"Gran éxito con ovaciones entusiastas del público a todo el elenco"
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 18-II-2018. Teatro de la Zarzuela. La Tempestad (Ruperto Chapí). Mariola Cantarero (Ángela), Ketevan Kemoklidze (Roberto), José Bros (Claudio Beltrán), Carlos Álvarez (Simón), Carlos Cosías (Mateo), Alejandro López (Juez), Juan Echanove (Narrador). Coro del Teatro de La Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Guillermo García Calvo, Versión concierto.
Así califica una autoridad como el profesor Emilio Casares Rodicio en su magnífico artículo del programa de mano, esta creación, a su vez, de unos de los más grandes músicos españoles, don Ruperto Chapí. El “Xiquet de Villena” fue incansable en el afán por crear un género lírico nacional propio, ya fuera renovando el género zarzuelístico librándole del total ascendiente italiano o bien a través del impulso de una ópera genuinamente española. Dentro de estos propósitos encontramos esta magnífica zarzuela grande, “La tempestad” sobre libreto de Miguel Ramos Carrión estrenada en 1882 en el propio Teatro de La Zarzuela. Chapí se aleja de la tradición zarzuelística en cuanto a lo trágico de la historia y el tratamiento dramático de los personajes y como era perfecto conocedor de las músicas y corrientes que protagonizaban la vida musical europea, las recoge en esta creación bajo su propio sello. De este modo, encontramos influencias, entre otras, de Wagner, Meyerbeer, Gounod y también Verdi.
Es una pena que esta gran obra sea tan difícil de ver y aunque sea en dos únicos conciertos, hay que agradecer al Teatro de la Zarzuela su programación, así como el buen elenco previsto y al frente de todo, una de las batutas españolas más clarividentes actualmente como es la de Guillermo García Calvo. La interpretación se ofreció en “versión libre de Alberto Conejero”, que consistió fundamentalmente en la labor del actor Juan Echanove como narrador. No se va a discutir aquí la categoría y personalidad del actor madrileño cuya labor fue apreciable, pero a uno le hubiera gustado escuchar la confesión del asesinato en sueños por parte de Simón en forma melodrama (mélodrame, parlato sobre música instrumental), una de las originalidades de esta partitura como subraya el Profesor Casares. No tiene mucho sentido que una interpretación de una obra lírica en un teatro dedicado a tal género la acabe un narrador. Asimismo, el que suscribe hubiera agradecido la orquesta situada en el foso y los cantantes interactuando y sin la “cartilla”.
Magnífica la dirección de Guillermo García Calvo, impecable y detallado en lo musical, cuidando el sonido de una orquesta que sonó como poquísimas veces y acompañando con atención a las voces. La fabulosa introducción al monólogo de Simón fue un ejemplo de creación de atmósferas -inquietante, lúgubre, misteriosa- combinada con rigor musical. Vibrante pulso y adecuada progresión tuvo el monumental concertante con el que concluye el acto segundo, que puede medirse con cualquiera del repertorio operístico.
Poder escuchar un papel baritonal tan exigente como el de Simón en una voz como la de Carlos Álvarez resultó todo un placer. La nobleza de su timbre engalanó el recinto de la Calle Jovellanos ya desde las primeras frases de su colosal monólogo “La lluvia ha cesado” culminado con el tradicional la bemol agudo. Un fragmento que el que suscribe ya tuvo la oportunidad de escuchar al barítono malagueño hace 18 años en un concierto en el Auditorio Nacional. Nada fácil es la balada fantástica del acto segundo “¡Din, don! ¡Din, dan!, así como el cuarteto del primer acto y las intervenciones en el aludido concertante, incómodas para cualquier barítono, pero que Álvarez supo solventar con empaque, musicalidad y su tan atractivo como gallardo empaste baritonal. José Bros que sustituía al incialmente previsto Celso Albelo, impuso su buen gusto y la clase de su fraseo sobre un registro agudo ya claramente problemático. Su romanza de salida “Salve Costa de Bretaña”, sin puntatura al sobreagudo y sin Si bemol 3, fue perfecta muestra de su legato y musicalidad, de alguién que ha sido referencia en el repertorio belcantista en los últimos 20 años.
Ketevan Kemoklidze alargó el universo de nuestro género lírico hasta las tierras georgianas, aunque su residencia en Barcelona garantiza un estimable dominio del idioma, si bien su fonación eslava y una articulación algo borrosa no permitió una dicción nítida. Kemoklidze es una soprano corta más que una mezzo neta como pide la parte, pero su timbre es sano, de grato color y con un canto correcto encarnó bien la juventud, efusión amorosa e impulsividad del personaje de Roberto, escrito para cantante femenina in travesti con lo que Chapí recogía otra importante tradición operística. Muy aplaudida por el público madrileñó como lo fue en su única Adalgisa en el Teatro Real con Mariella Devia como Norma.
Hacía tiempo que no se escuchaba en Madrid a Mariola Cantarero, ya feliz madre, aunque no pareció encontrarse en su mejor momento vocal con un vibrato un tanto descontrolado que compromete la afinación y unas notas sobreagudas desabridas (el que firma desea que todo ello sea pasajero). La granadina mantiene su innato gusto y afinidad belcantista con esos filados habituales y una estimable coloratura -exigida en el terceto de los diamantes del segundo acto. La bella romanza de Ángela del tercero “Con él mi esperanza va” fue una muestra de esa intuición musical que Cantarero nunca perderá. Timbre agradable e impecable gusto el mostrado por Carlos Cosías en sus intervenciones como Mateo. Recio y sonoro el bajo Alejandro López en el papel de Juez. Un tanto superado el coro, falto de vigor y rotundidad ante una orquestación tan poderosa como la de la introducción del acto primero, tributaria de “El holandés errante” de Wagner. Mucho más entonado en números más afines a la zarzuela tradicional como el coro del acto segundo “Llegad, llegad; venid, venid” y la alborada subsiguiente “Despierta niña, despierta”.
Gran éxito con ovaciones entusiastas del público a todo el elenco.
Foto: David Bohmann
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