Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Fundación Juan March. 14-I-2018. La romería de los cornudos (Gustavo Pittaluga/ Cipriano de Rivas Cherify Federico García Lorca).Carmen Angulo, bailarina (Sierra); Vanesa Vento, bailarina (Ventera); Jonathan Miró, bailarín (Chivato); José Manuel Benítez, bailarín (Sacristán); Juan Pedro Delgado, bailarín (Leonardo); María Mezcle, cantaora (Solita); José Luis Montón, guitarra (Tío Buenvino). Miguel López (piano). Director de escena y dramaturgia: David Picazo. Dirección artística y coreografía: Antonio Najarro
Cuando el pasado mes de octubre comentábamos la función de Lorenzín, la parodia de Salvador María Granés y el maestro Arnedo sobre el Lohengrin de Richard Wagner, hablamos de las muchas joyas que la Fundación Juan March pone en escena cada temporada. La recuperacióndel ballet La romería de los cornudos, tras más de 70 años desde su última puesta en escena –se estrenó en 1930 y su última representación conocida fue en abril de 1944 en Nueva York–es con toda seguridad, uno de los acontecimientos de la temporada.
La música del madrileño Gustavo Pittaluga, compañero entre otros de los Halftter, Bacarisse, o Julián Bautista en el Grupo de los Ocho, es sin duda uno de los reclamos. La partitura que se presenta en la reducción para piano que el propio compositor realizó en los años 60 conjuga tradición y modernidad, temas populares –a los que en esta ocasión se le han añadido canciones de Federico García Lorca y algún número musical de tinte flamenco del guitarrista José Luis Montón– con melodías y ritmos que contrastan de manera evidente con números como el precioso “Baile de Sierra y Sacristán”,donde Pittaluga refleja una clara influencia de Manuel de Falla, o la “Danza del chivato”, que nos recuerda al Stravinsky de “La consagración de la primavera”.Todo ello con una carga dramática considerable que nos acompaña por los distintos estados de ánimo –alegría, pasión, fervor, galanteos amorosos- que se podemos experimentar en una romería.
Pero hay más atractivos. Varios pesos pesados de la cultura española de la época se embarcaron en un proyecto que buscaba“la obra de arte total”. En “La romería de los cornudos”se reunió una especie de “dreamteam” de nuestra cultura del momento: Cipriano de Rivas Cherif, uno de los pioneros de la dirección escénica en nuestro país que fue quien desarrolló el argumento; el poeta Federico García Lorca, a quien huelga presentar, que lo había recogido inspirándose en la romería del Cristo del Paño, fiesta que se celebra en la localidad granadina de Moclín todos los 5 de octubre y que años después también lo utilizó para su obra “Yerma”; el pintor y escultor Alberto Sánchez, que en los años 20 se había decantado por el cubismo y que realizó una escenografía compuesta por varios telones que hoy en día se conservan en el Museo Reina Sofía y que de alguna manera nos anticipan el “Guernica” de Picasso; y la bailarina y coreógrafa Antonia Mercé, la Argentina, que en esos años era la figura de referencia de la danza española en los escenarios internacionales.
Todos ellos querían renovar la escena española –no olvidemos que Tomás Bretón, Ruperto Chapí y compañía, llevaban desde los albores del cambio de siglo tratando de crear una ópera nacional– y querían conectar a nuestro país con la modernidad europea –las giras de los Ballets Rusos de Diaghilev habían tenido un fuerte impacto por toda nuestra geografía– pero, tal y como mandan los cañones de cualquier ópera nacional que se precie, combinándolo con la tradición local, en este caso la española.
La obra fue un éxito en sus diferentes producciones –versión de concierto en 1930 con la Argentina; ballet completo en 1933 con la coreografía de Encarnación López, la Argentinita y su Compañía de Bailes Españoles; y la producción que giró por Norteamérica entre 1943 y 1944 con Pilar López al frente del Ballet Ruso de Montecarlo– pero desde entonces no se había vuelto a representar.
El éxito se ha repetido en esta ocasión, con lleno total las cinco representaciones. Dada la gran afluencia de público que vino sin entrada, el domingo por la mañana se tuvo incluso que limitar el paso al bar, donde se podía ver en directo a través del circuito cerrado de televisión.
La parte musical corrió a cargo del pianista Miguel López, que extrajo lo mejor de la partitura de Pittaluga, y del guitarrista José Luis Montón que aseguró la parte idiomática de la representación. Al ser la versión de cámara, el cuerpo de baile se redujo a solo cinco bailarines. Aun sin tener un momento de descanso, todos ellos –Carmen Angulo, Vanesa Vento, Jonathan Miró, José Manuel Benítez y Juan Pedro Delgado– estuvieron magníficos con muchos detalles de calidad y bravura. Con las canciones añadidas, el papel de Solita, la cantaora, es mucho mayor que en la partitura original, donde solo canta su Romance. A pesar de algún problema con la amplificación, María Mezcle hizo una interpretación más que solvente, digna de varios “olés”. La escenografía fue una réplica de la original de Alberto Sánchez de 1933, y Antonio Najarro y David Picazo estuvieron al cargo de la representación.
El público disfrutó de lo lindo y las ovaciones duraron varios minutos. Esperemos poder ver alguna vez el ballet en formato grande, y que la recuperación ejemplar de esta “obra de arte total” marque el camino para otras obras del mismo nivel.
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