Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Leif Segerstam es como una fuerza de la naturaleza: incontenible, vivaz y fecunda … Nada más y nada menos que 302 sinfonías ha escrito ya este hombre grande y a la vez gran hombre de la música, director de orquesta de talento y músico arriesgado hasta el punto de llegar a ser temerario. Pero ¿acaso no es hoy la imprudencia una especie de acierto? Segerstam se tira a la piscina con el instinto de quien parece querer devorar la vida a cada instante, prolongando cada momento como la última nota de la Octava sinfonía de Bruckner que dirigió el 21 de octubre de 2016 en el Palacio de la Ópera de La Coruña. Pocas veces la hemos oído durar tanto. En cualquier caso, no trabaja el músico finlandés desde la prepotencia ni vacuidad de concepto. Desarrolla su instinto desde el respeto a cierta tradición interpretativa –la de Celibidache es evidente- que le va como anillo al dedo a su estilo lento, grandilocuente y un poco exhibicionista.
Visitamos entonces la bella ciudad gallega sin poder resistirnos a oír en directo su versión de la Octava sinfonía de Bruckner, según el propio Sergiu Celibidache, el mayor sinfonista que ha existido. Y acudimos como creemos que se debe asistir a cada concierto, ávidos por vivir una experiencia sonora única. Porque, ¿cuántas oportunidades da la vida para oír en directo una obra como ésta, en manos de una orquesta –la Sinfónica de Galicia- de este calibre y de un director de talento? ¿Una, dos, tres? La mayor parte de la gente nunca tendrá esta oportunidad. Y sin embargo no encontramos la sala tan llena como esperábamos. Sigue resultando, para nuestra sorpresa, difícil la música de Bruckner para el público de a pie y para algunos músicos también. Yo no sé qué harían los ciudadanos de La Coruña aquella tarde más valioso que atender a esta partitura genial, construcción sublime y obra maestra se mire por donde se mire, pero muchos se perdieron una de esas experiencias gratas que sólo da Bruckner cuando se lo interpreta con ingenio y ambición.
Seguramente Segerstam sea uno de los directores más carismáticos de la actualidad. Su espectacular aspecto físico, a medio camino entre un entrañable Papá Noel y el más adusto personaje de la serie Juego de tronos, impone respeto y ternura a partes iguales, en una peculiar mezcla que parece caer bien y con naturalidad en el siempre proceloso mundo de las orquestas, conjuntos formados por sistemas cuyas partes, los músicos, convierten este trabajo en una suma de arte conductor, musical y psicológico. La imagen de Segerstam se nos viene ahora a la mente por los sorprendentes e inusuales gritos que sin venir a cuento se le ocurrieron -en el minuto 45- para acompañar un fragmento de Scheherazade, de Rimsky-Korsakov. La grabación, que está disponible en Youtube –qué gran acierto de la orquesta haber convertido este canal en una parte fundamental de su imagen- le dieron a él y a la Sinfónica de Galicia cierta visibilidad mediática durante un tiempo, y se la seguirán dando.
La versión de Segerstam de esta Octava es lenta, muy lenta, pero no tanto como la de Celibidache, en quien se inspira claramente sin llegar a poder desarrollar muchos de sus preceptos. Le faltan cosas: entre ellas, un más sesudo trabajo sonoro, expresivo y rítmico, y carácter para llevarlo a efecto. Pero hay una atractiva y aseada homogeneidad de fondo en su versión que da a la obra cierta unidad de estilo, y detalles admirables. El diseño del conocido motivo con que comienzan los violines en el cuarto movimiento, por ejemplo, nos pareció magnífico, un comienzo espléndido sin duda para el fragmento, y muy arriesgado. Porque, como hemos dicho, Segerstam se arriesga, más que Dennis Russel Davies, un director interesante, sin duda, pero que ha elegido un camino que obvia algunos hallazgos de Eugen Jochum y el propio Celibidache, algo que consideramos un error, pues no es copiar aceptar los méritos de otros cuando estos resaltan las cualidades de la obra y ayudan a entenderla mejor. No se pierde personalidad por ello. En absoluto. Somos enanos a hombros de gigantes cuyos pasos no se pueden pasar por alto sin pagar el precio de perderse un poco por el camino.
A nuestro juicio, a Bruckner hay que tocarlo algo más lento que Russel Davies, y con otras articulaciones sonoras de las trompetas -un instrumento fundamental en sus sinfonías-, por ejemplo, finalizando el primer movimiento. Bruckner es tan difícil de entender.... Pero no queremos dar una falsa impresion de la Sexta sinfonía que acabamos de oír en el Palacio de la Ópera de la Coruña, pues el trabajo de Russel Davies nos pareció, en general, soberbio.
Efectivamente, la lentitud es un parámetro que marca muchísimo. Es más difícil dirigir lento, por eso valoramos muy positivamente este paso dado por Segerstam, aunque no todo haya sido perfecto a la hora de materializarlo. Se puede observar el contraste entre la manera de dirigir el fragmento de Jesús López Cobos –con la misma orquesta, cuatro años antes-, demasiado plana y rápida para nuestro gusto, con la Segerstam, de ritmo incisivo -y seguramente de inercia incómoda para los componentes de la sinfónica-, y más atractiva musicalidad. En general, la lentitud sometió a los músicos a una tensión nada fácil, un mar incómodo en el que sin duda hubiera naufragado una orquesta que no atesorase la calidad de la Sinfónica de Galicia. Tenemos que destacar a Massimo Spadano, un lujo para cualquier orquesta del mundo.
En La Coruña se han podido ver a importantes directores haciendo Bruckner. Uno de los que más ser recuerdan es Stanislaw Skrowaczeski, fallecido recientemente. También los españoles Víctor Pablo Pérez o el propio Jesús López Cobos, Dennis Russel Davies -ayer mismo- o incluso el gran Alberto Zedda, de quien hace algunos meses pudimos ver una interesante versión de la Primera sinfonía de Bruckner, al frente de una magnífica orquesta, la Joven de la Sinfónica de Galicia. Zedda también estaba en la sala aquel día escuchando la versión de la Octava de Segerstam.
-“Qué honor, maestro, que me hayan sentado a su lado para ver este concierto. Tiene usted que dirigir más Bruckner. Estuve en su versión de la Primera sinfonía hace unos meses, en esta misma sala, y me encantó. Me han dicho que usted estrenó la obra en Italia”.
-“Sí, sí.
- “¿Qué sinfonía de Bruckner le gusta más, maestro? ¿La Octava, la Novena?”.
- “No, no, la Séptima. Hoy he venido a ver la versión de este director, que es tan especial…”.
- Sí ha sido especial, maestro. La más especial... sin duda.
- Hasta la vista, maestro...
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