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Crítica: «La voz humana» y «La espera» en el Teatro Real

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Autor: Raúl Chamorro Mena
24 de marzo de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de las óperas La voz humana de Poulenc y La espera de Schönberg en el Teatro Real de Madrid

Malin Byström (Eine Frau), en La espera (Erwartung)

Malin Byström (Eine Frau), en La espera (Erwartung)

Una actriz-cantante, una actriz y una gran artista

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 21-III-2024, Teatro Real. La voix Humaine-La voz humana (música de Francis Poulenc sobre texto de Jean Cocteau). Ermonela Jaho (Ella), Rossy de Palma (Marthe). Erwartung-La espera, op. 17 (música de Arnold Schoenberg sobre texto de Marie Pappenheim). Malin Byström (La mujer), Gorka Culebras (El hombre). Entre ambas obras, después del intervalo se interpretó Silencio, “una exploración poética y teatral” de Rossy de Palma y Chirstof Loy sobre diversos textos. Rossy de Palma (la mujer), Christof Loy (la voz). Orquesta titular del Teatro Real (Sinfónica de Madrid). Director musical: Jérémie Rhorer. Dirección de escena: Christof Loy.

   El dolor, la soledad, la angustia y desesperación por el abandono, y por tanto, el silencio que reina a su alrededor, son los sentimientos que comparten las dos mujeres sin nombre, protagonistas de La voz humana de Francisc Poulenc y La espera de Arnold Schoenberg. Dos títulos, sin embargo, de estéticas musicales muy distintas. El Teatro Real las ha emparejado en un interesante programa doble, que constituye el estreno absoluto de la primera y el escénico de la segunda en el recinto de la Plaza de Oriente. A la tragedia lírica de Poulenc y el Monodram de Schoenberg se añadió un «estreno absoluto», una tercera mujer encarnada por la actriz «Almodovariana» Rossy de Palma, que protagoniza Silencio, una exploración poética y teatral, así la llaman sus autores, creada por la propia actriz mallorquina y el director de escena Christof Loy

Ermonela Jaho (Elle) en «La voz humana»

Ermonela Jaho (Elle) en La voz humana

   Con protagonismo de su cantante fetiche Denise Duval, Francis Poulenc estrena La voz humana en la Sala Favart parisina el 6 de febrero de 1959, basada en la obra de teatro del mismo nombre de Jean Cocteau. El orgánico orquestal es respetable, pero el formato de la orquestación es camerístico, con esos colores, nuances y detalles propios de la música francesa y que nunca tapa a la protagonista, una actriz-cantante. Un relato sobre la «comunicación deshumanizada», que encarna una mujer abandonada por su amante, que va a casarse con otra,  tras cinco años de relación y que tiene como consuelo postrero la última conversación telefónica con él, tras haberse intentado suicidar la noche anterior. Esa falta de contacto físico con el interlocutor aumenta su desolación y facilita las cosas a quien le ha abandonado. Los constantes cortes y problemas de la línea, que al parecer eran habituales en la red telefónica francesa, aumentan el sufrimiento de la mujer. 

   En principio la vitola de actriz-cantante con la que cuenta la soprano albanesa Ermonela Jaho se antojaba apropiada para la creación de Poulenc, pero resulta que la escritura vocal, salvo muy puntuales ascensos al agudo, discurre por la franja central y grave, justo las zonas más deterioradas y sordas de la voz de Jaho, que nunca ha destacado, precisamente, por su caudal y riqueza tímbrica. Con un grave inexistente y un centro sin cuerpo, ni brillo, ni color, la soprano sólo gana timbre en los escasos ascensos. La sensación de falta de presencia vocal es constante y penaliza la variedad de matices y expresión de estados de ánimo que vive el personaje. Queda la entrega de la soprano, ciertos acentos, su desenvoltura en escena, paseando atribulada por el escenario con el teléfono y arrastrando unos interminables cables, así como el efecto del momento en que se toma la sobredosis de tranquilizantes para caer exánime al final cuando del teléfono ya sólo surge el silencio. Una creación respetable, sin duda, que a mí no me llegó, pero sí a sus muchos seguidores, que son particularmente abundantes entre el público del Teatro Real. 

   Espléndida, sin embargo, me pareció la interpretación vocal y dramática de la soprano Malin Byström en La espera de Arnold Schoenberg. Algo desguarnecida en el grave, pero de centro carnoso, redondo y bien timbrado y ascensos con plenitud sonora, la soprano sueca no tuvo problema para sobrepasar la suntuosa orquestación. Asimismo, la Bystrom ofreció toda una lección de acentos y dominio del sprechgesang, técnica que se sitúa entre el canto y el habla, junto a una bien calibrada expresión dramática. Todo ello desde la naturalidad, sin excesos, ni caras extrañas o forzadas, para transmitir «con verdad» el sufrimiento, la neurosis de esta mujer, que le lleva al delirio y la pesadilla, pues su amado no ha acudido a la cita y no sabe nada de él durante varios días y sus angustiosas noches.

   En el añadido titulado Silencio, que se interpretó después del descanso, antes de la obra de Schoenberg, la actriz Rossy de Palma, con un aparatoso atuendo de cola interminable, parece abandonada el día de su boda, departe sobre el amor y desamor, en lo que parece una reivindicación contra el «amor fou» y por relativizar el fin de una relación. Si se va un amor, ya vendrá otro. En este monólogo, a telón bajado y con intervención de la voz del propio Loy, de apenas 15 minutos de duración, se utilizan textos de diversos autores, entre los que se distinguen los de Salomé de Oscar Wilde, usados por Richard Strauss en su magistral ópera e incluso de Luis Fernández de Sevilla y Anselmo Carreño, autores del libreto del sainete en un acto de 1929 Los Claveles de José Serrano. Rossy de Palma desgrana su peculiar arte, su indiscutible personalidad e incluso se atreve a intentar cantar la espléndida romanza «Que te importa que no venga» de la obra citada, ejemplo de la inagotable vena melódica de José Serrano.  

Malin Byström (Eine Frau), en La espera (Erwartung)

Malin Byström (Eine Frau), en La espera (Erwartung)

   Christof Loy repite su blanco agresivo de las puestas en escena de Capriccio y Arabella, vistas en el Real, lo que en principio no casa con La espera, en la que la oscuridad es fundamental y se apela constantemente en el libreto. Loy sitúa ambas obras en un piso, cuasidesnudo de en el caso de La voz humana, para permitir el largo deambular de Jaho y la importancia del teléfono y sus largos cables. Rossy de Palma como su amiga Marthe también está presente. Mucho más opulento el apartamento que acoge La espera, ricamente ornamentado y con un suntuoso jardín que aflora desde el balcón y que parece simbolizar ese bosque que plantea el libreto. De todos modos, la obra de Schoenberg y Pappenheim se desenvuelve en el terreno onírico, sin una especificidad espacio-temporal clara. El hombre, interpretado por Gorka Culebras, que aparece muerto en el apartamento, se levanta, se pasea por el escenario y tras amanecer, finalmente entra por la puerta vestido como si viniera de cualquier sitio y es amenazado por la mujer con un cuchillo dejando abierto y a la imaginación de cada uno lo que realmente ha ocurrido. 

   Aparte de la vistosidad de la escenografía -a cargo del propio Loy y Guadalupe Holguera- cabe valorar el elaborado movimiento escénico y trabajada dirección de actores. 

   Notable dirección musical de Jérémie Rhorer, especialmente en la obra de Schoenberg, pues fue capaz de resaltar la opulencia de la orquestación, pero también la filigrana camerística, así como la fuerza dramática del monodrama, obteniendo una buena respuesta de la Sinfónica de Madrid, que sonó con asumible transparencia y estimables empaste, brillo y color. Algo más plana, aunque también meritoria, resultó la labor de Rhorer en La voz humana, donde no pudo superar totalmente la falta de refinamiento tímbrico de la orquesta, además de faltar un punto de sensualidad. Es justo resaltar la buena prestación de la orquesta teniendo en cuenta que se alterna con las funciones de La pasajera, que aún no han terminado.  

Fotos: Javier del Real / Teatro Real

Rossy de Palma (La mujer), en Silencio

Rossy de Palma (La mujer), en Silencio

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