Por F. Jaime Pantín
Oviedo. 19-I-.2018. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo. Temporada de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA). Real filarmonía de Galicia. Lars Vogt, pianista y director. Obras de Beethoven, Prokofiev y Stravinsky.
Concierto extraordinario incluido en el abono de Temporada de la Ospa en que la Real Filarmonía de Galicia sustituía en esta ocasión a la orquesta anfitriona, ofreciendo un interesante programa centrado en el clasicismo y el neoclasicismo con dos obras de Prokofiev y Stravinsky que servían de complemento a los dos imponentes conciertos beethovenianos, op. 19 y op. 37, que constituían el plato fuerte de la velada. La presencia de Lars Vog tal piano- y también a la batuta en esta ocasión- cuyo recital de 2009 para las Jornadas de Piano- con una Sonata de Liszt antológica- todavía es recordado por los aficionados, suponía un especial aliciente que no resultó suficiente para concitar una mayor afluencia de público.
La opción de dirigir desde el piano puede resultar especialmente tentadora en una época en la que los ensayos de las orquestas con los solistas son escasos la mayoría de las veces. La apuesta es fuerte. A la alta exigencia técnica que supone dirigir una orquesta se une la propia dificultad de mantener un control adecuado de la ejecución instrumental cuando la propia gestualidad y coordinación se ven comprometidas en muchos momentos por la simultaneidad entre ambas acciones. Son relativamente numerosos los pianistas que lo intentan, sobre todo con los conciertos de Mozart, si bien los resultados se acercan con frecuencia a lo disuasorio. Con los conciertos de Beethoven las posibilidades de llevar la interpretación a buen término disminuyen considerablemente. La escritura del instrumento solista es más recargada y ofrece escaso margen a la dirección desde el piano, con lo que tan solo con una compenetración excepcional entre solista-director y orquesta- algo solamente alcanzable en condiciones muy determinadas- se pueden conseguir resultados satisfactorios. Además, en el caso del piano, la conformación no habitual del conjunto- con el instrumento haciendo cuña en la orquesta, con el pianista de espaldas al público y la necesidad, por razones de visibilidad entre los músicos, de tocar sin la tapa- altera de manera significativa la acústica habitual en el escenario, evidenciando una deficiente proyección sonora y creando problemas de claridad en determinados registros.
La audición del segundo y tercer conciertos beethovenianos se vio claramente afectada por estos condicionantes. Vogt es un pianista sumamente creativo, cuyas ideas, con frecuencia novedosas e interesantes, implican como premisa una libertad casi constante en el tratamiento del tempo, hasta el punto de que el pulso básico puede verse notablemente alterado. Mostró su alto nivel técnico a través de una pulsación poderosa, un sonido amplio y muy apto para el cantábile beethoveniano, de incisividad no percusiva y untuosidad penetrante, con trinos deslumbrantes en velocidad y redondez y escalas y arpegios de precisión infalible que sin embargo tiende a resumir en los fragmentos más veloces, a los que llega de manera casi constante en los movimientos finales de los dos conciertos como resultado de unos tempi en los que parece buscar el límite. Temperamental, sorprendente e hiperactivo, Vogt hizo gala de una emotividad muy directa que unida a su brillantez pianística fue capaz de arrastrar al público, cosechando un gran éxito.
El Concierto en si bemol op. 19, en realidad el primero escrito por Beethoven, fue abordado desde ese prisma tan frecuente en las obras de primera época del compositor de Bonn, situándole en un claro ámbito de influencia de ese Papá Haydn a quien se atribuyen- con ligereza a veces excesiva- connotaciones iluministas, optimismo sin límites, osadía, humor y frescura, reflejados en aires rápidos- incluso en los movimientos lentos- ligereza, desinhibición, articulación muy marcada y cierta brusquedad en los contrastes dinámicos.
La impecable ejecución de Vogt no ocultó los evidentes desajustes que ya desde la introducción se observaron en una orquesta que, a pesar de su calidad, no siempre se mostró capaz de seguir las constantes evoluciones de un pianista bastante inestable y algo desbordado en la dirección pero de empuje innegable.
El Concierto en do menor op. 37 resultó más convincente, si bien su estructura orgánica volvió a verse alterada por ese constante movimiento con el que el pianista alemán parece plantear sus lecturas beethovenianas. La importante introducción orquestal se expone a un tempo algo precipitado en su primer tema que luego se va tranquilizando hasta la entrada del solista, de la misma manera que el piano introduce el estribillo del Rondó final a un tempo moderado que progresivamente se acelera hasta la entrada del tutti orquestal y el bellísimo Largo se aborda más bien desde un andante que Vogt canta con fluidez de nocturno, al igual que hizo con el póstumo chopiniano ofrecido como bis, nueva muestra de alternancia entre contemplación y desasosiego.
La calidad de Vogt como director pudo apreciarse en las dos obras que completaban el programa. Precisión rítmica, transparencia y humor en una Sinfonía Clásica en la que Prokofiev parece parodiar a Haydn y en la que la orquesta dio buena muestra de su calidad y maestría instrumental, al igual que la excelente cuerda lo hizo en el Concierto en re de Stravinski, con intervenciones solistas de gran altura y conducción impecable.
Compartir