Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 5/III/16. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas de Piano Luis G. Iberni. Lang Lang, piano. Obras de Tchaikovsky, Bach y Chopin.
No son las campañas mediáticas lo único que ha catapultado a Lang Lang al Olimpo de los más conocidos pianistas de la actualidad. Tras ese virtuosismo de la naranja también está su enorme talento como pianista, que resulta evidente y que hay que reconocer como tal y valorar en su justa medida para no perderse en las triquiñuelas publicitarias e incluso en las excesivamente academicistas, que también existen. Escribo esta crítica con la noticia de la muerte del gran Nikolaus Harnoncourt todavía fresca, músico que viene a cuento citar en relación a Lang Lang, pues con él realizó uno de sus últimos trabajos discográficos. Se va un maestro de nuestro tiempo y da la sensación de que se acaba una época, al tiempo que damos la bienvenida a un joven y brillante chino risueño y comunicativo, estandarte de un nuevo período histórico, mediático, cambiante, peculiar y creemos que, en muchos aspectos, peor.
Que un músico tan importante como Harnoncourt haya decidido trabajar con él ya debería decir algo, por lo menos, de la calidad de este auténtico fenómeno de la naturaleza que a sus 33 años ya tiene resueltas ciertas cuestiones técnicas y musicales inalcanzables para tantos otros artistas.
Lang Lang visitó el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo para hacer historia llenando a rebosar el recinto y el ciclo de Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”, que nunca había visto tanta gente acudir al lugar para ver a alguien tocar el piano. El programa fue el mismo que llevó en gira por varias ciudades españolas y que ha grabado para Sony recientemente en el CD que lleva por título Lang Lang in Paris, obras por tanto muy practicadas y mostradas en plenitud de facultades ante un público totalmente volcado con un artista que saluda acercándose, mirando a los ojos y lanzando algún que otro beso. No es algo necesario, desde luego, pero parece que gusta al nuevo público.
El interés interpretativo del recital fue de más a menos a medida que avanzaba la velada, siempre con su deslumbrante facilidad para hacer fácil lo difícil como resplandor de fondo. Las sugerentes Estaciones, op. 37 a de Tchaikovsky fueron lo más interesante del programa, seguramente porque Lang encuentra algo familiar en lo más evocador de su carácter, que supo templar con acierto.
Fue sorprendente oír su refrescante aunque un tanto excéntrica versión del Concierto italiano de Bach, con una mano izquierda demasiado marcada –en general en todas las obras- y una manera de decir la pieza como si el compositor hubiera descrito una fiesta, pues así parece que toca este intérprete, jugando a dar espectáculo. Nos faltó cierta pureza de líneas y sobró extroversión pues, a pesar del título, ni hablamos de un verdadero concierto diseñado para exhibirse ni el estilo es tan italiano como pudiera parecer en principio.
La manera de interpretar los cuatro scherzos de Chopin resultó, desde el punto de vista técnico, deslumbrante y, desde el estético, un tanto rutinario y superficial. Lang no parece entender del todo la intencionalidad del discurso de Chopin, a quien da la impresión de interpretarlo desde una cultura y gusto orientales. Chopin no es así ni arrebata sonando de esta forma. Creemos que sería bueno que el pianista profundizase más en el sentido dramático y estructural de las piezas, pues a veces tuvimos la sensación de que pasaba por alto la importancia de ciertos pasajes o los insinuaba con cierta desgana, a pesar de la fortaleza de estilo e ilusión desprendidas. Lang se muestra como un rebelde al piano, que toca brillante, rápido y sin contemplaciones, pero un tanto ingenuamente, sin ser consciente del todo de lo que siente entre manos. El recital concluyó con dos propinas: la primera, un rapidísimo pero no demasiado claro ni elegante Vals en mi bemol op. 18 de Chopin. Concluyó el concierto con el conocido Intermezzo del mejicano Manuel María Ponce, bellamente tocado. Un guiño a lo hispano, sin duda elegido para seducir.
Compartir