"Los cuestionables chistes con que el autor asturiano salpica la obra, no hicieron ninguna gracia al público, que atónito no podía creer lo que estaba viendo y respondía con un silencio sepulcral en el patio de butacas ante la chabacanería que estaba presenciando".
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo. 15-III-2018. Teatro Campoamor. XXV Festival de Teatro Lírico Español. La verbena de la Paloma, Tomás Bretón. Enrique Baquerizo, Emilio Sánchez, Javier Franco, Marina Pardo, Amparo Navarro, Mª José Suárez, Amelia Font. Oviedo Filarmonía. Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Pablo Moras Menéndez, director de coro. Maxi Rodríguez, versión y director de escena. José María Moreno, director musical.
Cuando pensábamos que el Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo ya había tocado fondo, nos vuelve a sorprender con otro espectáculo más infame si cabe. Si la idea del Ayuntamiento de Oviedo es echar por tierra el género lírico nacional, no tiene más que continuar con este camino que ya empezaron a trazar la temporada pasada cuando eliminaron de un plumazo la tercera función de cada título y se empezaron a programar obras con una fuerte carga ideológica encargadas a seguidores acérrimos del régimen que gobierna ahora la capital asturiana. Ante las suspicacias levantadas, se justifican ahora argumentando que hay que modernizar el género para generar audiencia, y me pregunto ¿no había ya público que siempre llenaba la tercera función que ellos mismos suprimieron? Porque las entradas para la zarzuela en Oviedo se agotan. Y esa excusa de acercar el público a la zarzuela ¡pero si lo que hacen NO es zarzuela! A quien asista a espectáculos del tipo “¡Cómo está Madriz!”, representado en el Campoamor en 2016, la esperpéntica “Maharajá” de 2017 o el propio “El cantor de Méjico” en esta misma temporada, no se le está ofreciendo zarzuela, sino espectáculos con música, que pueden gustar más o menos, pero que de ninguna manera son Zarzuelas, por mucho que las incluyan en la programación del Festival. Por tanto, el eventual nuevo público que se pueda generar (y que además no tendría cabida física en el coliseo, siempre abarrotado) no será el que se acerque a nuestro género lírico por antonomasia sino el que simplemente ocupe asientos en el Teatro Campoamor para pasar un rato, como mucho entretenido, que es lícito, pero no viendo zarzuela. Ante la avalancha de críticas tratan de tildar de “puristas” o “conservadores” a los que denuncian estas cuestiones para tratar de enmascarar en realidad el tema subyacente a todo esto y lo que es realmente relevante: el adoctrinamiento político.
Empecemos por los saludos de rigor por la megafonía del teatro que desde primeros de año se incluyen en “llingua” y que siempre generan polémica, con abucheos y pateos por buena parte del respetable, a los que intentan ahogar algunos aplausos. Una pretendida lengua inventada y que no es cooficial (aún…), pero que sirve para generar entre los asturianos un posible dilema para hacerles creer que si no están a favor de ella es que no son dignos en esta tierrina. Que no les confundan, la “llingua” no existe y por ende, nadie la habla, es un invento político, que deberemos aprender en una academia si todo esto sigue adelante, que además dejará muy mermadas las arcas públicas del Principado y que nada tiene que ver con las tradiciones de Asturias. Los Bables, esos sí que se hablan en determinadas zonas y por supuesto que hay que proteger y conservar, eso sí es cultura asturiana. Pero intentar confundir para sacar tajada política ahora que se tiene poder, es mezquindad.
Encontraron un buen escaparate para transmitir todas estas ideas en el Festival de Zarzuela de Oviedo, como reza el encabezamiento de toda la cartelería del Festival de Teatro Lírico Español de la capital asturiana, no en vano es el segundo más importante del mundo y goza en la ciudad de una tradición de 25 años. Pero mientras intentan hundirlo no dejan de aprovechar la ocasión para utilizarlo a su antojo. Han contratado para esto al dramaturgo asturiano Maxi Rodríguez, ya en nómina desde la temporada pasada con su “Maharajá”, una pseudozarzuela de nueva creación de carácter meramente político, que ahora vuelve con una versión libre de “La verbena de la Paloma” y que ya tiene en marcha otra nueva para el próximo año. Ha demostrado con creces que no sabe lo que es Zarzuela, pero ahí sigue.
“La verbena de la Paloma o El boticario y las chulapas y Celos mal reprimidos” es una obra modélica del Género chico en su variante de Sainete lírico estrenada en 1894. Si ha sobrevivido prácticamente un siglo y cuarto en escena y sigue siendo una de las obras más programadas y aplaudidas del género será por algo. ¿Una obra maestra necesita maquillarse? ¿Algún osado cree poder mejorar por ejemplo “El Quijote”? Una cosa es hacer una adaptación y otra es desvirtuar el original hasta extremos irreconocibles. Además, si en tanta estima tiene uno a sus propias capacidades creadoras y tan seguro está de sí mismo, que lleve su propuesta hasta el final y no se quede en la provocación de cambiar la ambientación, época y lugar (del texto hablaremos luego) y que demuestre que es capaz de seguir con su idea durante toda la obra y no recurrir a los elementos originales cuando le conviene porque no sabe salir del entuerto en donde él mismo se ha metido.
Algo parecido ocurrió con una “Bohéme” que presencié en diciembre en el Teatro de la Ópera de la Bastilla de París, ya comentada en CODALARIO, donde la acción transcurría entre una nave espacial y el propio espacio exterior, también esperpéntico, pero que le hubiera dado un margen si hubiese visto a marcianos en escena y demás elementos extraterrestres que sustentaran la arriesgada opción, sin embargo Claus Guth agotó su imaginación buscando polémica en lugar de recursos que soportaran su historia hasta el final; no supo por ejemplo cambiar la escena del tradicional café parisino con sus clásicas sillas y mesas, ni la aparición de los niños con Parpignol. Si arriesgas, hazlo hasta el final y con todas las consecuencias, y si no puedes mejorar algo, déjalo como está. Esta máxima es la que debería tener en cuenta Maxi Rodríguez, sobre todo en terrenos tan desconocidos para él como es el mundo de la zarzuela.
En “La verbena de la Paloma, pensión completa” de Rodríguez, se traslada la acción a nuestros días a la zona de piscina de un sencillo hotel de Benidorm ocupado por huéspedes del Imserso ¡Dónde quedó el barrio de La Latina en el Madrid finisecular con sus personajes castizos! Muestra a unos pensionistas ataviados con colorida ropa, mal conjuntada, a veces ajustada en exceso para sentar mal a cualquier cuerpo, con mucho “animal print”, zapatos de invierno con bañador y mujeres al “estilo choni”, para que me entiendan. Así como Emilio Sagi es el paradigma de la elegancia escénica, Maxi Rodríguez lo es del mal gusto, parece que se regodea en la estética menos favorecedora y vulgar que pueda encontrar.
Para redondear su obra y poder justificar tamaño disparate, Rodríguez ha modificado gran parte del texto original ¡Si Ricardo de la Vega levantase la cabeza! Ruiz Albéniz en su libro de referencia sobre el Teatro Apolo, donde se estrenó la obra original, comenta respecto al texto de Ricardo de la Vega: “Su libro es el del mejor sainete madrileño que vio la escena en todo tiempo… En sus tres cuadros… quedó retratada la vida y el alma de los Madriles de fin de siglo con una sobriedad y al mismo tiempo con una reciedumbre de trazo insuperables”. Rodríguez, que debe creer que sí puede superarlo, ha cambiado además la esencia de casi todos los personajes, se pierde por completo el juego original del viejo verde boticario que pretende ir a la verbena con un par de jovencitas, al ser ahora todos los participantes miembros de la tercera edad y eso que en el libreto original, curiosamente, se especifican los años de cada personaje siendo únicamente Don Hilarión la persona de edad de la trama, por no decir que las muchachas son veinteañeras. Nada del sabor popular y castizo de la obra original, ni de los clásicos personajes tipo, tan sólo la rocambolesca excusa de realizar una verbena madrileña permite ver algún que otro mantón de manila, todo en el entorno de una ciudad costera vacacional. Resulta cuanto menos deprimente oír a Don Hilarión cantar el conocido tema “Una morena y una rubia” en bañador mientras hincha un gran flotador con forma de flamenco. Además, los cuestionables chistes con que el autor asturiano salpica la obra, no hicieron ninguna gracia al público, que atónito no podía creer lo que estaba viendo y respondía con un silencio sepulcral en el patio de butacas ante la chabacanería que estaba presenciando.
Como director de escena, la labor de Maxi Rodríguez dejó también bastante que desear. Mucho tumulto escénico, poca recreación en los momentos más intensos de la obra y ningún número coreográfico trabajado. El coro hacía libremente como podía los movimientos aflamencados y los bailes del chotis o la mazurca que sonaron en la obra, algo inexplicable si tenemos en cuenta la participación de la coreógrafa Estrella García en la producción, claro que esta vez parece que se centró más que en el diseño de bailes en su faceta de actriz como animadora del hotel en un papel creado expresamente para ella y que debía realizar ayudada por amplificación habida cuenta sus escasos recursos vocales, y eso que no tenía intervenciones cantadas. La escena de la soleá no pudo quedar más insípida, en lugar de regodearse en el colorismo español y la fuerza del flamenco, asistimos a una escena oscura, sin baile y sin gracia a pesar de la correcta participación vocal de Marina Pardo como la Cantaora. Justamente el número más español es el que se preparó con más desgana y fue respondido con un mutis del respetable, que no aplaudió.
Y por increíble que parezca, lo más llamativo está por llegar. Como es bien sabido, en la representación de obras del Género chico es habitual interpretar dos zarzuelas distintas separadas por un intermedio debido a la brevedad de las mismas, que rondan la hora de duración cada una, ya que los espectáculos de hoy día siempre sobrepasan ampliamente este tiempo. En esta ocasión, seguramente por motivos presupuestarios, se optó por otra posibilidad no menos común y es prolongar artificialmente la duración de una única obra haciendo así un espectáculo más amplio acorde con lo que el público que ha pagado su entrada espera. La cuestión es que esta ampliación corrió a cargo del asturiano Rodrigo Cuevas que, vestido a lo Freddie Mercury con acordeón en mano y amplificación en la voz, interpretó varios números musicales, empezando por “Los pajaritos”. Como lo leen. Con una orquesta sinfónica en el foso y al servicio de la obra ¿de verdad que no se podía optar por algo más apropiado? Empezó su “espectáculo” dando la bienvenida “a todos y a todas los madrileños y madrileñas” y concluyó en los saludos finales de la zarzuela apareciendo vestido con un traje de flamenca de carnaval y peluca de melena rubia y rizada, eso sí, manteniendo el bigote de Freddie, y con un abanico reivindicativo con la bandera arco iris totalmente fuera de contexto.
En cuanto al elenco, se enfatizó la parte teatral con actores de la tierra, como Antón Caamaño que ejecutó bien su papel de dueño del “Paloma Resort” y otros que también vieron ampliados sus originales papeles secundarios como Fernando Marrot y Roca Suárez como inspector del Imserso, que ejecutaron correctamente sus intervenciones. Enrique Baquerizo como Don Hilarión se alejó de la concepción primigenia del boticario como cantante cómico haciendo mucho más serio su papel vocal y perdiendo así la esencia del personaje. Javier Franco fue un Julián parcamente caracterizado como señor mayor, que comenzó dubitativo con un vibrato excesivo en cada una de las notas y que a medida que avanzaban sus intervenciones fue templando saliendo airoso en el dúo “Ya estás frente a la casa” donde Marina Pardo también mejoró respecto a su primera intervención donde su mala dicción y excesivo engolamiento impedía entender nada de lo que cantaba, en lo teatral sin embargo estuvo estupenda. Amparo Navarro como Susana mostró una bonita voz en sus intervenciones y fue la mejor de la noche en su breve papel. Emilio Sánchez fue un adecuado Don Sebastián, Amelia Font dio muestras como siempre de su saber hacer en escena si bien su papel estuvo un tanto exagerado por cuestiones del nuevo guión y Mª José Suárez apenas tuvo momento para lucirse. El Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, bajo la dirección de Pablo Moras, actuó vocalmente a buen nivel y escénicamente hizo lo que pudo ante la aparente falta de indicaciones concretas en los movimientos en escena, especialmente en los bailables. Cabe mencionar que los papeles de partiquinos femeninos podrían elegirse con más tino. La infrautilizada Oviedo Filarmonía ofreció un preludio vigoroso y acompañó adecuadamente a los cantantes bajo la dirección de José María Moreno, quien quiso celebrar un fin de fiesta al recibir los aplausos sobre el escenario mandando a la orquesta repetir los compases más populares de la zarzuela esperando la complicidad de un público que permaneció estático en sus butacas cual estatuas, sin apenas aplaudir ni dar crédito a lo que acababa de presenciar.
P.D. Insistimos en la necesidad de cuidar más los programas de mano. Igual que ya tomaron nota de nuestro último comentario al hablar sobre “El cantor de México” respecto al olvido de citar a la Orquesta y al Coro en la ficha artística de la primera hoja, cuestión subsanada en este, deberían ahora ser más precisos al citar los números musicales, pues los han divido según los tres cuadros originales de la obra cuando en realidad lo que se nos ha presentado en esta “versión” es un cuadro único no habiendo lugar entonces a tal clasificación.
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