"Personalmente, en análisis global y con todos los matices expuestos, mi valoración es positiva y que nadie se pierda esta maravillosa creación que a saber cuándo podremos volver a disfrutarla".
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 2-II-2017. Teatro de La Zarzuela. La villana (Amadeo Vives). Nicola Beller-Carbone (Casilda), Angel Ódena (Períbáñez), Jorge de León (Don Fadrique, Comendador de Ocaña), Rubén Amoretti (David/El Rey), Milagros Martín (Juana Antonia), Ricardo Muñiz (Miguel Ángel), Sandra Ferrández (Blasa), Román Fernández-Cañadas (Un Licenciado). Coro titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid (titular del Teatro de la Zarzuela). Dirección Musical: Migual Ángel Gómez Martínez. Dirección de escena: Natalia Menéndez sobre una escenografía de Nicolás Boni.
Ante todo, hay que agradecer la vuelta de una obra de la enjundia de La villana de Amadeo Vives al escenario del Teatro de La Zarzuela. Una de sus finalidades como teatro público, que lleva el nombre de nuestro género lírico y tiene como responsabilidad su cuidado y divulgación, debe ser representar esas obras menos habituales y que reúnen una enorme calidad, como es el caso, en el que se combinan el talento del músico nacido en Collbató con el de uno de nuestros literatos más ilustres, Lope de Vega.
Se ha comentado mucho en los días previos si no se daba la obra en su integridad, si se cortaban los diálogos (de escasa duración en el original), si se adulteraba la obra… En primer lugar, hay que decir que en el apartado musical, la misma se ofrece en una edición crítica con todas las garantías, a cargo de Óliver Dïaz, director musical titular del teatro y que, además de autoridad y rigor musical, valora enormemente la obra. Asimismo, la producción cuenta con una magnífica labor de Miguel Ángel Gómez Martínez, que al frente de una orquesta llena de carencias y limitaciones (esto no es nuevo) y que literalmente “no puede con la obra”, consigue exponer la tan depurada como inspirada orquestación de Vives y lograr momentos tan destacables como el primoroso, delicadísimo, bellísimo acompañamiento de esa gema de la partitura que es la romanza de Casilda “La capa de paño pardo”. Una dirección que revela un intensísimo trabajo con la orquesta por parte del veterano director, que consigue templar la misma, que su característico sonido áspero, basto, con una cuerda escuálida y unos metales estridentes, se torne en detallista, obtenga momentos de refinamiento, cree atmósferas, además de progresión y tensión teatral.
Por tanto, el apartado musical estuvo impecablemente servido, otra cosa es el pobre nivel de la orquesta, -no así el coro que, como siempre, demostró sus calidades habituales, su empaste y afinidad total con este repertorio-, pero esto no algo novedoso. Desde luego, la dirección del teatro debería ocuparse de ello. Otro de los problemas de esta ambiciosa creación que es La villana, es la tremenda exigencia del reparto con unos papeles protagonistas de enorme dificultad vocal y gran exigencia expresiva. Se necesitan, indiscutiblemente, voces de fuste, pero no sólo eso.
Nicola Beller-Carbone es una soprano precedida por su prestigio de actriz-cantante en repertorio operístico fundamentalmente de período moderno y contemporáneo, pero que naufragó totalmente en el papel de Casilda. Pudo escucharse un sonido deshilachado, con un centro agujereado, completamente sordo y un registro grave tan desguarnecido como bronco en la búsqueda por parte de la cantante de resonancias espúrias. Una voz mal impostada, que sólo gana timbre en una franja aguda no exenta de notas ácidas y desabridas. La soprano, asimismo, es incapaz de traducir todo el lirismo de su bellísima parte, ni una frase, ni un dibujo o arco melódico… El papel de Casilda corresponde a una vocalista genuina, toda su sensualidad, toda su dignidad de villana honesta e íntegra, está transmitida mediante la línea canora y escritura vocal. Jorge De León, después de su gran triunfo en el Teatro Real hace unos años como Andrea Chénier susituyendo en algunas funciones a Marcelo Álvarez, está realizando una importante carrera internacional en papeles de tenor spinto, una cuerda prácticamente huérfana en los últimos años. El tenor canario es capaz aún de emitir sonidos restallantes, muy timbrados, aunque ya sin ese brillo y punta de hace años, pero su fraseo es tan vulgar como aburrido, tan basto como pedestre y falto de matices. Un tenor que no se baja del forte y que, por ejemplo, en una pieza tan bella y delicada como la endecha del primer acto “Sus ojos me miraron” sustituye el lirismo ensoñador, el canto dolce y la expresión amorosa por la virilidad más desbraguetada y estentórea. Una voz importante, sin duda, como pide el papel, con sonidos que todavía impactan en sala, pero una expresión de un solo trazo que sólo transmite la altivez, la arrogancia, el vigor masculino y el abuso de poder de quien no puede asumir una negativa de alguien inferior a él en la escala social. Porque el comendador seguramente será un devorador sexual, pero Casilda le ha deslumbrado y su línea vocal expresa pasajes de la más evocadora efusión lírica, declaraciones de amor sincero hacia la villana que le ha embrujado.
Otra voz importante, robusta, recia y sonora, la del barítono tarraconense Ángel Ódena encarnó a Períbáñez. A diferencia de su colega tenoril, en muchos momentos intentó arrumbar la brocha gorda para coger el fino pincel. No siempre el resultado es positivo, ni los pianos o medias voces quedan impecablemente resueltos, pero hay que valorar, por supuesto, las buenas intenciones. Asimismo, su caracterización resultó notable con una muy creíble encarnación del villano digno, orgulloso y noble, celoso de su honor, expresada por el barítono con una sinceridad y entrega absolutas. Un papel largo y fatigoso con una tesitura onerosísima y que culmina con una tremanda escena final “Señor, aunque villano” llevada por la batuta con un tempo muy rápido y que Ódena solventó de forma meritoria y logrando notas agudas de gran pegada en teatro. El mejor entre los protagonistas que mostraron abundantes carencias ante unos papeles de gran dificultad, pero no se puede dudar de que son nombres de prestigio y bagaje. Intachable, como en él es habitual, la templanza y sentido de la línea de Rubén Amoretti en el doble papel de el judío David y el Rey Enrique III de Castilla, que como era propio en estos dramas de honor imparte justicia al final perdonando al villano y proclamando la justicia de su acto -asesinar al comendador- en defensa de su honor, porque “¡También los villanos entienden de honor!”.
Después de analizar los aspectos musicales y vocales de este regreso a los escenarios de La villana, resta el escénico. Cierto es que el diálogo se ha visto muy recortado, pero no lo es menos que es muy breve en el original (Decíamos que Vives había cuidado en esta ópera, que como tal puede considerarse, pues es brevísima la parte hablada” puede leerse en la crítica de Luis Gabaldón del estreno de la obra publicada en ABC el 2 de Octubre de 1927 conforme recoge el libreto-programa de estas funciones). También que se añaden personajes y algún pasaje hablado. Todo ello es discutible. La escenografía de Nicolás Boni no pasará a la historia, pero al menos es grata a la vista y apropiada a los escenarios y la historia que se cuenta. La dirección de escena de Natalia Menéndez es un tanto estática, pero eficaz. No resulta muy profunda y eleborada en la caracterización de personajes, pero es suficiente. La iluminación es apropiada y cierto es que el montaje no va más allá ni arriesga, pero es válido para seguir la obra y exponerla con dignidad. Para algunos puede resultar un montaje insuficiente y trivial, pero ya sabemos de qué modo se saldan muchas veces esos “riesgos” y “experimentos” escénicos. Personalmente, lo encontré correcto y funcional. Tal y como están las cosas hoy día en el apartado escénico del mundo lírico, no está de más proclamar: “¡Virgencita, que me quede como estoy!”.
Por tanto, una vez analizados los aspectos musical, vocal y escénico de este regreso después de 32 años al escenario del Teatro de la Zarzuela de una obra, que cada uno valore si el mismo se ha producido en las mejores condiciones. Personalmente, en análisis global y con todos los matices expuestos, mi valoración es positiva y que nadie se pierda esta maravillosa creación que a saber cuándo podremos volver a disfrutarla.
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