Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 11-5-2017, Teatro Monumental Cinema. Beethoven: Primera Sinfonía. Puccini: Le Villi (versión concierto). Leonardo Caimi (Roberto), Carmen Solís (Anna), Vladimir Chernov (Guglielmo). Orquesta y coro de RTVE. Dirección musical: Miguel Ángel Gómez Martínez.
Se cerraba la temporada de la ORTVE con un concierto en el que, por un lado se completaba con la primera ópera del genio de Lucca Le villi, el “círculo lírico pucciniano” iniciado en la apertura de la misma con la intepretación de la segunda de sus creaciones teatrales, Edgar- y por otro, se ofrecían conjuntamente dos inicios de dos músicos tan referenciales en sus respectivos ámbitos como son Beethoven y Puccini.
En la Primera sinfonía del genial músico nacido en Bonn junto a ecos de Mozart y Haydn encontramos ya presente su inconfundible sello y personalidad, al mismo tiempo que se aprecian ya simientes del romanticismo y que fija, anticipa e introduce toda su gloriosa obra sinfónica posterior, destacando como elemento original, el de colocar como tercer movimiento en lugar del habitual minuetto -y a pesar de estar anotado como tal- lo que en realidad es un ágil scherzo. Gómez Martínez ofreció una interpretación solvente, con tempi coherentes y bien tocada por la orquesta. La tensión y solemnidad del alegro inicial, tan presente en sinfonías posteriores, la vivacidad de los momentos rápidos que tanto recuerdan a Haydn, estuvieron presentes en una ejecución de buena factura encuadrada en la tradición sinfónica centroeuropea previa a las interpretaciones historicistas.
Como sabemos, Giacomo Puccini, perteneciente a una dinastía de maestros de capilla de Lucca, realizó con 18 años y junto a un grupo de amigos, el trayecto hasta Pisa caminando y sin entrada, para poder ver Aida de Verdi, un acontecimiento que le dejó marcado para siempre y totalmente convencido y entusiasmado de que encaminaría su talento musical en el terreno del melodrama. Gracias a una beca por la que había peleado tanto su madre, pudo inscribirse en el Conservatorio de Milán donde fue (junto a Pietro Mascagni) alumno de Antonio Bazzini y Amilcare Ponchielli llegando a pasar bastantes penurias y a veces hasta hambre, pues sólo recibía la pequeña ayuda de un pariente (su tío abuelo Nicola Cerù). Sobre un libreto de Ferdinando Fontana, con el que ya Puccini anticipó la difícil relación que tendría con sus libretistas, Le Villi fue una obra destinada a la primera edición (1883) del concurso para óperas en un acto creado por Edoardo Sanzogno (editor rival de Ricordi), en el que la obra no obtuvo ni premio, ni mención alguna (a diferencia de lo que sucedió con la Cavalleria rusticana de su amigo Mascagni unos años después, 1890, que se alzó con el triunfo). Por si tienen la curiosidad, mencionar que las óperas y compositores premiados en esa edición en que Puccini no recibió ni una mención, fueron La fata del Nord de Guglielmo Zuelli y Anna e Gualberto de Luigi Mapelli. A pesar de ello y mientras estas composiciones vencedoras pasaban inmediatamente al olvido, Giulio Ricordi se hizo con los derechos de Le villi y la misma se estrenó el 31 de mayo de 1884 en el Teatro dal Verme de Milán con un gran éxito. Con ello comenzó una de las historias fundamentales para la historia del melodrama, la confianza absoluta y total contra viento y marea, incluso frente a los accionistas y demás directivos de su compañía, de Giulio Ricordi hacia Giacomo Puccini, que posibilitaría el triunfo y posterior trayectoria triunfal de uno de los compositores esenciales del género operístico.
En Le villi, una obra más concisa y concentrada que la posterior Edgar que pudo escucharse a principio de la temporada de la ORTVE, encontramos, junto a momentos un tanto ramplones y algunos convencionales (como el aria del barítono), otros de estupenda factura y que ya anticipan la genialidad posterior. Ejemplos de ello son la magnífica aria de Anna “Se come voi piccina io fossi” que han grabado la mayoría de sopranos líricas, el interludio orquestal donde apreciamos ya al gran orquestador, el dúo de los protagonistas y la estupenda aria de Roberto “Torna ai felici di”. Conforme a las leyendas centroeuropeas en que se basa el libreto, Le villi serían los espíritus de mujeres traicionadas por sus enamorados, de quiénes se vengan arrastrándoles a la danza de la muerte.
Una pena la cancelación a última hora del tenor Marcello Giordani, que fue sustituido por el también italiano Leonardo Caimi. Hay que agradecer, por supuesto, que salvara la papeleta, pero su timbre ahogado, sin metal, ni proyección y su fraseo insulso enmarcaron una interpretación insuficiente. Resultó tapado por la orquesta en la mayoría de sus intervenciones y en su aria, los ascensos al agudo se quedaron en el escenario, prácticamente inaudibles, sin expansión tímbrica alguna, lo que hizo añorar el rutilante registro agudo de Giordani. El veterano barítono ruso Vladimir Chernov abordó el papel de Guglielmo con un sonido muy desgastado, ajado y leñoso. Al comienzo de su aria “Anima santa della figlia mia” un intento de apianar el sonido, se saldó con un extraño y desagradable falsete, pero el barítono se fue afianzando y, al menos, terminó su interpretación con corrección y cierta eficacia. La mejor del elenco fue la soprano pacense Carmen Solís, que con su timbre de lírica con cierto cuerpo –centro con presencia y morbidez- delineó frases con lirismo de buena ley, aunque es una pena que abra el sonido en las notas agudas y que al fraseo, compuesto y siempre en clave lírica (la que le permite el material vocal y, sobre todo, su temperamento), basado en un buen gusto indudable, le falte incisividad y contrastes. Miguel Ángel Gómez Martínez ofreció una versión tensionada, con pulso, aunque con cierto exceso de aparato y decibelios como en un final demasiado estruendoso. Notables orquesta y coro.
Foto: Fernando Frade/Codalario
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