Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera La forza del destino en La Scala de Milán, con Anna Netrebko, Luciano Ganci y Ludovic Tézier bajo la direccion de Riccardo Chailly
Chailly y Netrebko, pareja infalible para la apertura de temporada Scaligera
Por Raúl Chamorro Mena
Milán, 13-XII-2024, Teatro alla Scala. La Forza del destino (Giuseppe Verdi). Anna Netrebko (Leonora di Vargas), Luciano Ganci (Don Alvaro), Ludovic Tézier (Don Carlo di Vargas), Alexander Vinogradov (Padre Guardiano), Vasilisa Berzhanskaya (Preziosilla), Marco Filippo Romano (Fra Melitone), Carlo Bosi (Mastro Trabuco), Marcela Rahal (Curra). Orquesta y Coro del Teatro alla Scala. Dirección musical: Riccardo Chailly. Dirección de escena: Leo Muscato
Don Álvaro o la fuerza del sino de Angel de Saavedra, Duque de Rivas, cumbre del Teatro romántico español, inspiró el genio verdiano para cumplir el encargo del Teatro Boishói Kámmeny -posteriormente Teatro Marinsky- de San Petersburgo, cuya propuesta inicial le llegó al Maestro a través de una carta del gran tenor di forza Enrico Tamberlick, que, a la postre, fue el primer Don Alvaro en el estreno de 1862.
Al drama español, Verdi añade una escena de El campamento de Wallenstein de Friedrich Schiller, autor tan presente en el teatro verdiano, que potencia el elemento popular tan importante en la ópera, pródiga en escenas de conjunto, que permiten al músico plasmar las influencias de la Grand Opera, tan predominante en el teatro musical europeo de la época. Unas escenas de masas, que dejaron indudable impronta en la Rusia operística, como puede apreciarse especialmente en el Boris Godunov de Mussorgski.
A pesar de las críticas recibidas por La Forza del destino -único título de ópera verdiana referido a un concepto, ese destino inexorable que domina toda la trama-, la ópera en su versión definitiva -Milán, 1869-, además de contener música de la más alta inspiración verdiana, resulta una fascinante combinación entre pasiones individuales y dinámicas colectivas; manifestación religiosa, tragedia y comicidad desenfadada; lo culto, lo grandioso y lo popular. Un enorme juego de contrastes sobre una narración de carácter novelesco -el universo Manzoniano de I Promesi sposi está muy presente-, que permite, una vez más, demostrar a Giuseppe Verdi ser el más consumado Maestro de la capacidad de síntesis y de la acción en el teatro lírico.
Tras una ausencia de más de 23 años, retornaba La Forza del destino a la Sala del Piermarini y con la vitola de inauguración de la temporada 2024-2025. La presencia de los habituales en estas lides, Riccardo Chailly como director musical titular del Teatro y Anna Netrebko, en su enésima presencia en la ópera de apertura de temporada garantizaron el interés del evento.
La soprano rusa mantuvo su cartel en el templo Scaligero como diva Internacional de los últimos años. Cierto es que el vibrato ya no abandona a su emisión y aunque la soprano lo va controlando según avanza la representación, no logra evitar que sea perceptible hasta el final. Eso sí, la belleza y singularidad de un timbre todavía sano tras más de 30 años de carrera se mantiene incólume, destacando ese centro y grave voluptuosos con ribetes cuasieróticos. Desde el primer acto en el Palacio del Marqués de Calatrava, la Netrebko impuso su intensidad dramática y destacado carisma, con lo que consigue que no puedan interesarnos más las atribuladas situaciones que padece Leonora di Vargas y la implacable acción del destino. Acentos vibrantes en el muy dramático recitativo “Son giunta” en el exterior del Monasterio, introdujeron la espléndida “Madre pietosa vergine” delineada con buena línea y fuerza dramática por la Netrebko, a pesar de algún ascenso calante. Magnífico el gran dúo subsiguiente con el Padre Guardiano, pues la soprano de Krasnodar fue capaz, por un lado, de sostener la muy onerosa tesitura y por otro, lograr altísima temperatura teatral junto al bajo Alexander Vinogradov. Le faltó algo de magia y factura a su legato en la sublime “La vergine degli angeli”, pero no se notó la larga espera que debe acometer la soprano en esta ópera hasta regresar en el acto cuarto con una de las más espléndidas arias verdianas para soprano, “Pace, Pace mio Dio”. La Netrebko la expuso espléndidamente con magnífica messa di voce introductoria, filado en el si bemol agudo de “invan la pace” atacado por la soprano de espaldas para ir girando mientras smorza la nota y final come scritto del aria con el salto interválico sin toma de aire en “maledizione”. Una estruendosa ovación del público scaligero estalló al final de la pieza. Finalmente, la Netrebko selló su interpretación con bellos filados en el hermosísimo terceto final -en el que Leonora evoca una plasmación feliz en el más allá de su amor con Don Alvaro, imposible en la Tierra- añadido por Verdi en la revisión de 1869, al igual que la obertura y otros pasajes.
El tenor americano Brian Jagde, que asumía la sustitución del en su día anunciado Jonas Kaufmann, tuvo que volar con urgencia a su país por el nacimiento de su primer hijo, por lo que en la función del día 13 de diciembre, que aquí se comenta, el papel de Don Alvaro fue encarnado por el tenor italiano Luciano Ganci, que ofreció una más que aceptable sustitución. Más idiomático que Jagde y menos rudo, Ganci desplegó un timbre grato y homogéneo, no especialmente bello ni singular, pero sí sostenido por una emisión canónica. Aunque el fraseo debe pulirse, pues no presenta especial fantasía y algún agudo resultó apretado, es capaz de cantar piano y con gusto y así lo demostró al sacar adelante la muy exigente aria “La vita è inferno… Oh tu che in seno agli angeli”. Le pudo faltar algo de arrojo en algunos momentos, pero resultó apropiado en escena, sin exageraciones.
Alexander Vinogradov, a despecho de un material de bajo falto de pasta, densidad y rotundidad, se apoyó en su generoso volumen y extensión, para completar un estimable Padre Guardiano. Como he subrayado, protagonizó un dúo de gran voltaje dramático con Netrebko y tradujo apropiadamente en su fundamental intervención en el terceto final como padre reconfortante, su mensaje de serenidad ante la muerte “Non imprecare umiliati”
Previsible en su corrección, igual a sí mismo, plenamente genérico en lo interpretativo, el barítono francés Ludovic Tézier, que afianzado en la escasa competencia que existe actualmente en su cuerda, puede sacar adelante un Don Carlo di Vargas -a pesar de algunos problemas y un agudo final rascado en la cabaletta en su gran escena del campamento de Velletri- con su voz bien colocada de barítono lírico y su legato de buena factura, sin especial variedad en fraseo, siempre compuesto, ni en los acentos.
Vasilisa Berzhanskaya, a la que “descubrí” y valoré particularmente en un Moïse et pharaon del Festival de Pesaro 2021, demostró no encontrarse tan cómoda en Verdi. Su voz híbrida, más cerca de la soprano que de la mezzo, se mostró débil en el centro, desguarnecida y forzada en el grave, además de justa de proyección y sonoridad. Rutilante en el agudo y sobrada en los pasajes de agilidad de su parte, la clase de su canto selló una Preziosilla magníficamente cantada, pero no pueden soslayarse las carencias apuntadas.
Discreto en lo vocal y estimable en su comicidad, justa y sin excesos, el Melitone de Marco Filieppo Romano. Entre los secundarios, es ineludible la mención al veterano Carlo Bosi en un Mastro Trabuco de libro.
Ya desde la magníficamente construida obertura, se apreció la notable dirección musical de Riccardo Chailly, por organización, calidad de sonido, orden y claridad expositiva, así como diferenciación de planos orquestales, sentido narrativo y contrastes. Espléndidos los cuerpos estables del Teatro alla Scala, imbatibles en Verdi. Tremendo el coro, capaz de un sonido y empaste apabullantes y también de una admirable flexibilidad. ¡Cómo ha sido el ataque en pianissimo a "La vergine degli'angeli"!
La puesta en escena de Leo Muscato, en la línea de escasos riesgos ni “dramaturgias paralelas” o raros dislates en las funciones de apertura de temporada scaligera de los últimos años, se basa en una omnipresente -y cansina- plataforma giratoria a modo de “rueda del destino” que pasa por distintas épocas. En la escena bélica del campamento de Velletri nos encontramos las trincheras de la primera guerra mundial, lo que convierte en absurda la alianza italiano-española contra los alemanes. Un árbol que se balancea al paso de los artistas y que al final, con el ascenso a los cielos de Leonora, muestra brotes verdes cual báculo de Tannhäuser nos recordó las entrañables producciones de cartón piedra de antaño. La somera dirección de actores deja hacer a los mismos, lo cual es positivo cuando se tiene a una Anna Netrebko sobre el escenario. Por lo demás, sin especiales ideas, y lejos de resultar sugestivo, al menos el montaje no desarrolla extraños dislates o caprichos.
Fotos: Teatro alla Scala
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