Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera La forza del destino de Verdi en el Teatro del Liceo de Barcelona, bajo la dirección musical de Nicola Luisotti
La fuerza de Verdi
Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona, 9 y 10-XI-2024, Gran Teatro del Liceo. La forza del destino (Giuseppe Verdi). Maria Pirozzi/Saioa Hernández (Leonora di Vargas), Brian Jadge/Francesco Pio Galasso (Don Alvaro), Artur Rucinski/Amartuvshin Enkhbat (Don Carlo di Vargas), John Relyea/Alejandro López (Padre Guardiano), Caterina Piva/Szilvia Vörös (Preziosilla), Pietro Spagnoli/Luis Cansino (Fra Melitone). Moisés Marín (Mastro Trabuco), Laura Vila (Curra), Giacomo Prestia (Marqués de Calatrava). Orquesta y coro del Gran Teatre del Liceu. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: Jean-Claude Aubray.
La Forza del destino (San Petersburgo, 1862) ha apechugado siempre con la inquina de cierta intelligentsia, cuyo encono se ha acentuado por el cariño que le profesa el público a esta ópera. Cierto es que el libreto es discutible y que los clichés de la obra en la que se basa –Don Alvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas- propios del teatro romántico español, son extraños a nuestra mentalidad actual, pero el talento músico-teatral de Verdi está siempre presente y esa presencia del destino ineludible, que concitó la atención del Maestro, estimuló su inspiración para crear una magnífica música. La obra es un tanto inconexa y falta de homogeneidad dramática y podrá no ser una ópera de las más redondas de Verdi, pero sí contiene música a la altura de lo mejor de su producción, lo cual no es decir poco. El hecho de que la revisara tantas veces, es buena prueba de que jamás la «dio por perdida», como otras de sus obras, principalmente de galeras, y siempre creyó en sus calidades. Las críticas se han centrado casi siempre en los personajes del monje Fra Melitone y la gitana Preziosilla, que representan el adecuado contraste cómico, de ligereza y conexión con la música popular, respecto a las escenas de gran dramatismo que abundan en la ópera.
El Liceo de Barcelona, en este regreso de La Forza del destino después de 12 años, se ha sumado al homenaje a las víctimas de las inundaciones provocadas por la Dana con la interpretación previa al comienzo de las dos funciones que aquí se reseñan -el estreno respectivo de cada elenco- de la cautivadora El cant des ocells por parte del violonchelo solista de la orquesta.
En la función del estreno, día 9, Anna Pirozzi, con su timbre de soprano lírica con cuerpo, grato, aunque ni singular ni especialmente bello, y línea de canto, sin variedad, pero de buena escuela, afrontó los dos primeros actos con su habitual falta de garra y temperamento. Difícil de ver una cantante italiana con esa falta de calor. En el dúo con el Padre Guardiano, de tesitura muy onerosa, que reclama registro grave y exigentes ascensos, la Pirozzi sufrió con agudos abiertos y muy desabridos. La maravillosa «La vergine degli angeli» permitió a la soprano napolitana lucir su buen canto legato de genuina escuela italiana. Lo mejor de Pirozzi llegó en el cuarto acto con una notable interpretación de la gran aria «Pace, pace mio Dio», introducida con una messa di voce -regulador piano, forte, piano- de factura, así como un estimable filado en «invan la pace» y un destacable Si bemol agudo conclusivo. Asimismo, la Pirozzi delineó con apreciable delicadeza sus celestiales frases en el sublime terceto final.
Por su parte, Saioa Hernández el día 10, apoyada en su material de calidad y acreditada riqueza tímbrica, así como su rotunda seguridad vocal, encarnó una Leonora di Vargas más intensa dramáticamente. Efusiva y entregada en «Madre pietosa vergine», en los muy expuestos ascensos del dúo con el bajo se mostró más segura, pero su legato en «La vergine degli angeli» fue menos genuino que el de Pirozzi. Sutil su regulador en «Pace, pace mio Dio», el sonido se volvió inestable, algo bailón, en el ataque del filado de "invan la pace", pero la madrileña enseguida asentó la nota para terminar el aria con un espléndido agudo que remontó la orquesta, como está mandado.
El tenor Brian Jadge se mostró frío y muy desdibujado en el primer acto de la función del estreno con una emisión esforzada y gutural, canto atropellado, problemas de respiración, incapaz de rematar las frases. Mucho más asentado a partir del tercer acto, la grandiosa y muy exigente aria «Oh tu che in seno agli Angeli» ya disfrutó del sonido timbrado y con cuerpo del tenor neoyorquino y su canto más arrojado y vibrante que sutil. Un Don Alvaro, en definitiva, construido sobre la potencia vocal y la expresión arrebatada con un fraseo de cierta elocuencia, pero escasamente variado ni matizado.
Mucho más idiomático, lógicamente, el Domingo día 10 el tenor italiano Francesco Pio Galasso, de calibre vocal demasiado liviano para la parte, muy justo de entidad en el centro y volumen –especialmente para un teatro de las dimensiones del Liceo-, pero que timbra en las notas altas, además de mostrar cuidado fraseo y musicalidad. En lo interpretativo se apreció un Don Alvaro un tanto envarado y apocado, falto de mayor vigor y acentos más encendidos.
El barítono polaco Artur Ruczinski cuenta con unos medios vocales muy modestos tímbricamente, de volumen limitado, particularmente para un teatro tan grande. Si bien, en otros papeles verdianos, como Germont, más lírico y cantabile, le salva su fraseo, esto no ocurre en el Don Carlo di Vargas, papel de escritura y expresión muy dramática y que pide un barítono de fuste. El buen gusto en el canto de Ruczinski no compensa la falta de carne vocal y acentos más vehementes en tantos momentos, como su gran escena del campamento de Velletri, el dúo «Nè gustare m’e dato» –que solía suprimirse- y, especialmente, el incendiario «Invano Alvaro ti celasti al mondo».
Al contrario, en la función del día 10, Amartuvshin Enkhbat exhibió rotundos medios baritonales, voz oscura, imponente, densa, ancha, pero ojo, sin punta y con el sonido sin liberar. Como cantante, conoce el canto legato y honra el canto italiano, pero su fraseo carece de variedad y contrastes, Asimismo, como intérprete es lineal, características estas últimas, que tantas veces acompañan a los cantantes dotados vocalmente y que se acomodan en sus cualidades naturales.
Como padre Guardiano, resultó preferible John Reylea, a pesar de su timbre gris y de emisión cavernosa y estomacal, así como su canto granítico y monocorde, porque al menos, suena a bajo. A diferencia de Alejandro López, desvaído vocalmente, muy verde y sin relieve alguno como intérprete. Su juventud, sin embargo, le permite margen de mejora.
Caterina Piva fue una Preziosilla juvenil, pero muy verde técnicamente y de modestos medios vocales en la función del día 9. Por su parte, la húngara Szilvia Vörös resultó preferible, por mayor sonoridad y desparpajo en escena, a pesar de un canto más bien vulgar y agudos hirientes.
Pietro Spagnoli encarnó un Fra Melitone efectivo vocalmente y de comicidad comedida en la función del día 9, frente a un Luis Cansino, potente y sonoro vocalmente y que desplegó el día 10 toda su capacidad histriónica, casi inagotable, aún a riesgo de lindar con el exceso.
Entre los secundarios, citar al tenor Moisés Marín, que buscó dar intención a las frases del Mastro Trabuco, a Laura Vila como Curra y al veterano y ya muy declinante Giacomo Prestia como autoritario Marqués de Calatrava.
Nicola Luisotti, motivado en su debut en el Liceo, se mostró muy distinto al rutinario y acomodado de sus últimas prestaciones como «Director titular de Verdi y Puccini» en el Real de Madrid y recordó a esa batuta flamígera, contrastada, teatral y ordenada del Trovador del 2007 en el coliseo de la Plaza de Oriente y el Mefistofele de Valencia en 2011. Brillante y plena de nervio, de inspiración Toscaniniana, fue la espléndida obertura –añadida por Verdi en 1869 para el estreno de la obra en La Scala Milanesa-, trasladada al comienzo del segundo acto en esta producción, como era tradicional hace años en el Metropolitan de Nueva York. Luisotti obtuvo un buen rendimiento de la orquesta, acompañó adecuadamente a los cantantes y mantuvo en todo momento la progresión dramática, así como el pulso y tensión teatral tan fundamentales en Verdi. Notable, asimismo, tanto en el aspecto musical como escénico, el coro.
La puesta en escena de Jean-Claude Abray, ya vista en la temporada 2012-13, resulta eficaz y aceptable, con un eficiente movimiento escénico, especialmente con las masas, y una escenografía somera o minimalista, como se dice ahora, de Alain Chambon que brilla en la escena del convento de Hornachuelos con una gran talla de un Cristo que preside, con indudable efecto, la escena mística y también en la escena final con el Cristo sobre el suelo en la parte posterior del escenario. También resulta hábil –no siempre- el uso de telones pintados, aunque, al cambiar de marco temporal la trama y llevarla a la época del Risorgimento, convierte en incongruente la alianza entre las tropas españolas e italianas frente a los alemanes. Muy atractivo el vestuario de Maria Chiara Donato.
Fotos: A. Bofill / Teatro del Liceo
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