Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera La Fiamma de Ottorino Respighi en la Deutsche Oper de Berlín
La Fiamma con fuoco
Por Raúl Chamorro Mena
Berlín, 29-IX-2024, Deutsche Oper. La Fiamma (Ottorino Respighi). Olesya Golovneva (Silvana), Martina Serafin (Eudossia), Doris Soffel (Agnese di Cervia), Georgi Vasiliev (Donello), Ivan Inverardi (Basilio), Sua Jo (Monica), Manuel Fuentes (Obispo), Cristina Toledo (Ágata ). Coro y coro de niños de la Deutsche Oper Berlín. Orquesta de la Deutsche Oper de Berlín. Dirección musical: Carlo Rizzi. Dirección de escena: Christof Loy.
Llegaba por primera vez a la Deutsche Oper berlinesa la ópera La Fiamma de Ottorino Respighi sobre libreto de Claudio Guastalla. La obra, estrenada en Roma en 1934, se presentó en la ciudad de Berlín dos años después y se basa en el relato Anne Perdersdotter, la bruja de Hans Wiers-Jenssen, al igual que la excelente película de Carl Theodor Dreyer Dies Irae-Vredens dag (1943). La protagonista de la historia es la hija de una condenada por brujería, que evita ser quemada en la hoguera, como establecía la ley, por la promesa de matrimonio por parte de su madre a un pastor religioso de avanzada edad y con gran poder en la comunidad. Ella, por su parte, hastiada en su vida conyugal, entabla una apasionada relación amorosa con su hijastro, fruto de una relación anterior de su esposo. Con la implacable oposición de su suegra durante toda la relación, será acusada de lograr su amor incestuoso por hechicería y terminará quemada en la hoguera como su madre.
Respighi y su libretista Guastallo trasladan la acción de la Noruega del siglo XVII a la Rávena bizantina del siglo VII. El músico italiano combina magistralmente estructura, trama y desarrollo propias del melodrama italiano, escritura para la voz en la tradición italiana, con ecos de Monteverdi y abundantes pasajes plenos de passionalitá y también de línea de canto crispada, tributaria del movimiento verista-naturalista. Todo ello con una exuberante orquestación, plena de sensualidad, que asume influencias de Wagner y el impresionismo francés. No faltan escenas de conjunto grandiosas, de gran efecto, con intervención de amplio coro y solistas. En definitiva, una magnífica ópera, de narración exaltada, de ritmo cinematográfico, -no en vano, insisto, su trama dió lugar a una joya del séptimo arte firmada por Carl Dreyer- que emociona, conmueve y no deja un minuto de respiro. No se entiende que ópera tan espléndida y monumental, apenas se represente. Las razones pueden repartirse entre un público deseoso de ver siempre lo mismo, unos programadores adocenados y cierta crítica, que desprecia lo que desconoce y que parece no gustarle la música o sólo cierta parte de la misma, la más obvia y trillada, claro.
La Deutsche Oper ha recurrido para representar por primera vez La Fiamma al habitual Christof Loy, que presenta un escenario más bien desnudo con eficaz escenografía de Herbert Murauer. Esta se basa en una escalinata y un panel central que se abre y cierra descubriendo a veces a algún personaje o varios de ellos y otra, una imagen de una verde pradera que simboliza el amor entre Silvana y Donello. El vestuario, fundamentalmente negro, remarca la oscuridad de la trama y las trágicas consecuencias del fanatismo. La puesta en escena se centra en la caracterización de los personajes -bien perfilada- y el trabajado movimiento escénico con unas escenas de conjunto que atesoraron eficacia y efecto. A pesar de que Loy recibió algunos abucheos en su salida, cabe valorar positivamente la puesta en escena, pues no atenta contra la obra.
En cuanto al reparto vocal cabe lamentar la cancelación de la inicialmente prevista Ausrine Stundyte, todo un animal escénico, que junto a Serafin y Soffel hubiera completado un arrollador terceto sobre el escenario, asumiendo el papel protagonista, Silvana, que estrenó la gran Giuseppina Cobelli. Nada que oponer a la entrega de la soprano Olesya Golovneva, que asumió el papel con la suficiente sensualidad y sincera intensidad dramática, si bien le faltaron mayores dosis de carisma y personalidad. En el aspecto vocal, la Golovneva, sin graves y un centro de limitada enjundia, gana timbre en la zona alta, con lo que no terminó de hacer total justicia a la inclemente escritura. Muy intensa y sensual en los dos dúos con Donello, especialmente, el arrollador del tercer acto, la Golovneva completó una muy digna interpretación de Silvana.
Impresionante la veteranísima Doris Soffel como Agnese de Cervia, que capitaneó un final del primer acto de tremenda fuerza dramática ,en el que, acusada por el pueblo -el coro en manifestación de coro turba- de brujería es arrojada a la hoguera después de maldecir a todos los presentes. En lo vocal, la Soffel, con el centro ya agujereado, mantiene un estado vocal resaltable a sus 76 años de edad, con un grave potable y, sobretodo, un agudo aún timbrado y sonoro.
Otra gran artista, Martina Serafin, contribuyó a la alta temperatura teatral de la velada como Eudossia, madre de Basilio e implacable suegra de Silvana a la que acecha, controla y atormenta. La Serafin en su situación vocal actual, asume un papel de mezzosoprano con lo que pena en la franja grave, pero aún mantiene una zona centro-primer agudo de calidad, con capacidad de emitir sonidos con pegada en los momentos de mayor voltaje dramático. Más idiomática que la mayoría del elenco y volcánica en escena, firmó una actuación de gran intensidad teatral.
Escaso relieve el de Georgii Vasiliev como Donello, hijastro y amante de la protagonista. El tenor ruso, de emisión retrasada, dura, esforzada y calante fue un enamorado más bien desvaído y un cantante sin interés. Mucho mejor el barítono Iván Inverardi, que demostró su procedencia italiana en el papel del esposo Basilio, exarca de Ravenna, que tuvo como primer intérprete, nada menos que a Carlo Tagliabue. Inverardi demostró, a pesar del desgaste tímbrico, sonoridad y extensión, completando un segundo acto de alto voltaje teatral en su gran dúo con su esposa. Entrega y garra demostró también la soprano Sua Jo, que no se amilanó en su enfrentamiento con Silvana cuando está se entera de la pasión que también anida en su corazón por Donello. Cumplió la española Cristina Toledo en su pequeño papel y también el bajo Manuel Fuentes en su importante intervención como Obispo en el último acto. Le faltó una sonoridad más contundente, pero emitió con ortodoxia y cantó con compostura.
Un tanto de trazo grueso la dirección de Carlo Rizzi, al que faltaron transparencia y contrastes, pero la orquesta de la Deutsche Oper ofreció una magnífica actuación y tanto la batuta como la agrupación garantizaron el debido sentido narrativo e incandescencia teatral. Grandísimo éxito con numerosas salidas a saludar de todo el elenco y especiales ovaciones a Golovneva, Serafín, Soffel, Inverardi y la orquesta.
Fotos: Monika Rittershaus
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