Crítica de Nuria Blanco Álvarez de la zarzuela La rosa del azafrán en el Teatro Campoamor de Oviedo
Del buen costumbrismo
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo. Teatro Campoamor. 23-V-2024. La rosa del azafrán (Jacinto Guerrero). Beatriz Díaz, Damián del Castillo, maría Zapata, Vinceç Esteve, Vicky Peña, Juan Carlos Talavera, Mario Gas, Carlos Mesa, Emilio Gavira, Javier Gallardo. Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Oviedo Filarmonía. Dirección musical: Diego Martín-Etxebarria. Dirección de escena: Ignacio García.
Con un lleno hasta la bandera se ha estrenado en el Teatro Campoamor La rosa del azafrán de Jacinto Guerrero como tercer título de la temporada del Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo. Dada la aceptación que la zarzuela siempre ha tenido en la capital asturiana y con todas las entradas vendidas, parece ser el momento de que las cosas vuelvan a su ser y se restablezca una tercera función que nunca debió ser suprimida, habida cuenta además de que estamos hablando de la temporada más importante de género lírico español tras la del propio Teatro de la Zarzuela.
La obra, una zarzuela rural ambientada en La Mancha, se estrenó originalmente en el Teatro Calderón de Madrid en 1930 y sus libretistas, Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, fueron un tándem perfecto al escribir también éxitos como La canción del olvido de Serrano, Doña Francisquita de Vives, El caserío de Guridi, Luisa Fernanda de Moreno Torroba y La tabernera del puerto de Sorozábal.
En esta ocasión se ha puesto en escena una nueva producción del Teatro de la Zarzuela, de carácter costumbrista, que nos ha dejado, en general, buen sabor de boca. El director de escena, Ignacio García, ha mostrado la obra con el carácter verista con el que fue creada, con una adecuada y efectiva escenografía de Nicolás Boni y una preciosa iluminación de Albert Faura. Se ha tomado la licencia de eliminar partes del libreto y con él la aparición de algunos personajes muy secundarios, que no afecta a la comprensión de la obra, sin embargo, sí se ha permitido unos añadidos totalmente fuera de lugar, que han otorgado un exagerado protagonismo a quien ni siquiera aparece en la obra de Guerrero y es la continua intervención de una cantante de música popular, en este caso Anabel Santiago. Además de lo machacón que resulta ofrecer la misma melodía una y otra vez, su participación se producía en ocasiones en momentos de diálogo entre los personajes, lo que dificultaba la escucha de la conversación que se estaba produciendo en escena además de desviar el foco de atención del público, siendo incluso la protagonista de bellísimos momentos visuales, que deberían haber estado reservados para la verdadera protagonista de la partitura, con la que incluso se atreve a cantar un par de frases al unísono. Dejamos de contar tras su sexta aparición… También resultó un tanto excéntrico el trabajo de la coreógrafa Sara Cano, que hizo que el cuerpo de baile intercalara movimientos casi de danzas urbanas en ciertos momentos, metidos a calzador y nada acordes con el devenir de la obra ni con el resto de sus intervenciones con las tradicionales seguidillas y jotas. Tampoco parece adecuado que una obra de prácticamente dos horas de duración se realice sin pausa, algo que esperemos no se convierta en costumbre en el Campoamor que, últimamente parece haberlo decidido así. Aunque técnicamente no fuera preciso el intervalo, sí lo es para el público, y la obra, con dos actos, también lo pedía. De no ser por estos asuntos, el trabajo de Ignacio García habría sido sobresaliente.
El elenco vocal estaba liderado por Beatriz Díaz, como Sagrario. La asturiana es poseedora de una exquisita voz que siempre es un placer escuchar, si bien en esta ocasión no se encontraba en plena forma afectando a su volumen que no a su elegancia canora y bello timbre, como en la romanza «No me duele que se vaya». Damián del Castillo, en el papel de Juan Pedro, dio muestras de una buena proyección vocal, sin embargo, el excesivo vibrato silábico entorpecía su línea de canto. María Zapata estuvo estupenda representando a Catalina, tanto en lo dramático como en lo vocal y Vincenç Esteve muy desenvuelto en lo escénico como Moniquito (y un pastor), haciendo las delicias del público con su vis cómica. Su dúo cómico fue un regalo. En la misma línea Juan Carlos Talavera, acertadísimo como Carracuca. Tener a Vicky Peña sobre las tablas siempre es una garantía, aquí hizo el papel de Custodia, y escuchar a Mario Gas como Don Generoso en su parlamento del segundo acto, un lujo. El resto del reparto muy bien.
La versión de Diego Martín-Etxebarria, al mando de la Oviedo Filarmonía, fue aseada en general, si bien hubo dificultades en el final del primer acto donde se hizo muy notorio el desajuste entre foso y coro. La sección masculina del Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo no estuvo afortunada en esta parte.
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