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Crítica: 'La flauta mágica' de Mozart en el Teatro Real de Madrid, bajo la dirección de Ivor Bolton

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de enero de 2016

ÓPERA Y CINE

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. Teatro Real. 20/I/16. Die Zauberflöte -La flauta mágica- (Wolfgang Amadeus Mozart). Sylvia Schwartz (Pamina), Kathryn Lewek, (La Reina de la Noche), Norman Reinhardt (Tamino), Gabriel Bermúdez (Papageno), Rafal Siwek (Sarastro/Orador), Mikeldi Achalandabaso (Monostatos), Ruth Rosique (Papagena), Elena Copons, Gemma Coma-Alabert y Nadine Weismann (Las tres damas). Director Musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: Barrie Kosky y Suzanne Andrade.

   El aliciente de esta nueva propuesta de una ópera tan habitual como La flauta mágica de Mozart radicaba en la exitosa producción del australiano Barrie Kosky, originaria de la Komische-oper de Berlín y que ha girado ya por diversos teatros. Como ocurre otras veces hoy día, el responsable de la escena no termina de creer en la obra que monta y, especialmente, le parecen un obstáculo de la misma los largos diálogos en alemán que contiene este singspiel (género teatral alemán de carácter popular que alterna música y diálogos hablados). Ciertamente, estos largos diálogos pueden ser un problema sobre todo para público de habla no alemana y un director de escena puede buscar soluciones, pero suprimirlos de un plumazo y sustituirlos por un pequeño resumen recogido en unos carteles propios del cine mudo en las proyecciones y un acompañamiento de piano, aunque sirve para que la audiencia pueda seguir la obra y, personalmente, lo considero una solución aceptable, se antoja demasiado fácil y produce cierto temor y desasosiego. El siguiente paso puede ser cortar los recitativos de muchas óperas y luego, los fragmentos musicales que el director de escena de turno considere “aburridos” o bien, “que entorpecen la acción” o la dramaturgia que haya podido idear. Esto mismo está sucediendo con nuestra zarzuela, género similar al singspiel, en el que vemos a menudo, que los diálogos se reducen o “adaptan para el público actual”,  conforme argumentan.

   Efectivamente, la producción de Barrie Kosky y su colaboradora Suzanne Andrade no contiene escenografía alguna y se basa en una continua proyección con la que interactúan los intérpretes en un espectáculo tributario del cine mudo con abundantes guiños al mismo. De esta manera, vemos a Papageno como Buster Keaton, Monostatos en Nosferatu, Pamina es Louise Brooks y hasta Sarastro caracterizado como el Abraham Lincoln de El nacimiento de una nación. Indudablemente, el montaje es fruto de una fecunda imaginación e inventiva, requiere un gran trabajo y abundantes ensayos, además de resultar muy vistoso y divertido. Se encardina en el elemento fantástico, popular y de cuento tan presente en la creación mozartiana, pero se diluyen aspectos tan importantes como su alegato humano, ilustrado y fraternal de filiación masónica e impronta universal. Que La flauta mágica quede reducida sólo a una amable y divertida comedia casi vodevilesca o a la banda sonora de una hilarante proyección de cine mudo, no parece recoja en toda su extensión el espíritu de la obra. Cada uno que opine lo que crea conveniente, aunque resulta innegable que el público se divierte y sale contento del teatro.

   En cuanto al reparto vocal, vaya por delante el mérito que tiene su trabajo escénico. No es nada fácil interactuar con las imágenes y su labor en ese sentido, insisto, resultó irreprochable, al igual que se su entusiasmo y compromiso, pero algo hay que decir sobre su desempeño vocal, que esto es ópera, aunque a veces no lo parezca. Ante todo, hay que resaltar la modestia en cuanto a presencia y sonoridad de las voces y eso que les favorecía grandemente, en cuanto a proyección, el tener una pantalla detrás y cantar, lógicamente, siempre en la boca del escenario. Pamina fue Sylvia Schwartz,  que cuenta con una zona centro-grave totalmente sorda. Exhibió alguna nota de primer agudo con timbre y sonoridad. A partir de ahí el sonido se abre y pierde color. Es musical y aseada, aunque no pudo evitar las desafinaciones, como casi todas, en la complicadísima aria “Ach, ich fühl’s”. El papel de Tamino corresponde a un tenor heroico mozartiano, subrayando esto último, claro, y no el tenorino raquítico, blanquecino y de expresión linfática que muchas veces escuchamos. No fue este el caso, afortunadamente, del estadounidense Norman Reinhardt, tenor con cierto cuerpo y aplicado musicalmente, aunque corto de extensión y de emisión gutural. Ya en el maravilloso aria del retrato “Dies bildnis ist bezaubernd schön” mostró sus problemas en la zona de pasaje y la falta de expansión en la zona alta. Más penetrante en algunos sonidos fue el Monostatos de Mikeldi Achalandabaso.  Trabajosa en la agilidad, desabrida y agria en el sobreagudo la Reina de la Noche de Katrhyn Lewek caracterizada como una araña calavera de largas patas, que recordó al artilugio de la Reina Elisabetta de la producción de Roberto Devereux que vimos esta misma temporada en el Teatro Real. Pobre donde los haya en el material vocal de Gabriel Bermúdez, simpático Papageno. Al Sarastro de Rafal Siwek, que también asumió la parte del Orador, le faltó autoridad, amplitud, densidad, anchura y rotundidad, además de un legato de mejor factura, Todo ello necesario para poder exponer con toda su grandeza un aria tan sublime como “In diesen heil´gen Hallen”. Empastadas y muy compenetradas las tres damas (Elena Copons, Gemma Coma-Alabert y Nadine Weismann). Desenvuelta la Papagena de Ruth Rosique.

   Ivor Bolton, titular del teatro, en una labor totalmente plana e impersonal, convirtió la orquestación mozartiana en una anodina “banda sonora”, que neutra y sin vida, se limitó a acompañar de fondo el espectáculo y sus intérpretes. Innegable la absoluta corrección musical, pero ni un detalle, ni un contraste, ni un atisbo de la chispa de la comedia, ni muchos menos de la profundidad del mensaje universal mozartiano. Tampoco es que la orquesta alcanzara un nivel sonoro deslumbrante. Muy correcto, por su parte,  el coro.

   Conviene realizar aquí una importante reflexión. No parece muy acertado el nombramiento de un director titular de un teatro de ópera que, por un lado, resulta ajeno a un repertorio tan fundamental como el romántico decimonónico y que en el suyo más afín ofrece una dirección tan plúmbea y sin interés.

Fotografía: Javier del Real

 

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