Les vêpres siciliennes, Verdi, ABAO, Eskalduna, Bilbao, 19/02/13
Regresaban Las vísperas sicilianas de Verdi a Bilbao, desde su anterior escenificación, allá por 2001. Y lo hacían, en esta ocasión, en su versión francesa y con ballet. Musicalmente han sido unas funciones irregulares, destacando los cantantes sobre el foso, en términos generales. sesde el punto de vista escénico, la propuesta prometía más sobre el papel que en la realidad, polémica incluida.
Comencemos por esto último. La ABAO traía para estas Vísperas la propuesta escénica de Davide Livermore, que sitúa la acción en la Italia mediática y amoral de comienzos de los años noventa. Es el suyo un trabajo inteligente, bien labrado, pero que sufre el lastre de una escenografía (S. Centineo) demasiado estática para nuestro gusto, y de una dirección de actores más bien intuitiva y timorata. Así las cosas, termina por sacar menos partido del esperado a la actualización del contexto político de la que parte toda su propuesta. A ello se suma la resolución un tanto torpe del ballet. El trabajo de Livermore se estrenó originalmente en Turín, donde se escenificó la versión italiana y por tanto sin el ballet que sí se ha incorporado en Bilbao, al optarse por la versión francesa. Eso ha obligado a Livermore a preparar una solución escénica para dicho ballet, que no ha consistido en coreografía alguna, sino en una serie de proyecciones centradas en la actualidad de crisis política y económica de Europa, con especial insistencia en imágenes del 15-M y demás concentraciones populares de alcance reivindicativo.
Ya en el estreno esta solución dio lugar a bravos y abucheos por igual. La reacción, bastante infrecuente para tratarse del tibio público de Bilbao, se ha repetido en las representaciones siguientes. ¿Está justificada? Desde luego no faltan los motivos para la disconformidad: en primer lugar por el empecinamiento en poner el ballet, sí o sí, por un puro afán filológico, tenga o no calidad musical como para sostenerse; en segundo lugar, porque un ballet está pensado para ser bailado, no para coordinarse con una proyección en video. Y por último, por la torpe propuesta de Livermore, tremendamente previsible, reiterativa y muy por debajo de la calidad general de su propuesta escénica. Así pues seguramente compartimos los abucheos, pero no por lo provocativas que nos resultasen las proyecciones, que no nos lo parecieron en absoluto, sino por la torpeza y decepción en la resolución de un ballet que estuvo de más. Nos gustó, pues, el trabajo de Livermore, pero más por sus intenciones que por sus medios para llevarlas a cabo.
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