Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera La Sonnambula de Bellini en la Ópera de Roma, con Lisette Oropesa y Ruth Iniesta en el reparto, bajo la dirección musical de Francesco Lanzillotta
Doble Amina
Por Raúl Chamorro Mena
Roma, 14-IV-2024. Teatro Costanzi-Opera di Roma. La Sonnambula (Vincenzo Bellini). Lisette Oropesa/Ruth Iniesta (Amina), John Osborn (Elvino), Roberto Tagliavini (El Conde Rodolfo), Francesca Benitez (Lisa), Monica Bacelli (Teresa), Mattia Rossi (Alessio), Giordano Massaro (El notario). Orquesta y Coro del Teatro dell’Opera di Roma. Dirección musical: Francesco Lanzillotta. Dirección de escena: Jean-Philippe Clarac e Oliver Deoeuil –LE LAB.
Mi periplo italiano de este mes de abril por tres emblemáticas ciudades italianas y sus legendarios y hermosos teatros, culminó en la ciudad eterna, la inmortal Roma, esa ciudad que reclama toda una vida para poder disfrutar de todos sus rincones y sus inagotables bellezas. En la Piazza dedicada a Beniamino Gigli, buque insignia del tenorismo italiano y que comparte busto en la entrada con otro ilustre tenor, Giacomo Lauri-Volpi, se sitúa el Teatro Costanzi o Teatro dell’Opera di Roma, que debe su nombre al empresario Domenico Costanzi, promotor del recinto. Sin la solera de La Scala de Milán o el San Carlo de Nápoles, pues vieron la luz un siglo antes- el Costanzi se inauguró en 1880- la sala puede presumir de acústica y belleza, además de haber albergado estrenos legendarios como los de Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni y Tosca de Giacomo Puccini.
En esta ocasión el Teatro dell’Opera di Roma acogía el debut en el papel de Amina de La Sonnambula de Vincenzo Bellini por parte de la soprano estadounidense de origen cubano Lisette Oropesa, una de las más destacadas belcantistas de la actualidad.
Subrayaba el compositor Ildebrando Pizzetti el mérito y originalidad de Bellini, quien, sin recurrir a artificio, ni efecto alguno, confiaba exclusivamente en su fascinante inspiración melódica para llegar al alma del público. Así puede apreciarse en esta singular La Sonnambula, una ópera semiseria, paradigma del melodrama protorromántico italiano que contiene también elementos pastorales y fabulescos. El canto esencial, con toda su pureza y dimensión celestial es la base de esta ópera.
En esta función del Domingo día 14, Lisette Oropesa sólo cantó el primer acto, toda vez que antes de comenzar el segundo, se anunció su repentina indisposición, por lo que fue sustituida en el segundo capítulo por la española Ruth Iniesta. Ciertamente, la Oropesa comenzó algo fría en su salida con un «Come per me sereno» que no pasó de correcto. Sin embargo, en la cabaletta «Sovra il sen la man mi posa» su prestación subió enteros con estupendas variaciones en la segunda estrofa y magnífica coloratura, especialmente unas estupendas notas picadas. A partir de ahí, la Oropesa demostró su dominio del estilo, con una voz no muy dotada ni personal, pero bien apoyada y con suficiente proyección, así como su legato y control de dinámicas habituales. En cuanto a la caracterización, la soprano de Louisiana puso el acento en el lado inocente y candoroso del personaje, más que en el sensual y perturbador. En el acto segundo, la intervención de Amina se concentra en la gran escena final de la primadonna, que tenía el derecho a terminar la ópera conforme a las estructuras establecidas del melodrama en la época del estreno de La Sonnambula, 1831. Como he subrayado, la soprano aragonesa Ruth Iniesta, que formaba parte del elenco alternativo, pisó el escenario con seguridad, a pesar de la urgencia con la que fue convocada para sustituir a la Oropesa. Por tanto, hay que resaltar por encima de todo, que Iniesta salvó la representación y lo hizo con una mezcla de arrojo, aplomo y sanidad vocal, -que no belleza ni personalidad tímbrica-, que se impusieron a unas notas agudas abiertas y un tanto desabridas.
En el Elvino del tenor John Osborn hay que valorar el estilo, el buen gusto de su canto, pero sus medios vocales carecen de atractivo, de brillo, del mínimo interés tímbrico. Asimismo, sólo puede acceder a los agudos extremos y sobreagudos con predominancia de registro de cabeza, lo cual es apropiado estilísticamente. Efectivamente, el mítico Giovanni Battista Rubini y demás tenores de su época accedían a las notas más agudas en falsettone o falsete reforzado. Independientemente de la posterior «revolución Duprez» y que el público hace tiempo que está acostumbrado a que esas notas se emitan a plena voz, los falsettones de Osborn resultaron más bien pálidos y escasa sonoridad. Indudable el buen legato y concepto de fraseo con los que el tenor norteamericano afrontó cantables tan sublimes como «Prendi l’anel ti dono» o «Perché non posso odiarti», pero sin terminar de conferir a las melodías esa factura elevada y paradisíaca.
La soprano española Ruth Iniesta
Roberto Tagliavini puso en juego, dese su salida con la hermosa cavatina «Vi ravviso, O luoghi ameni», su emisión solvente y homogénea de bajo cantante, así como su canto muy correcto, con ajustado legato, pero falto de detalles y matices, un tanto monótono.
Noté acentuado el declive vocal de Monica Bacelli respecto a su interpretación de Teresa en Madrid en diciembre de 2022. Cada vez le queda menos en lo vocal, salvándose por algún acento. Francesca Benítez sólo lució presencia escénica, pues vocalmente resultó inaudible con una voz diminuta, además de mostrarse incapaz de emitir un sonido con mordiente.
La dirección musical de Francesco Lanzillotta fue irreprochable en cuanto a estilo, con articulación ligera y clara, huyendo de cualquier pesantez, y buen acompañamiento, pero resultó ayuna de vuelo y contrastes, más bien plana y escasamente teatral. El coro, que representa, la masa cambiante de de lugareños que tan pronto ensalzan la virtud de Amina como la desprecian, estuvo apropiadamente encarnada por el coro de la Ópera de Roma que demostró buen canto y flexibilidad.
Afirman los responsables de la dirección de escena, una entidad especialista en audiovisuales con sede en Burdeos llamada LE LAB, en su «cuaderno de instrucciones» contenido en el libreto programa editado por la Opera de Roma, que siempre ambientan sus montajes en la ciudad donde se presentan y que plantean un relato en el que se funden sueño y realidad (nada original, desde luego). Un video previo a que comience la música (algo cada vez más habitual) nos muestra una muchacha, alter ego de Amina, que, angustiada y tensa en la víspera de su boda, pasea por Roma y se dirige a su habitación en el Hotel Quirinal, edificio pegado al Teatro Constanzi y con el que comparte promotor. En dicha propiedad consta un pasadizo que comunica con el Teatro y por donde escapó la Callas el día de su famosa cancelación de Norma en 1958 en presencia del presidente dela República italiana. Pues vale. Luego la escenografía nos presenta una galería de arte –que llaman Helvetia para establecer alguna relación con la Suiza donde trascurre la trama según el libreto de Romani, ¡toma ya!- con tres enormes pantallas al fondo en el que se proyectan imágenes de esta muchacha bebiendo y tomando pastillas en su habitación, que porta el nombre de Maria Callas algunos de los carteles de sus representaciones, como queriendo ligar las angustias de esta Amina inventada por estos señores con las vitales de la insigne soprano. También se proyectan obras maestras expuestas en el Palazzo Barberini, una de las sedes, junto al Palazzo Corsini, de la Galleria Nazionale d’Arte antica, porque con ello «combinan tradición y modernidad». En fin, lo de siempre en estos casos, todo un mero pretexto para poner videos y proyecciones en aluvión en una producción nulamente teatral, por parte de personas desconocedoras del melodrama, sin dirección escénica digna de tal nombre y en la que no falta el peligro para los cantantes, pues deben saltar de silla a silla o de silla a mesa. Lisa, con sus tacones de aguja estuvo a punto de caer, lo que impidió un miembro del coro que la recogió casi al vuelo.
Fotos: Fabrizio Sansoni / TOR
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