REFERENCIAL
Prokofiev: Concierto para piano nº3. Bartók: Concierto para piano nº2. Lang Lang, piano. Berliner Philharmoniker. Simon Rattle, dir. Sony Music.
Para quien esto escribe, encontrarse con un Prokofiev o un Bartók en manos de Lang Lang ha supuesto una (no sé si ansiada) reconciliación con el pianista chino. Para seguir apreciándole, uno ha intentado evitarle en extraños y mediáticos experimentos desde hará al menos tres años, cuando nos ofreció en Madrid, de la mano de Juventudes Musicales - o Telefónica más bien - un recital ajeno a sus medios y medidas, centrado en Bach, Schubert y Chopin (donde se sentía más cómodo). Ciertamente, uno siempre podrá tener en mente a una docena de intérpretes tocando a estos tres grandes del piano antes que Lang Lang. Lo que empiezo a no tener tan claro es a cuántos pondría por delante, más en la actualidad, de su Prokofiev y su Bartók.
Lang Lang cuenta aquí con un gran aliado como es Simon Rattle, al frente de una soberbia Berliner Philharmoniker, cuyo buen hacer le encumbra aún más alto como uno de los grandes directores contemporáneos ante compositores del siglo XX. El de Liverpool se presenta como el contrapunto ideal al virtuosista chino, que esta vez desprende algo más que mero tecnicismo.
Pasmosa es la facilidad con la que la orquesta va desgranando cada frase, cada tema. Tomando el Allegro del Tercero de Prokofiev la encontramos seductora, cínica, sutil y bucólica a partes iguales. Qué gran exposición de la cuerda precedida de las maderas - soberbias desde el incio con las primeras notas del clarinete, ligadas en dolce - , continuada por un Lang Lang que comienza contenido, tal y como le exige la partitura, a medida que va creciendo en intensidad y virtuosismo hasta alcanzar la frenética coda, mientras se entrelaza con la Berliner, que continúa llevando el tema en las maderas con insultante lirismo. La conexión entre agrupación y solista es total, no hay momento para el desfallecimiento, dibujando no una conversación sino una visión, una respiración única de la partitura. La coda en manos del chino es una verdadera gozada, deleitense con los intrincados arpegios, sin glissandi como otras veces escuchamos, aquí nota por nota, una barbaridad marca de la casa que se disfruta sin vergüenzas.