Por Giuliana Dal Piaz
Canadá. Toronto. 29-XI-2017. Elgin Theatre. Temporada 2017-2018 de Opera Atelier. Le nozze di Figaro, Mozart. Mireille Asselin, Douglas Williams, Peggy Kriha Dye, Stephen Hegedus, Mireille Lebel, Gusatv Andreassen, Laura Pudwell, Cristopher Enns, Grace Lee, Olivier Laquerre. Dirección musical: David Fallis. Dirección de escena: Marshall Pynkoski. Escenografía: Gerard Gauci. Vestuario: Martha Mann. Luces: Michelle Ramsay. Orquesta y Coro de la Tafelmusik Baroque Orchestra.
La temporada 2017-2018 de Opera Atelier acaba de abrirse con Las bodas de Fígaro de W.A.Mozart, representado con ambientación del siglo XVIII –lo cual se ha vuelto prácticamente una rareza– y orquestado con instrumentos de la época. La pieza, escrita y presentada poco antes de la Revolución francesa, fue juzgada en su momento casi subversiva por presentar a un grupo de nobles y a sus sirvientes en plan de paridad. Es más, en un mundo dominado por el engaño y la mentira, "los de abajo" aparecen menos corruptos que los miembros de la nobleza. En la puesta en escena de Marshall Pynkoski, ese intento polémico original se pierde por completo, enfatizando en cambio todos los aspectos cómicos del texto y el farsesco complot de “los viejos” en contra de los jóvenes, que sólo quieren vivir en paz sus sueños amorosos.
Otra rareza de esta producción ha sido el libreto: el original de Lorenzo da Ponte traducido al inglés por el poeta y compositor británico Jeremy Sams. Una traducción literariamente impecable, pero innecesaria –hace décadas que los sobretítulos han superado el obstáculo del idioma– y una decisión probablemente debida a un deseo de originalidad a toda costa o al de facilitar la tarea de los intérpretes, canadienses o estadounidenses. Me sigue pareciendo una extravagancia, pues todos los cantantes de ópera aprenden a cantar sus papeles en italiano (o en francés o en alemán, según el autor).
El público que asiste a una produccion de Opera Atelier sabe, y acepta, lo que va a encontrar: danzas realizadas con un lenguaje motorio básico, vestidos opulentos y muy escotados, leotardos para los hombres, fondales artificiales pintados... Este Mozart exhibe lo mismo, pero el resultado es de alguna manera diferente, porque el director ha asimilado el original a la "comedia del arte", vistiendo a los comprimarios en conjuntos y máscaras del teatro pre-goldoniano clásico. Mozart había incluído en Las bodas dos danzas, El cazador y un Fandango: la música es obviamente distinta, pero en la ejecución no me parecieron distinguibles la una de lo otra, menos que por las castañuelas que Jeannette Lajeunesse Zingg suena en la segunda.
La obra también prescinde bastante de la exagerada gestualidad acostumbrada: todos los intérpretes son muy buenos cantantes y actores, con la excepción del Conde de Almaviva – buena voz, no muy poderosa, de tesitura y coloratura apropiadas, buena presencia escénica pero escasa habilidad teatral –. Mireille Asselin es una Susanna de voz límpida y segura, perfectamente identificada con la mezcla de sentimiento y astucia del personaje. Peggy Kriha Dye es una soprano lírica de voz bastante más dramática que no exhibiera en esta ocasión y su Condesa de Almaviva resulta muy moderada en su sufrimiento. Excelente el bajo-barítono Douglas Williams, que añade a la voz fuerte y modulada la presencia escénica que por muchas décadas no se había visto en un Fígaro. Mireille Lebel ha sido un Querubino teatralmente excelente, pero su óptima voz de mezzosoprano no ha desplegado el potencial de coloratura y matices que le conocemos.
El ritmo de ejecución de la partitura ha contribuido a la vivacidad de la puesta en escena: el maestro David Fallis ha impreso a la ejecución un ritmo muy veloz, perfectamente segundado por los instrumentistas, in primis la violinista Elisa Citterio, directora artística de la Tafelmusik. Excelentes las voces del coro, también parte del Coro de la Tafelmusik Baroque Orchestra.
Foto: Bruce Zinger
Compartir