Crítica de José Amador Morales de la ópera La flauta mágica de Mozart en la Ópera Estatal de Praga
Mozart en Praga
Por José Amador Morales
Praga, 8-IV-2023. Teatro Estatal. Wolfgang Amadeus Mozart: La flauta mágica -Die Zauberflöte. Petr Nekoranec (Tamino), Kateřina Kněžíková (Pamina), Martina Masaryková (Reina de la Noche), Lukáš Bařák (Papageno), Pavel Švingr (Sarastro), Ondřej Koplík (Monostatos), Zuzana Kopřivová (Papagena), Tamara Morozová (Primera Dama), Stanislava Jirků (Segunda Dama), Václava Krejčí Housková (Tercera Dama), Josef Moravec (Primer sacerdote), Martin Davídek (Segundo sacerdote), Vjacseszláv Korszák (Primer armado), Ivo Hrachovec (Segundo armado), solistas del Coro de Niños de Kühn (Tres genios). Ondřej Mataj (Mozart, actor). Coro y Orquesta del Teatro Nacional de Praga. Zdeněk Klauda, dirección musical. Vladimír Morávek, dirección escénica.
Apenas un año después de su estreno en Viena, Die Zauberflöte se representó en Praga, en el actual Teatro Estatal el 25 de octubre de 1792. Para entonces Mozart había fallecido pero su relación con Praga había sido en vida muy fructífera y exitosa, llegando a afirmar cariñosamente «mis praguenses me entienden». Y es que ahí se sintió verdaderamente querido y para ella dedicó una parte importante de su mejor música, habiendo visitado la ciudad hasta en cinco ocasiones. La última de ellas, con motivo del estreno de La clemenza di Tito, que tuvo lugar el 6 de septiembre de 1791 en el citado Teatro Estatal como parte de las celebraciones en torno a la coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia. También le dedicaría una de sus sinfonías más bellas, la nº38 en Re mayor o Sinfonía Praga y fue también en esta ciudad donde se desquitó del sabor agridulce que le supuso el estreno de Le nozze di Figaro en Viena en 1786, con un triunfo sin precedentes. Pero lo que sellaría definitivamente el nombre del genio de Salzburgo con la hermosa capital bohemia fue el estreno de su Don Giovanni, su soberbio “dramma giocoso” realizado con la genial colaboración de Lorenzo da Ponte, estrenado en el Teatro Estatal – una vez más – el 29 de octubre de 1787. Un reciente monumento al Comendatore, el siniestro personaje de la obra, colocado junto a la fachada de dicho teatro, recuerda eficazmente tanto dicha fecha histórica como el vínculo con Mozart. No extraña, pues, que tras su muerte, el funeral celebrado en memoria del compositor en la preciosa iglesia de San Nicolás, congregara a miles de admiradores praguenses para llorar su pérdida.
El Teatro Estatal de Praga se ha conservado en unas condiciones que podríamos calificar de milagrosas. Cierto que no ha sido ajeno a reformas y retoques con el paso de los años, pero en su historia no encontramos ni incendios, bombardeos u otras fatales circunstancias como es el caso de escenarios importantes de otras ciudades europeas como por ejemplo Leipzig o Dresde, por citar ejemplos de lugares que habíamos visitado previamente a la cita que nos ocupa. Su estado permitió ser utilizado en el rodaje de Amadeus, la inolvidable película que Milos Forman filmara en 1984. Actualmente el teatro es dedicado principalmente a ballet, dejando las producciones operísticas al majestuoso y decimonónico Teatro Nacional, con la acertada excepción de ciertas óperas de Mozart debido al innegable vínculo entre dicho escenario y el compositor cuyo historial hemos resumido más arriba.
Así pues, de partida la posibilidad de disfrutar de una ópera mozartiana en un lugar tan histórica y musicalmente ligado a su figura es una experiencia única que sublima prácticamente cualquier otro tipo de consideraciones. En este caso, por ejemplo, una disparatada puesta en escena firmada por Vladimír Morávek que sólo es digerible si no se le presta mucha atención. De una parte utiliza la figura de Mozart a través de un actor que, inspirado claramente en las últimas escenas de la película de Forman antes citada, simula estar escribiendo la partitura durante la obertura y a lo largo de la función va pululando por el escenario haciendo como que dirige, repitiendo los diálogos en checo, tratando de interactuar sin éxito con los personajes, etc; en definitiva, obstaculizando no poco al espectador del seguimiento de la trama. De otra, la escenografía está formada por paneles y telones al estilo dieciochesco que, mirados con cierto detalle, no tienen ningún sentido dada la gran saturación de imágenes surrealistas, digna de El Bosco: en definitiva, un derroche kistch de exceso irracional. No podemos obviar tampoco la mutilación llevada a cabo con algunas escenas (la perteneciente a los oradores, los diálogos de Papagena, parte de la escena inicial, el coro de sacerdotes…) o alteración de su orden original. La dirección de actores resultó en cualquier caso aceptable con la salvedad de determinadas incongruencias (como cuando Pamina, desmayada, es socorrida por Tamino mientras Papageno está a punto de suicidarse o el final con Sarastro muriendo mientras es coronado Tamino ¿?, por citar ejemplos significativos).
El apartado musical, en cambio, vino destacado por un excelente nivel medio-alto global, siendo todos los intérpretes de origen checo. Zdeněk Klauda dirigió a una orquesta de precioso sonido límpido y maleable, con prestaciones solistas de gran calidad, de forma implacablemente vertiginosa, rozando la precipitación, que por contra generó un discurso narrativo tremendamente ágil y teatral. Entre las voces destacaron particularmente la Reina de la Noche de Martina Masaryková, con un atractivo timbre e impactante proyección además de segurísima coloratura, así como el Papageno de Lukáš Bařák, que debutaba en un rol al que dotó de elegante fraseo, precioso color y juvenil desenvoltura. Una línea de canto de cierta calidad poseían también tanto el Tamino de Petr Nekoranec como la Pamina de Kateřina Kněžíková, pero la voz del tenor presentaba serias dificultades en el pasaje, ascendiendo al registro agudo con un sonido afalsetado y poco grato, y la soprano poseía un vibrato y una anchura que daban a su personaje un extraño aire maternal, si bien cinceló con buen gusto y contenida expresión su «Ach, ich fühl's». Pavel Švingr, de voz más baritonal de lo acostumbrado pero suficiente y que también debutaba su parte, fue un correcto Sarastro al que supo recrear con conveniente autoridad y empaque.
Fotos: Ópera Estatal de Praga
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