Crítica de La vida breve de Falla en el Teatro Monumental, con la Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE bajo dirección de Guillermo García Calvo
La «angustia» como hilo conductor
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 9-II-2024. Teatro Monumental. Ciclo Clásica Monumental. Concierto A11. Obras de Juan José Colomer (1966) y Manuel de Falla (1876-1946), La vida breve. Carmen Solís, soprano (Salud); Cristina Faus, mezzosoprano (la abuela); Aquiles Machado, tenor (Paco); Esmeralda Espinosa, mezzosoprano (Carmela); Carmelo Cordón, barítono (Manuel); Óscar Fernández, barítono (El tío Sarvaor); César Arrieta, tenor (Voz de la fragua); María Mezcle, cantaora; Juan Manuel Cañizares, guitarra; Antonio Najarro, bailaor; Raquel González y María del Mar Martínez, sopranos (vendedoras); Amparo Zafra, contralto (vendedora); Matías Álvarez, tenor. Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE. Marco Antonio García de Paz, director del Coro RTVE. Guillermo García Calvo, director.
Por resumir, un «encargo» y un «concurso» son las razones por las que el destacado compositor valenciano Juan José Colomer y el gaditano universal Manuel de Falla dieron vida a sus respectivas composiciones. El encargo de la Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE sobre el confinamiento en la pandemia del Covid y el homenaje a sus víctimas, dio como resultado la obra Air in Light of Darkness [Aria a la luz de la oscuridad], que no se había podido estrenar hasta ahora. Aunque en la obra se percibe la angustia, en realidad es vitalista, dado que finalmente no se renuncia a la esperanza.
La parte coral inicialmente se basa en textos -Lacrimosa- de las misas de réquiem y, finalmente, en parte de los textos de Light in the Darkness [Luz en la oscuridad], del poeta romántico inglés George Heath (1844-1869), en los que se alude al consuelo proporcionado por las relaciones humanas entre pacientes, familiares, amigos y personal médico. En la densa orquestación, lucen y se aprovechan todas las secciones, resaltando la funcionalidad de la cuerda al completo -como demostración de las pulsiones del organismo- y de los metales -cuyo sonido es asimilable al destino, o a la inexorable enfermedad-.
El coro proporcionó de forma muy transparente este discurso y esta ambientación, naciendo el sonido, la palabra, de la respiración física de sus componentes, así como de la misma forma surgió -del aire, del virus- la enfermedad. Esta especial comunicatividad aprovecha ese doble significado de la palabra «aria». Se ejecutaron adecuadamente, y de forma impactante, los distintos planos sonoros representados por cada cuerda, en donde se repiten de forma múltiple las palabras «one more breath [respira una vez más]», como la metáfora del apego a la vida, o instinto de supervivencia, que todos poseemos.
Cuando llega el solo del flauta, todo se ilumina y el canto del coro se significa por oleadas hacia un fortísimo luminoso, con un repliegue final que lleva la obra nuevamente al principio de forma disipada, relajada. La composición fue muy bien aceptada por el público que aplaudió también al compositor. La detallista interpretación de la orquesta y la implicada dirección de Guillermo García Calvo contribuyeron decisivamente a tal éxito.
La vida breve nació del premio de un concurso de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el de componer una ópera -según los requisitos del concurso- en un solo acto, y que Falla ganó con una obra refinadísima, pero también cruda, desesperada, y de gran envergadura orquestal y canora, cuyo libreto -una gitanilla enamorada, engañada por un señorito- fue ideado por Carlos Fernández Shaw, con ánimos de denuncia social, pero no pudo estrenarse sino en Niza, traducida al francés.
Desde el primer momento, y de forma muy directa, la obra nos pone en situación y va encuadrando el sentir y la psicología de los personajes, así como las voces del coro recrean perfectamente la ambientación del entorno en el Albaicín: una fragua cercana o las vendedoras de un mercado callejero, el colorismo de los hados y el destino, lo que distingue -según el mantra de la obra- a diferenciar nacer yunque de nacer martillo.
Es Carmen Solís una cantante especialista en roles sufridores -Butterfly, Tosca, Nedda, la Dolores, Reyes (protagonista de Entre Sevilla y Triana), etc.-, por lo que no es de extrañar que el personaje de Salud, que bebe los vientos y muere por el bien acomodado Paco, luciera en su canto, en su lirismo y expresividad, gracias a saber sacar a la superficie lo más profundo de su involucración sentimental, compendio de angustia, dolor, amor esperanzado y muerte abrupta.
El personaje de Salud es duro porque casi no abandona el escenario, y aunque sea en versión concierto, no deja de tener que abordar distintos momentos y romanzas en tesituras cambiantes y con una densa orquestación. Solís pudo salir airosa de estas condiciones de contorno y gestionar todos los dramáticos momentos utilizando sus recursos en el hábil manejo de su técnica de soprano lírica y atendimiento a las dinámicas. Su línea de canto nos gustó, sobre todo, en el pasaje «Vivan los que ríen», que ya goza de vida propia como pieza separata en muchos conciertos.
Cristina Faus, con medios vocales muy generosos, y vis actoral muy comunicativa con su «nieta», hizo lucir al personaje de la abuela, significando muy apropiadamente, y sólo con las inflexiones de su voz -sobre todo en el registro más grave-, los malos vaticinios que están por acontecer.
Cuando llega Paco, encarnado con mezcla de hipocresía y falsedad por el experimentado tenor Aquiles Machado, se pone de manifiesto la mentira -ya que él está comprometido con otra mujer de su misma alta clase social- en el dúo de amor con Salud. Él la promete que jamás la olvidará aunque cuando es descubierto se permite echar con malos modos a Salud y acusarla de mentir para salvarse él. Se echó en falta una mayor complicidad dramática, muy alejados entre sí en el escenario, en el dúo de los todavía amantes.
Las prestaciones tanto canoras como de ademanes sugeridos del tío Sarvaor, al que dio vida el barítono Óscar Fernández, fueron francamente mejorables con una voz altisonante, y muy oscilante. Varios de sus momentos hablados no fueron correctamente ejecutados, con una interpretación muy ramplona.
La omnipresente «voz de la fragua» lució en todos los momentos en los que intervino, de la mano del tenor César Arrieta, que aplicó maestría y belleza vocal en la ejecución de su canto legato y excelente proyección, con escucha de un volumen apreciable, aún encontrándose más lejos que el resto de solistas, justo en la zona de la primera fila de sus compañeros de coro.
El Manuel de Carmelo Cordón estuvo muy bien retratado en el sonoro canto y presencia escénica como hermano de la novia rica de Paco, Carmela, que también lució, en su muy corta intervención, por el buen hacer de la mezzosoprano Esmeralda Espinosa.
María Mezcle, cantaora y Juan Manuel Cañizares, guitarra, son en la obra los músicos de la boda de Paco y Carmela. Fueron muy aplaudidos por encarnar de forma muy racial y auténtica el toque de folclorismo -que también es intrínseco a esta obra maestra- por esa admirable integración en la ópera, tan bien conseguida por Falla. La participación del bailaor Antonio Najarro, fue vitoreado por el público por su baile y por su maestría con las castañuelas y el gran capote que dominó de forma muy plástica, lo que nos hizo recordar que también el gran Frühbeck de Burgos (1933-2014) incluía en esta obra una bailaora cuando dirigía esta pieza fuera de España.
En cuanto a la dirección de García Calvo y el quehacer de la orquesta, fueron adecuadamente comedidos en volumen, estando el maestro siempre pendiente de los cantantes, intentando siempre indicar algunas entradas en sitios complicados. El interludio orquestal fue dibujado con la belleza que merece, cuidando los colores y las tímbricas. La famosísima y trepidante danza española lució de forma especial, sin excesos, enriquecida con la contribución del bailaor. Al tratarse en esta ocasión de una versión en concierto, quizá se olvidó un tanto el resalte del discurso teatral, aunque sí estuvo presente una transparencia interpretativa que hizo justicia a los variados planos sonoros de la orquestación y atendió a la ecualización de los volúmenes de cada cantante.
En suma, una versión de La vida breve muy del gusto del público, que acabó aplaudiendo con palmas rítmicas en unísono al estilo andaluz, dentro de un concierto que unificó ambas obras con la «angustia» como hilo conductor para remover nuestros sentimientos, con lleno casi absoluto y largas colas en las taquillas que en un momento dado -si uno se descuida- pueden hacer peligrar la entrada a la butaca con la puntualidad requerida.
Fotos: OCRTVE
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