Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 23-II-2019. Teatro de la Zarzuela. Proyecto Zarza. La verbena de la Paloma (Tomás Bretón). Antonio Buendía, Etheria Chan, Lara Chaves, Laura Enrech, José Luis Fernández, Cielo Ferrández, Nuria Pérez, Lara Sagastizábal, Mitxel Santamarina, José Miralles, Clara Muñiz, Luis Maesso, Ema Hubackovà. Octeto formado por Jorge Díaz e Iria Rodríguez (violines), Adrián Arechavala (violonchelo), Raquel de la Cruz (contrabajo), Carmen Terol (flauta), Roberto Fernández (percusión) y Aarón Carrión (acordeón). Piano y dirección musical: Óliver Díaz. Dirección de escena: Pablo Messiez
Efectivamente, así calificaba el Maestro Óliver Díaz en el coloquio posterior a la representación del Sábado día 23, lo que ofrece el proyecto Zarza del Teatro de la Zarzuela, que por tercer año consecutivo programa uno de los pilares del repertorio zarzuelístico «por jóvenes y para jóvenes». Involucrar al director musical del teatro es una importante muestra del total apoyo al proyecto por parte de Daniel Bianco y contar con un músico del talento y rigor de Óliver Díaz resulta toda una garantía. Empezando por la adaptación que realizó de la partitura a un octeto con la presencia originalísima de un acordeón. No es nada fácil adaptar una orquestación de tanta calidad y riqueza –que incluye el uso de leitmotivs- como la de Bretón a un conjunto de apenas ocho músicos más el propio Díaz que tocó el piano, además de dirigir. ¡Y cómo lo tocó!, fabuloso resultó el acompañamiento a la cantaora (en esta ocasión desdoblada en dos, Cielo Ferrández y Clara Muñiz -ambas con más intenciones que voz- al igual que otros personajes están desdoblados) y la gran factura de la labor musical del director titular del teatro, que nos dejó con muchísimas ganas de verle dirigir La verbena de la paloma con su orquestación genuina.
Aún consciente de que estamos ante algo diferente y que se ofrecía una «versión» libre del libreto de la inmortal obra -afortunadamente la música estaba completa, algo que es una máxima de este proyecto conforme recalcó el propio Daniel Bianco en el referido coloquio- cuesta mucho ver esta joya de nuestro género lírico desprovista de su fundamental casticismo madrileño, que ni es rancio, ni nada parecido, es de la mejor ley, veraz y auténtico. Una de las intérpretes comentó en el tantas veces aludido encuentro con el público al finalizar la función, que al acercarse a esta obra y como madrileña de nacimiento, había descubierto elementos que estaban en su ADN sin saberlo. Justamente esa misma sensación tuve yo cuando siendo adolescente descubrí La verbena de la paloma y otras joyas del sainete madrileño. Tampoco estaba ya “vigente” en la vida cotidiana ese casticismo, pero lo aprecié como algo auténtico, propio de las clases populares urbanas del Madrid de finales del siglo XIX. Es verdad que actualmente la mayoría de la juventud no está dispuesta a profundizar, rige lo inmediato, lo superficial y la escasa «querencia» a cultura, por lo que se comprenden estas iniciativas para intentar atraerla hacia un género que apechuga con sambenitos injustos y por lo menos lo conozcan, aunque sea a cambio de desnaturalizar las obras.
En esta ocasión, Pablo Messiez ambienta la genial creación de Tomás Bretón y Ricardo de la Vega en una especie de centro cultural actual con gimnasio y piscina. Los jóvenes se encuentran alterados por el calor sofocante (se mantiene ese elemento esencial de la obra) del Agosto madrileño. «Por jóvenes y para jóvenes», por lo que desaparecen tipos fundamentales como el del viejo verde, Don Hilarión, el boticario (aquí encarnado por un chaval que parece representar la ambigüedad o, mejor dicho, la variedad de opciones sexuales), que agasaja a las dos chulapas, la Casta y la Susana, que «se dejan querer» alentadas por su tía, la tía Antonia, carácter descarado, chulesco y con voz cazallera, que en esta ocasión es otra jovencita, amiga de las dos chulapas. Don Sebastián desaparece y su dúo con Don Hilarión «Hoy las ciencias adelantan» (que entronca con los avances científicos propios del siglo XIX) es interpretado por todo el joven elenco, que al mismo tiempo que cantan los números musicales hacen gimnasia, Tai-Chi, danza... todo ello con un aire de musical americano (Fama en lugar de casticismo madrileño). El fenómeno de la inmigración, la tradicional acogida por parte de la ciudad, se representa por el personaje de Marta, la asistenta de la directora del centro cultural, que es china, pero capaz de amar el género como nadie. Lo demuestra interpretando la canción de paloma de El barberillo de Lavapiés y la imponen un mantón de manila. Los personajes, por así decirlo, tradicionales, aparecen a mitad de la obra, la Señá Rita, con su mantón, y Julián, ambos con trajes típicos, interpretan la escena junto a la casa de las chulapas con movimientos exagerados, sin moverse del sitio, tributarios del teatro de Robert Wilson.
El elemento de crítica social y política, fundamental también en el sainete y representado por el personaje del sereno, es aquí sustituido por un limpiador (bien interpretado por Mitxel Santamarina), que termina su intervención aludiendo a Vox y saludando brazo en alto. No podían faltar las proyecciones, que no aportan nada
Del elenco lo más destacable es la frescura y el entusiasmo, ya que poco puede decirse de la las voces -sin presencia ni proyección, propias del musical-, pero transmiten lozanía, entrega y motivación al abordar un emblema de la zarzuela en el teatro que lleva el nombre del género. Asumido que se viene a ver algo distinto, a una versión de La verbena de la paloma, «modernizada» y con la que se pretende acercar la obra a la juventud, el espectáculo se contempla con cierto agrado, resulta dinámico y suficientemente ameno. Además, estamos ante una obra maestra tan perfecta, que admite casi todo. Si con estos planteamientos se consigue que algunos jóvenes se acerquen a la obra, al sainete en particular y a la zarzuela, en general, estupendo. Asimismo, además de la magnífica labor musical del Maestro Díaz, ver a un elenco tan joven y entusiasta implicado con la zarzuela resulta grato, aunque, en mi opinión, privar de sus esencias a una joya del teatro lírico español como La verbena de la paloma no es el camino.
Foto: Javier del Real
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