Crítica de la ópera La muerte y el industrial de Jorge Fernández Guerra en la Fundación Juan March
Existencia eterna e inteligencia artificial
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 14-XII-2023, Ciclo Teatro musical de cámara de la Fundación Juan March. La muerte y el industrial (Música y libreto de Jorge Fernández Guerra), Manon Chauvin, soprano. Lola Bosom, contralto. Nicolás Calderón, tenor. Javier Agudo, barítono. Mónica Campillo, clarinete. Juan Luis Gallego Cruz, violín. Director musical: Fran Fernández Benito. Coordinación escénica: Jorge Fernández Guerra.
El formato camerístico está permitiendo en estos últimos años un auge a la ópera española, pues sus requerimientos y costes son mucho más reducidos y permiten su acceso a espacios más pequeños, dado que este tipo de creaciones contemporáneas normalmente tienen complicado acceder a los grandes teatros de ópera, siempre temerosos ante la incertidumbre que provoca la dudosa acogida del público frente a las creaciones líricas contemporáneas.
En cualquier caso, se aprecia un indudable florecimiento en la creación española para el teatro lírico en los últimos 50 años, período en el que se han estrenado nada menos que 422 óperas, conforme consigna Cristina Marcos Patiño en su artículo del muy completo, como siempre, programa de mano editado por la Fundación Juan March.
Dentro del ciclo Teatro musical de cámara, la Juan March ha permitido el estreno de la quinta ópera de Jorge Fernández Guerra La muerte y el industrial. Como él mismo explica, el origen de la ópera fue una fotografía de un magnífico mausoleo del cementerio de Montjuic de Barcelona, en la que la parca posa su mano en el hombro de un próspero hombre de negocios o industrial. Una fábula, cuyos dos actos comienzan con la ancestral fórmula «Había una vez», sobre la trascendencia, la inmortalidad, que anhela alcanzar toda persona poderosa, protagonizada por un industrial que pretende trasladar toda su memoria a un ordenador. «¡Todo lo que eres podrá permanecer en la vida eterna de un gran ordenador!»; «Había una vez un industrial que, al morir, decidió pasar a un robot, sus proyectos, su vida y sus ambiciones» son frases del texto, obra del propio compositor, que alude como influencias, alguna obra de cámara de Albert Roussel y Leos Janacek, y sobre todo y, es lógico, la ópera de este último El caso Makropulos, cuyo tema central es la vida eterna, con una protagonista que cuenta con más de 300 años de existencia.
Finalmente, el poderoso hombre de negocios morirá dos veces, somo ser humano y como robot, pues las pasiones humanas, y el ansia de poder es una de ellas, no pueden configurarse como un logaritmo para un programa de software.
La obra cuenta con una distribución vocal tradicional, soprano, mezzosoprano, tenor y barítono y el apartado orquestal se reduce a un clarinete y un violín, que deben acometer una escritura creativa y exigente, que me pareció mucho más interesante que el tratamiento vocal, un monótono declamado. Dramáticamente la ópera es más bien estática y se centra en el texto y las reflexiones filosófico-intelectuales del tema, tan profundo y fascinante, que trata, pero que no termina de captar el interés del espectador, especialmente por lo repetitivo y limitado atractivo de la escritura para la voz. El propio autor se encargó de la coordinación escénica, con una escenografía somera, pero funcional a cargo de Sean Mackaoui y unas proyecciones que se centran, particularmente en la primera parte, en la imagen del mausoleo aludido del empresario Nicolau Juncosa. Impecable la labor vocal y escénica del cuarteto vocal formado por la soprano Manon Chauvin, que apechuga con una tesitura aguda que resuelve sin poder evitar algunos sonidos agrios, el barítono Javier Agudo, de timbre más sonoro y modos canoros nobles, el templado tenor Nicolás Calderón y la mezzo Lola Bosom, de centro solvente y aplicada musicalidad.
Realmente sobresalientes tanto Mónica Campillo al clarinete como Juan Gallego Cruz al violín bajo la dirección de Fran Fernández Benito.
Fotos: Dolores Iglesias / Archivo Fundación Juan March
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