Por Hugo Cachero
Madrid. 3-03-2015, 20:00 horas. Teatros del Canal, Sala Roja. Le Poème Harmonique y el Carnaval Italiano del Siglo XVII. Carvanal Barroco. Artes circenses, músicas y danzas del siglo XVII. Le Poème Harmonique. Dirección musical: Vincent Dumestre.
La constante evolución de la música barroca a lo largo de las últimas décadas incluye no solo la introducción de nuevas-viejas formas interpretativas y recuperación de repertorio, sino también el desarrollo de vias alternativas explorando las relaciones con otras músicas y artes. Los resultados, de diverso grado de interés, van desde lo más experimental, con fusiones como poco sorprendentes, a espectáculos en los que un concepto subyacente sirve para dotar de coherencia al conjunto; es este segundo caso el de este Carnaval Barroco, desarrollado "en la encrucijada de varias disciplinas artísticas" tal como reza el programa, con el punto de partida del Carnaval y la subversión del orden social, e incluso la lógica, que comporta. En este caso la parte principal corresponde a números de circo de diferente filiación (malabarismos -pelotas, mazas, diábolo-, acrobacias, funambulismo etc.), pero también, además de la música siempre presente, el baile o la magia, envueltos en un tono humorístico e irreverente de raices populares (con referencia por ejemplo a la Commedia dell'Arte). Conjunto de números muy bien hilados creando una continuidad que en ocasiones goza de un dinamismo trepidante y en ocasiones se focaliza de manera más estática en alguna actuación concreta, con el inestimable concurso de la música para modular el ritmo, lo que da una clara idea de una concepción meticulosa (por poner un ejemplo, el hecho de comenzar con una pieza religiosa -Litanie dei Santi-, tan ajena al espíritu de lo que sigue es perfectamente comprensible en la consideración de que el Carnaval surge como contrapartida al tiempo litúrgico de la Cuaresma).
Para estos fines la plasmación en escena (a cargo de Cécile Roussat) trata de reproducir la estética del siglo XVII a través del vestuario, el maquillaje y la retórica gestual; una concepción por tanto en la línea historicista que nos recuerdan otros hitos también con participación de Le Poème Harmonique (Le Bourgeois Gentilhomme o Cadmus & Hermione, con maravillosas puestas en escena de Banjamin Lazar), aunque obviamente las pretensiones y medios de estos eran muy diferentes. La escenografía de François Destors, muy sencilla (al punto de resultar pobre), se limita a unos paneles que acotan un espacio en el escenario para los músicos, así perfectamente integrados con el resto de actuantes, y a numeroso atrezzo utilizado en los números circenses (mesas, barriles, cajas etc.). Se debe destacar la iluminación diseñada por Christophe Naillet, de intensidad reducida y de tintes ocres, tratando de imitar la iluminación de velas que tan espectaculares resultados ha producido en otras producciones como las citadas de Lazar; de hecho una de las escenas se basa en el efecto de la luz de cerillas y velas.
Resulta complicado, por todo lo dicho, ponerse excesivamente meticuloso con la parte musical, dada la naturaleza digamos multidisciplinar del espectáculo, y así se pueden disculpar hasta cierto punto las deficiencias del cuarteto vocal (Bruno Le Levreur, alto; Hugues Primard, tenor; Serge Goubioud, tenor; Emmanuel Vistorky, bajo), sometiendo el juicio a la consideración de un buen desempeño en la parte actoral (en el caso de Le Levreur, solo con grandes dosis de buena voluntad su convincente interpretación cómica de un papel femenino compensa su canto poco menos que inescuchable); así las cosas, mejor los números de conjunto donde los detalles se difuminan, sobre todo el simpático Lamento del Naso, y es que cualquier cosa por la que ronde el espíritu de Monteverdi se eleva por encima del resto. Naturalmente el atractivo mayor en lo musical en esta ocasión correspondía a Le Poème Harmonique con su fundador y directos Vincent Dumestre a la cabeza -el cual también asumió la guitarra barroca y la tiorba-, en esta ocasión navegando por los terrenos más cercanos a la música popular (lo que por supuesto no constituye ninguna novedad para el grupo, solo hay que recordar algunas grabaciones realizadas para el sello Alpha). Con una plantilla reducida (aunque suficiente para aportar sonoridades variadas, procedentes sobre todo de la corneta y el fagot), su ejecución fue impecable, si bien su labor, a la fuerza un tanto circunstancial tampoco tuvo excesivas ocasiones para el lucimiento individual o de conjunto; la palabra que mejor define la sensación dejada por la ejecución es transparencia, alejada de lo enfático que en ocasiones afecta a los grupos franceses cuando se acercan a la música italiana.
Un espectáculo muy completo y entretenido en definitiva, recibido de forma entusiástica por un público que disfrutó de lo lindo, con dosis de asombro y emoción también. Publico por cierto, hay que señalarlo, muy diferente al que suele acudir a los conciertos de música barroca en otros escenarios de Madrid, y es que seguramente la composición sociológica del público habitual de las programaciones de los Teatros del Canal tiene sus características propias, con intereses no específicamente musicales. Claro que menos mal que nunca deja de asistir algún experto que asume la ingrata tarea de sentar cátedra, como el ciudadano que tras los aplausos recriminó a voz en grito que se hubiera aplaudido en varias ocasiones durante la función, cosa en la que puede tener razón o no tenerla, y siempre es de agradecer que traten de educarle a uno, pero la loable intención de disipar las tinieblas de la ignorancia debería ser compatible con otras formas y tono más educados. El reproche (que en el fondo también aportó cierto espíritu carnavalesco adicional) fue recibido con división de opiniones, y tal vez a otra hora o si el día siguiente hubiera sido no laborable se hubiera suscitado un debate espontáneo sin duda interesante, pero la cosa no dio más de sí. Y es que la gente no estaba a esas alturas para asambleas y sí para llevarse el recuerdo de un buen espectáculo.
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