Crítica de Raúl Chamorro Mena de La verbena de la Paloma en el Teatro de la Zarzuela, bajo la dirección musical de José Miguel Pérez-Sierra y escénica de Nuria Castejón
La verbena de la Paloma en versión genuina
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 10-V-2024, Teatro de la Zarzuela. La verbena de la Paloma o El boticario y las chulapas o Celos mal reprimidos (Tomás Bretón). Con el prólogo cómico-lírico Adiós, Apolo con texto de Alvaro Tato. Antonio Comas (Don Hilarión), Carmen Romeu (Susana), Milagros Martín (Señá Rita), Borja Quiza (Julián), Gerardo López (Don Sebastián), Ana San Martín (Casta), Gurutze Beitia (Tía Antonia), Sara Salado (Cantaora), Rafa Castejón (Tabernero), Mitxel Santamarina (Sereno). José Luis Martínez (inspector). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: José Miguel Pérez-Sierra. Dirección de escena: Nuria Castejón.
Siempre resulta un acontecimiento la reposición de una obra maestra tan emblemática de la música y cultura española como La verbena de la paloma con música de Tomas Bretón y libreto de Ricardo de la Vega. Así lo ha certificado el público agotando las localidades para todas las funciones. Obra cumbre del llamado «género chico», por la duración de las obras en el sistema del teatro por horas del que fue templo absoluto de este género, el Teatro Apolo, que estaba situado en la Calle de Alcalá de la capital de España. Paradigma del sainete, que hunde sus raíces en el siglo XVIII con figuras como Ramón de la Cruz y González del Castillo y que había reaparecido en en los años 70 del siglo XIX, como explica Víctor Sánchez Sánchez en su bien elaborado artículo del programa de mano, La verbena de la paloma suma a la expresión de la vida cotidiana propia del género y la crítica social también característica, unos personajes bien perfilados y ese realismo tan inherente a la literatura y teatro lírico del último cuarto del siglo XIX. En este emblema del sainete madrileño encontramos el viejo verde, la encarnación del floreciente proletariado urbano -Julián, cajista de imprenta, que «gana cuatro pesetas y no debe ná»- , el auge de lo científico tan en boga en el final del XIX y principios del XX –«Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad» o el éxito tradicional del flamenco en Madrid, representado por el inspiradísimo cuadro de la cantaora. Sin embargo, la creación de Bretón y de la Vega es particularmente original dentro del sainete, pues el salmantino, que era uno de los partidarios de la creación de una ópera española por considerar el género lírico español por antonomasia de menor prestigio, concibe una partitura de altos vuelos, plena de creatividad y una riqueza y complejidad musical inaudita en el género chico. Una de las muchas pruebas de ello, es la existencia de sólo un número musical para un único solista, las coplas de Don Hilarión, frente a unas escenas de gran complejidad con la intervención de numerosos intérpretes y en las que Bretón combina y encauza magistralmente los aires populares como la seguidilla, la mazurka y la habanera con las influencias de los grandes compositores de teatro lírico decimonónicos.
Para completar la corta duración de La verbena de la Paloma, en esta reposición se ha completado la sesión con un prólogo de nueva creación, a cargo de Alvaro Tato, llamado Adiós, Apolo que se encardina con una especie de homenaje a la familia Castejón. Jesús -al que escuchamos en un breve pasaje como voz radiofónica- y Pepa Rosado, tantas veces Don Hilarión y Tía Antonia -tuve la suerte de verles a los dos en ambas creaciones- y sus hijos Nuria, como responsable de la puesta en escena y Rafael, intérprete del Director de escena en el prólogo y del tabernero en la zarzuela de Bretón. Este prólogo evoca los minutos previos a la representación de la magistral obra en la última noche del Teatro Apolo, antes de su cierre para ser sustituido por la sucursal de una entidad bancaria. No le hubieran venido mal diez minutos menos a este prólogo, pero, la verdad, resultó aceptable, suficientemente dinámico, con diálogos rápidos y chispeantes y la inclusión de varios números musicales que representan la variedad del género chico, del que fue paladín el Teatro Apolo. De esta forma, pudieron escucharse los valses de Neptuno de El año pasado por agua y del Caballero de Gracia de La Gran vía, ambas de ese puntal del género que fue Federico Chueca, junto a pasajes de El sobre verde de Guerrero, El pobre Valbuena de López Torregrosa y Valverde, La gente seria de Serrano y El bateo, también de Chueca, que hicieron algo más ameno este preámbulo.
Corresponde subrayar, que resulta apropiado y más teniendo en cuenta que la anterior ocasión fue en el proyecto Zarza con una estrambótica dramaturgia, que el Teatro de La Zarzuela proponga en esta reposición La verbena de la paloma en toda su autenticidad. Con bellos, detallados y realistas decorados de Nicolás Boni, que encarnan con fidelidad un barrio de La Latina en la época del libreto, y atractivo vestuario de Gabriela Salaverri, la puesta en escena de Nuria Castejón nos presenta la obra maestra en su veracidad, conforme a libreto y un desarrollo elegante, ligero y resuelto. Bien es verdad, que en algunas ocasiones hay demasiada gente sobre el escenario y no todas las coreografías resultaron brillantes y apropiadas, pero lo cierto es, que las masas estuvieron eficazmente movidas y la trama se desenvolvió con fluidez, como adecuado engranaje sobre el que se desarrolla el impecable libreto de Ricardo de la Vega. Al menos, para el que firma estas líneas, siempre es grato volver a ver sobre el escenario chulapas, mantones de manila, chaquetillas cortas o el sereno con su chuzo, cuando se representa la cumbre del sainete madrileño.
La voz redonda y bella de Carmen Romeu puede considerarse un lujo para la Susana, muy bien caracterizada, además por la soprano valenciana, que también lució sus dotes de actriz en las ropas de la sufragista feminista del prólogo. Milagros Martín, toda una dilatada trayectoria en la Zarzuela, antes Susana, ahora Señá Rita, con ese registro grave, un tanto prefabricado, pero efectivo, junto al dominio de las tablas y del lenguaje del sainete al servicio de este magnífico personaje, castizo y bondadoso, que vela por Julián. Encontré a Borja Quiza un tanto aparatoso y estentóreo en lo vocal, por lo que se impusieron sus condiciones actorales en su Julián. No me terminó de convencer el Don Hilarión de Antonio Comas, correcto como cantante, con modos y medios vocales modestos próximos al musical, ágil, quizá demasiado, en escena. Más que un anciano boticario madrileño, emblema del viejo verde, me pareció una especie de rijoso Maurice Chevalier desembarcado en Las Vistillas. Gerardo López extrajo todo el jugo a Don Sebastián, merced a los intencionados acentos y nítida articulación del texto. Casi inaudible Ana San Martín en la Casta y dominador del diálogo Rafa Castejón, tanto como director de escena en el prólogo en un castizo tabernero que extrae todo el juego a los parlamentos «no sabe comprimirse» y el «hombre que no se comprime…». Magnífica Sara Salado en la Soleá «En Chiclana me crié» y en su justo punto de comicidad la Tía Antonia de Gurutze Beitia. El sereno de Mitxel Santamarina expresó apropiadamente la crítica social, tan habitual en el sainete y que encarna fundamentalmente este personaje en la creación de Bretón y De la Vega.
No se le puede negar cierto brío a la dirección de José Miguel Pérez-Sierra, pero su labor fue globalmente más bien de trazo grueso. Si no se coge el pincel fino para sustituir a la brocha gorda, se escapan los matices, los detalles, de la refinada, depurada y rica orquestación del Maestro Bretón, además de escucharse un sonido orquestal áspero y borroso. El coro se mostró sonoro, auténtico y dominador en su gran momento, las seguidillas «Por ser la Virgen de la Paloma».
Fotos: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
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