Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 12-I-2016. Sala Sinfónica del Auditorio de Valladolid. Temporada de la OSCyL. Obras de Aragón, Mozart, Respighi y Elgar. Fazil Say, piano. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Damian Iorio.
La Orquesta Sinfónica de Castilla y León inició el proyecto Mosaico de Sonidos, creado y coordinado por Mikel Cañada, por el que pasarán unas 300 personas con diversidad funcional y en el que participan 14 orquestas españolas. La obra elegida ha sido La flor más grande del mundo con música de Emilio Aragón, en base a un cuento de Saramago.
En cada lugar la obra será diferente, ya que sobre la partitura se intercalan microcomposiciones en función de las capacidades de los participantes. En Valladolid se contó con once personas pertenecientes a asociaciones de plena inclusión de Valladolid, Palencia y Segovia, que intervinieron junto a sus mentores (sus profesores, el violinista Iván García, el contrabajo Ximo Clemente y el chelista Jordi Creus). En la obra de Aragón destaca la importancia de la melodía, unido a un ritmo claro, lo que parece idóneo para el objetivo que se perseguía.
Las personas con diversidad funcional intervinieron como narradores, alternándose entre ellos la narración del cuento, danzando por el escenario entre los músicos o cantando a boca cerrada o con vocalizaciones, momento en el que el director Damian Iorio invitó a colaborar al público asistente. Fue la demostración palpable de la capacidad de la música como aglutinador, como lenguaje sin barreras. El mensaje que se proponía quedó perfectamente claro, tanto cuando se expone que “la cosa más humilde y pequeña puede convertirse con la ayuda de todos en algo muy grande”, como cuando al final formaron una escultura con sus cuerpos entrelazados. La excelente labor realizada por los participantes recibió infinidad de aplausos.
A continuación la OSCyL y el pianista Fazil Say interpretaron el Concierto para piano y orquesta nº23 en la mayor, K.488 de Mozart. Say es un intérprete muy especial, con una capacidad creativa enorme, que acompaña de una gestualidad inusual. Rasgos que hacen que sus interpretaciones tienden a alejar al espectador de la monótona sensación de estar ante una versión más de determinada obra, lo que no quiere decir que el intérprete campara por sus aires. Lo dicho pudo notarse en particular en el “Andante”, allí donde el pianistano pareció decantarse por la claridad del sonido y sin embargo no por ello dejó de conseguir una interpretación “cantábile”, envuelta en una atmósfera de melancolía. En parte del resto de la obra y en las cadencias el piano de Fazil Say pareció mirar a Beethoven, no en la concepción estructural, tan diferente a la de Mozart, sino en función de su determinación, que no le hizo perder una articulación fluida que pareció apuntar a la firmeza rítmica de Mozart, presente tanto en pasajes delicados como en los que no lo son. Fuera de programa volvió a Mozart para interpretar junto a la orquesta el tiempo lento del Concierto para piano Nº21.
En el intermedio el pianista vendió y firmó discos en el vestíbulo del Auditorio, y no parece precisamente acertado que el público no le pudiera fotografiar.
Con In the South (Alassio), op. 50 de Elgar, Damian Iorio expuso con clarividencia colores y timbres, y propició los contrastes, con un sonido siempre refinado. El orden que Iorio establece en la orquesta no da la impresión de ser algo férreo, por lo que infunde una libertad expresiva que trasmite una sensación de permanente vitalidad. En el solo de viola Néstor Pou dio con el carácter de ese momento contrastante, tan significativo.
Antes, interpretaron Fuentes de Roma P. 106 de Respighi de manera eficiente, con esa sonoridad que buscó la evocación, la mirada subjetiva, a través de recursos quasi pictóricos, en un ámbito tímbrico variado. Pudo haber algún exceso a su paso por la “Fuente de Trevi”, que en todo caso sirvió para remarcar el carácter triunfal, pero la versión se mantuvo más en el ámbito de la mesura que en el de la grandilocuencia.
Fotografía: Nacho Carretero
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