazgo de Alexander Liebreich, quien supo guiar a los suyos con sabiduría y sensibilidad. La agrupación valenciana estuvo alerta y ágil. Liebreich fue un socio dispuesto a que el acompañamiento fuese un compendio de acentos acertados y sonoridades suavizadas. Se percibió un sentido de propósito común y celo colaborativo en todo momento.
Ante las incesantes ovaciones del público, Kavakos nos brindó no uno, sino dos bises. El primero de ellos fue una presentación excepcional de dos tiempos de la Partita nº1 en si menor de J. S. Bach, Tempo di bourée y double, mostrando una vez más su profundo entendimiento y conexión con la música. Pero para una servidora, la verdadera joya de la noche llegó con el segundo bis: la Sarabande y el double de la misma partita. Con una delicadeza conmovedora, el de Atenas tocó todo a la punta del arco en pianissimo, creando un ambiente de belleza etérea que nos dejó completamente cautivados. Un epílogo perfecto, y sin duda una de las actuaciones más destacadas de la temporada, difícil de superar.
La Octava sinfonía de Beethoven, que con demasiada frecuencia se esconde en sus sombras, fue la encargada de cerrar la noche. Su interpretación fue estimulante y demostró cuán estrechamente pueden trabajar juntos una orquesta y un director en una visión compartida cuando la combinación encaja. Fue excelente y distintiva desde el punto de vista interpretativo. A pesar de ser la sinfonía más corta del compositor alemán, la prefería a la Séptima y era la favorita de Stravinsky.
La disposición escogida para la ocasión tuvo mucho que ver en esto, sin duda. Los timbales de Eguillor dieron un toque de elegancia clave, tanto a nivel musical como visual. Hubo aplomo y refinamiento en el sonido del viento, con aportaciones muy acertadas. Todas las marcas y silencios en staccato cuidadosamente anotados de Beethoven estaban allí para ser escuchados. El resultado fue una definición rítmica y una energía estupendas: un ágil primer movimiento allegro que transmitía la vitalidad comprimida de la pequeña sinfonía de Beethoven, como él la llamó. El director, con prudencia, supo tomar el tipo de riesgos que hacen que una actuación sea verdaderamente seductora.
Sin duda, la Octava fue una conclusión maravillosa y gratificante. La visión de Liebreich fue fresca, convincente y vital, y la orquesta respondió al más alto nivel con una actuación magnífica. Que siga así. Illud continue.
Fotos: Live Music Valencia
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