Crítica de Raúl Chamorro Mena de La rosa del azafrán de Jacinto Guerrero en el Teatro de la Zarzuela
Juan Jesús Rodríguez y Yolanda Auyanet con cuerpo de baile, coro y actores
La Mancha en esencia
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 27 y 28-I-2024, Teatro de la Zarzuela. La rosa del azafrán (Jacinto Guerrero). Juan Jesús Rodríguez/Rodrigo Esteves (Juan Pedro), Yolanda Auyanet/Carmen Romeu (Sagrario), Carolina Moncada (Catalina), Ángel Ruiz (Moniquito), Vicky Peña (Custodia), Juan Carlos Talavera (Carracuca), Mario Gas (Don Generoso), Pep Molina (Miguel), Elena Aranoa (cantante de música popular), Emilio Gavira (Micael), Javier Alonso (Un pastor). Orquesta y coro titulares del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: José María Moreno. Dirección de escena: Ignacio García.
Una de las misiones del Teatro de la Zarzuela, además de la importantísima de dar a conocer los títulos más olvidados y menos representados de nuestro género lírico, es reponer los más emblemáticos y populares en las mejores condiciones y con los artistas vigentes en cada momento, con lo que, además, esas obras maestras demuestran su vigencia intemporal.
Jacinto Guerrero fue autor de varios de estos títulos señeros, además de ser uno de los músicos más populares y queridos, probablemente el que más, que ha dado España. Su entierro en Madrid en 1951 fue un acto multitudinario, al que, por cierto, acudió mi padre, entonces con 11 años de edad, de la mano de su abuelo. Por supuesto y, como ustedes podrán imaginar, esa inmensa popularidad le ha granjeado tradicionalmente la ojeriza de cierta intelligentsia, es decir de las siempre enfurruñadas huestes de lo que he dado en llamar «estulticia filoesnobista».
Se le ha criticado al músico de Ajofrín ser demasiado populachero, la sencillez de sus estructuras armónicas, la facilidad –aparente- y la tendencia a lo que dicen «tatachún». Lo que nadie podrá negarle es su inspiración melódica, la capacidad para llegar al público y para crear números musicales memorables, auténticos hits, como se dice ahora, que se asentaron en el acervo musical popular y se han convertido en símbolos de nuestro género lírico.
En el centro de la imagen, Juan Jesús Rodríguez y Yolanda Auyanet. Tras el barítono, Vicky Peña y Mario Gas.
La rosa del azafrán (Madrid, Teatro Calderón, 1930) sobre un bien construido libreto de la ilustre pareja Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw constituye, sin duda, una de las creaciones cumbre del Maestro Guerrero. La obra, inspirada en el El perro del hortelano de Lope de Vega, pertenece al subgénero de la Zarzuela rural y se trata del título manchego por excelencia de nuestro género lírico. La rosa del azafrán regresaba con toda su fuerza –lleno a rebosar las dos funciones que aquí se reseñan- 21 años después de su última comparecencia en el Teatro de la Calle Jovellanos, hoy plazuela de Teresa Berganza.
Ante todo, hay que subrayar, que Ignacio García se puede considerar un hombre «a contracorriente» dentro de la dirección de escena actual en teatro lírico y subrayo «afortunadamente», pues lejos de intentar valerse de una obra popular y representativa para verter extrañas ocurrencias y desvaríos personales alterando el espíritu de la misma, la potencia y resalta sus esencias. La escenografía de Nicolás Boni y el vestuario de Rosa García Andújar son un bálsamo para la vista, dado lo que suele verse habitualmente en la lírica actual. Sobre el escenario se encuentran símbolos de La Mancha finisecular, como los molinos, los amplios campos de labor, la luz cegadora, el paso de las estaciones, además de reflejar la dureza del trabajo en el campo, así como la nobleza y bonhomía de sus gentes. No falta la presencia de Don Quijote, encarnado en el personaje de Don Generoso, y Sancho. Y todo ello sin atisbo alguno a que pueda tildarse de acartonado o caduco, pues se trata de un montaje actual, moderno, pero respetuoso y bien trabajado. Lo que debería ser siempre. Por señalar algo que no funcionó adecuadamente, el elemento disonante de las extrañas coreografías del cuerpo de baile.
Juan Pedro es otro de esos grandes papeles para barítono, la cuerda habitualmente protagonista en las Zarzuelas, estrenado por una gran figura como Emilio Sagi-Barba. Juan Jesús Rodríguez resultó todo un lujo para el papel el día 27 y hay que agradecer, que al menos lo podamos disfrutar en Madrid en el Teatro de la Zarzuela, ya que no cuenta para el Teatro Real, desgraciadamente. Comenzó un punto frío, pero a la mitad de la canción del sembrador, uno de esos números señeros del género, ya pudo apreciarse ese timbre baritonal, dotadísimo, empastado, caudaloso y noble. Rodríguez acometió con aparente facilidad las series de Soles naturales agudos de la pieza, abordó con efusión envolvente y gallardía las bellísimas frases del Dúo con Sagrario «Manchega, flor y gala de la llanura…» así como la jota castellana. Es difícil expresar con mayor nobleza, elocuencia y emotividad que lo hizo el barítono de Cartaya «Tengo una angustia de muerte» en el segundo dúo hacia el final de la obra. No se entiende que en diciembre se haya puesto Rigoletto en el Teatro Real con tres barítonos y ninguno haya sido Juan Jesús Rodríguez.
En la función del día 28, Rodrigo Esteves fue un buen protagonista. Atenorado, lo que le favorece de cara a abordar con desahogo los muchos ascensos, y lejos de las calidades tímbricas de Rodríguez, Esteves acreditó ductilidad y fraseó siempre con buen gusto, propiedad estilística y musicalidad.
Si no una dramática, Sagrario pide al menos una soprano lírica ancha con centro amplio y grave guarnecido. Sin embargo, el día 27 abordó el papel una soprano ligera de origen como es Yolanda Auyanet, con el centro falseado, abombado, y el agudo roto. Le salvaron su fondo musical y sus tablas y veteranía para sacar adelante su cometido -como ejemplo, la muy dramática romanza «no me duele que se vaya»-, sin poder evitar la sensación constante de estar forzada.
Mario Gas y Vicky Peña
Carmen Romeu, Sagrario el Domingo 28, cuenta con un centro carnoso y bello, pero sus viajes al agudo resultaron imposibles, resueltos en sonidos hirientes, cercanos al grito. Bien es verdad, que el papel se resuelve en su mayor parte en la zona central y grave, pero también debe acometer puntuales, pero importantes ascensos. Romeu transmitió más que tensión, angustia, cada vez que tenía que encaramarse a la zona alta y como prueba el muy crispado final de su romanza. Una pena.
Espléndida, tanto en lo vocal - bonito timbre, canto refinado- como en lo escénico -desenvuelta, vivaz y dominadora de las tablas-, la Catalina de la soprano Carolina Moncada. De libro el Moniquito de Ángel Ruiz, por sana y nunca exagerada comicidad y por correcto canto con timbre muy liviano pero suficiente para tenor cómico. Buena actuación también de Elena Aranoa, impecable e intenso canto, y de Javier Alonso como el pastor.
Hay que destacar el espléndido elenco de actores que el Teatro de la Zarzuela ha convocado para estas funciones de La Rosa del Azafrán. Desde Pep Molina y Emilio Gavira a Juan Carlos Talavera, magnífico como Carracuca y que, junto a Ángel Ruiz y el coro femenino, completó una hilarante «Caza del viudo», modélico número cómico de la obra. Es justo destacar a Vicky Peña, ejemplar como Custodia, y a Mario Gas, excelso como Don Generoso y que recibió ambos días, una gran ovación después de su fabuloso parlamento del acto segundo, un hermoso canto al paisaje castellano.
La orquesta sonó algo ruidosa y avara de articulación en algunos momentos, pero en líneas generales funcionó la dirección de José María Moreno. Su labor resultó sin duda entregada, pues ama esta música sinceramente y atesoró nervio en los números cómicos y en la jota castellana, mientras resultó más pausada en los líricos, como si se recreara en los cantables de alto vuelo con un buen acompañamiento al canto. EL coro, de abundante presencia en esta obra, alcanzó una notable actuación, por empaste, amplitud sonora y dominio escénico, aunque se pasó de decibelios en algún momento como en su intervención en la canción del sembrador.
Éxito clamoroso.
Fotos: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
En el centro la soprano Carolina Moncada
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