Crítica de Raúl Chamorro Mena de La traviata de Verdi en el Teatro del Maggio Musicale Fiorentino, bajo la dirección de Zubin Mehta, con puesta en escena de Davide Livermore
El ocaso de los Dioses
Por Raúl Chamorro Mena
Florencia, 12-II-2023, Teatro del Maggio Musicale Fiorentino. Festival de Carnevale. La Traviata (Giuseppe Verdi). Aida Garifullina (Violetta), Francesco Meli (Alfredo Germont), Amartuvshin Enkhbat (Giorgio Germont), Anna Victória Pitts (Flora Bervoix), Caterina Meldolesi (Annina). Orquesta y Coro del Maggio Musicale Fiorentino. Dirección musical: Zubin Mehta. Dirección de escena: Davide Livermore.
Después de la cancelación de Nadine Serra –ella, por su parte, manifiesta que nunca firmó este contrato-, esta reposición de la producción de Davide Livermore para la inmortal Traviata verdiana se centraba en la presencia de dos leyendas. Plácido Domingo y Zubin Mehta. La persecución de toda índole que ha sufrido el artista madrileño no impide que siga anunciándose en Europa, y en todo el Mundo, excepto USA, al contrario de lo que expresaba algún programa televisivo tan sectario como indocumentado. Otra cosa es, si a los 82 años de edad, el mítico cantante, que no ha sido condenado por Tribunal alguno y al que profeso admiración pues me ha dado grandes noches de ópera las 60 veces que le he visto en vivo, debe seguir prolongando su carrera a estas alturas. De cualquier forma, esta concurrencia de grandes veteranos se truncó por la cancelación a última hora por parte de Plácido Domingo «colpito di un forte raffreddore». Esto ocurrió a las 16.30 horas, tal y como anunció al público el superintendente del Maggio Musicale Alexander Pereira, por lo que se convocó al barítono mogol Amartuvshin Enkhbat que cogió un taxi desde Genova y llegó ya empezada la ópera. Afortunadamente, Giorgio Germont no sale en el primer acto. La presencia de la otra leyenda Zubin Mehta, a sus 86 años y después de diversas enfermedades, también resultó, en cierto modo, fallida con una dirección orquestal distinta, por lo decepcionante, a la que le vi en Valencia en este mismo título en 2013. También le tengo mucho cariño a Mehta, por lo que lamenté verle tan mermado físicamente. Le cuesta un mundo llegar al podio y duele ver a un músico, que siempre ha tenido un juego de brazos tan enérgico, apenas sin poder moverlos. Su dirección orquestal atesoró bellezas y hermosos detalles, sin duda, especialmente los preludios de los actos primero y tercero. Asimismo, la orquesta sonó muy bien, pero los tempi fueron letárgicos hasta la irritación. Y lo peor, todo muy caído de tensión y mortecino –el concertante, moroso y parsimonioso hasta lo exasperante, careció de progresión alguna- en La traviata más larga que jamás he escuchado. Sin tensión y fuerza teatral no hay ópera, y menos, Verdi. El coro a gran nivel en la línea del día anterior.
Aida Garifuillina es un prototipo de cantante actual, monísima, con tipito, carina, entregada y con compromiso en escena, pero absolutamente impersonal, insustancial y definitivamente inexpresiva e incapaz de suscitar la más mínima emoción. Vocalmente, el timbre es poco atractivo, el legato pobre, la coloratura discreta y el agudo carece de squillo, de metal. Muy significativo, que una soprano lírico-ligera de centro débil y grave inexistente, no se vaya al sobreagudo optativo del final del primer acto. Alfredo fue Francesco Meli, con el centro cada vez más abombado y acentuada su obsesión por cantar cada vez más ancho y con más decibelios -vano intento de enmascarar su condición originaria de tenor lírico ligero - a lo que se sumó un fraseo muy vulgar y una técnica muy precaria. Todo ello conduce a unas notas de paso y agudas cada vez más esforzadas, unas abiertas, otras apretadas, la mayoría atacadas con portamento di sotto -desde abajo-. El comienzo de la cabaletta «Oh mio rimorso» anunciaba el desastre que finalmente se produjo. Las notas se quebraron, apareció la stecca, continuó la ensalada de gallos, y el tenor devino mudo acabando el fragmento cantando con las manos. Este es el tenor italiano «di riferimento» actualmente y que canta en los principales teatros los protagonistas verdianos y puccinianos. Un síntoma más de la «edad de hojalata» del canto que vivimos.
Amartuvshin Enkhbat que no pudo ni vocalizar, lógicamente, comenzó frío, con la emisión dura, además de enfrentarse a unos tempi imposibles que lastraron el gran dúo Violetta-Germont del segundo acto, punto cumbre de la ópera. Enkhbat fue a más y cantó una estimable «Di Provenza». Tiene legato y la voz es de barítono genuino, con pasta y densidad, pero la emisión es muy gutural, con efecto «patata en la boca», que es un gran hándicap en ópera italiana. De todos modos, espero volver a verle en otras circunstancias.
La puesta en escena del ubicuo Davide Livermore sitúa la trama en el París de Mayo del 68. No hay más que esa idea, ni se desarrolla apropiadamente, ni aporta nada, y vuelve a demostrarse, esta vez sin el auxilio de las proyecciones e imágenes, la incapacidad para caracterizar con sabiduría los personajes y su escasa pericia en el movimiento escénico, de lo que fue buen ejemplo la horrorosa, muy confusa, escena de la fiesta en la casa de Flora del segundo acto.
Fotos: Michele Monasta
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