Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 28-II-2017, Teatros del Canal. La malquerida (Manuel Penella). Cristina Faus (Raimunda), César San Martín (Esteban), Sonia de Munck (Acacia), Alejandro del Cerro (Norberto), Sandra Ferrández (Benita), Gerardo López (Rufino). Mariachi Sol de América. Orquesta y Coro Verum. Director Musical: Manuel Coves. Director de escena: Emilio López.
Un indudable aroma de estreno tenía la primera representación de la tanda de cinco programadas en los Teatros del Canal, de La malquerida, drama lírico en tres actos con libreto y música de Manuel Penella basado en la obra teatral de Jacinto Benavente. Esta composición puede encuadrarse en el género “zarzuela rural” con evidentes influencias del verismo italiano y estaría emparentada con obras como La del soto del parral de Reveriano Soutullo y Juan Vert, El cantar del arriero de Fernando Díaz Giles o El ama y La rosa del azafrán, ambas de Jacinto Guerrero. Estrenada con gran éxito en Barcelona (Teatro Victoria) en 1935 no ha vuelto a representarse desde que su autor partiera hacia Méjico, -donde probablemente se producirían las últimas funciones de esta obra antes de su fallecimiento en 1939-, ni existía registro alguno de la misma, ni de ninguno de sus fragmentos. De ahí que este montaje pueda considerarse, prácticamente, un estreno.
Afirma el director de escena Emilio López en su breve comentario en la hoja de sala, que ha pretendido homenajear a tres grandes creadores. Manuel Penella, autor de libreto y música de La malquerida, Jacinto Benavente, dramaturgo y premio Nobel, autor de la obra teatral y al actor y director de cine mejicano Emilio “El Indio” Fernández, responsable de una adaptación cinematográfica en 1949 del drama de Benavente. Muy adecuada parece la idea, ya que Jacinto Benavente está un tanto olvidado y arrinconado hoy día en España y no digamos, “La Malquerida”, que cada vez se representa menos, muy lejos de la inmensa popularidad que gozaba en la época de la creación de esta zarzuela, un fervor que se mantenía desde su estreno por María Guerrero, Fernando Díaz de Mendoza y María Fernanda Ladrón de Guevara en 1913. Tampoco parece muy presente hoy, más allá de los cinéfilos más aplicados, el recuerdo del gran cineasta Emilio Fernández. Y en cuanto al Maestro Penella, se mantiene por la popularidad perennne de su pasodoble Suspiros de España y otras canciones como En tierra extraña que mitificara Concha Piquer, cuya voz presente en un momento del montaje parece recordárnoslo. De su gran producción lírica sólo permanecen en repertorio la ópera de cámara Don Gil de Alcalá y el drama lírico El gato Montés, persistiendo en el anonimato una gran cantidad de zarzuelas que compuso.
La sólida conexión con Méjico a través de la estancia del autor, la película de Emilio Fernández y la popularidad que ha recobrado La malquerida allí gracias a una telenovela, justifican esta ambientación de la zarzuela en una hacienda mejicana de la década de los 40, con presencia de mariachis -estupendo ese comienzo con la interpretación de la habanera de Don Gil de Alcalá-, aunque se mantiene el fundamento de la obra, ese tremendo triángulo amoroso en pleno ambiente rural, entre la viuda Raimunda, su segundo marido Esteban y la hija de aquella, Acacia.
La música de Penella para La malquerida cuenta con indudable oficio, ese vuelo melódico que le caracteriza, cuidada orquestación y fuerza dramática, aunque los números musicales parecen demasiado escuetos, sin terminar de desarrollar. Lo mismo ocurre con la caracterización de los personajes, si bien, en este caso, permanece inalterable su fuerza originaria procedente de la obra teatral. El inevitable dúo de personajes cómicos detiene la acción, pero, a cambio, la destensiona, lo cual no viene mal a drama de tanto voltaje. A destacar el magnífico y muy “verista” dúo final entre Raimunda y Esteban, la romanza del barítono (procedente de la zarzuela Curro Gallardo), la plegaria de Raimunda Dame fuerzas, Virgen Santa y el terceto final del segundo acto.
Muy digna resultó en su conjunto la interpretación de la recuperación de esta interesante obra. Buen montaje de Emilio López con una adecuada y funcional escenografía de Nathalie Deana basada en una plataforma circular que nos muestra desde distintos ángulos las estancias y exteriores de la hacienda de los protagonistas. Apropiado resultó el movimiento escénico y bien expuesta la incandescente progresión dramática.
César San Martín como Esteban mostró un canto cuidado, con buen gusto, pero el timbre, que no termina de liberarse, resulta mate e ingrato. Después de un comienzo frío y dubitativo, fluyó el sonido pleno y corposo de Cristina Faus que emitió sonidos percutientes y bien timbrados, aunque el material es un tanto ingobernable y falto de ductilidad, en una Raimunda entregada dramáticamente. Contrastó convenientemente con ambos la Acacia de Sonia de Munck, con su presencia escénica siempre juvenil y sugestiva, su timbre ligero y cristalino y sus agudos radiantes, aunque después de la escena de los regalos del primer acto, su personaje canta muy poco, quedando su liviandad vocal un tanto diluida en el muy dramático terceto del final del segundo acto. Timbre atractivo el del tenor Alejandro del Cerro, pero respaldado por una técnica aún somera. A destacar el dúo cómico formado por Gerardo López como Rufino y Sandra Ferrández como Benita. Esta última, desenvuelta y de encantadora presencia escénica, aprovechó bien sus coplas del acto segundo, que bien cantadas, recibieron una justa ovación del público. La labor de Manuel Coves fue eficaz y tuvo impronta dramática, pero no pudo evitar un aire de vulgaridad con un sonido orquestal escasamente pulido y con tendencia al trazo grueso. Correcto el coro.
Corresponde, cómo no, alabar la iniciativa de rescatar esta estimable partitura del maestro Penella, que se ofrece de manera digna, seria y meritoria. Que nadie se la pierda.
Foto: Facebook Teatros del Canal
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