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Crítica: «La dama de picas» en la Ópera Estatal de Baviera

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Autor: Raúl Chamorro Mena
14 de julio de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera La dama de picas de Tchaikovsky en la Ópera Estatal de Babiera, con Lise Davidsen en el reparto

«La dama de picas» de Tchaikovsky en Múnich

 Pique dame desnaturalizada y sin Ghermann

Por Raúl Chamorro Mena
Múnich, 12-VII-2024, Ópera estatal de Baviera -Teatro Nacional de Munich. Pikovaya dama-La dama de picas (Piotr Tchaikovsky). Brandon Jovanovich (Ghermann), Lise Davidsen (Lisa), Violeta Urmana (Condesa), Roman Burdenko (Conde Tomski), Boris Pinkhasovich (Príncipe Yeletski), Victoria Karkacheva (Polina). Orquesta y coro de la Ópera Estatal de Baviera. Dirección musical: Aziz Shokhakimov. Dirección de escena: Benedict Andrews.

   La puesta en escena de Benedict Andrews para La dama de Picas, estrenada en febrero de este año y que repone la Ópera de Baviera en su Festival de Julio, convierte en prácticamente irreconocible la fascinante ópera de Tchaikovsky sobre libreto de su hermano Modest. La exaltación emocional - a diferencia del relato de Pushkin, en la ópera ambos protagonistas se suicidan-, la pasión postromántica, el homenaje a Mozart y consiguiente barniz settecentesco, así como Rusia y San Petersburgo, desaparecen en este fallido montaje del director de escena australiano, que se atreve, incluso, a mutilar la pastoral del tercer acto. Una exposición aparentemente cinematográfica en la que vídeos en blanco y negro, con la presencia de los personajes principales, introducen cada escena de lo que parece un film noir, sobre escenario siempre oscuro, con muy escasos elementos -entre ellos, coches sobre las tablas, algo habitual en los montajes actuales-, mafiosos o gángsters  atrabiliarios por doquier y cercenando cualquier presencia rusa. Son los tiempos que corren y como enterrar la música de Tchaikovsky les llenaría de vergüenza, borramos todo vestigio de sus orígenes y esencias, incluyendo, por supuesto, la entrada de Catalina lla Grande. Todo parece una expresión de la mente torturada del atormentado Ghermann, que se pasea toda la ópera con una pistola en la mano. Sonrojante el segundo acto con los personajes en una especie de grada, más tiesos que una vela y enmascarados. En definitiva, una puesta en escena que lejos de potenciar la obra, la despoja de toda su emoción y la desnaturaliza, con la amputación de parte de la música como culminación de todo ello.

   El papel de Ghermann es de una dificultad extrema, tanto en lo vocal, como en lo dramático, y se suele aludir al mismo como «el Otello de la ópera rusa». Desde luego, el tenor Brandon Jovanovich demostró una absoluta incapacidad para enfrentarse a la escritura vocal, con una emisión totalmente gutural y retrasada, timbre ingrato, opaco, y un registro agudo imposible, sin amparo técnico alguno. De tal modo, pudieron escucharse una ensalada de sonidos esforzadísimos, apretados, blanquecinos, afalsetados, con notas tan sonrojantes como el agudo final de la escena de la tempestad del primer cuadro. En lo interpretativo, es justo valorar la entrega sincera del tenor estadounidense a falta de mayores registros dramáticos.

   A Lisa le cautiva ese marginal que es Ghermann, ya sea por compasión o vis redentora, o bien por huir de la vida monótona, acomodada y sin sobresaltos que le ofrece el rico y formal Príncipe Yeletski. La obsesión por el juego y el secreto de las tres cartas ganadoras se impone en Ghermann y Lisa, devastada, se suicida. Vocalmente, Lise Davidsen resultó apabullante, pues une a su voz caudalosa, rica y resonante, inatacable fondo musical, legato y fraseo cuidado, como demostró en el nocturno, en el que pudo faltarle un punto de sensualidad. La gran escena del canal de invierno del río Neva en la que encallan tantas sopranos de insuficiente calibre no planteó problema alguno a la vocalidad suntuosa de la Davidsen. Mayor incisividad y variedad de acentos le ayudarán a terminar de perfilar el personaje.

   Boris Pinkhasovich, con emisión bien resuelta y homogénea, sonido perfectamente colocado y apoyado sul fiato, cantó con mórbido timbre de barítono lírico, así como ascensos impecables y espléndida línea canora, plena de gusto, la hermosísima romanza de Yeletski. Mucho más tosco, pero sonoro y con intencionados acentos el Tomski de Roman Burdenko.

   La veterana Violeta Urmana, desgastada y mermada de volumen y armónicos, confirió relieve a la Condesa, o lo que sea en esta producción en la que incluso recibe droga inyectada. Cantó muy bien, con legato de escuela y fraseo señorial, el aria de Grétry «Je crains de lui parler». La mezzo Victoria Karkacheva cantó con buen legato y musicalidad la canción de Polina de la segunda escena del primer acto, aunque sin poder presumir de un material especialmente dotado. Sí lo es en cuanto a centro y grave el de Natalie Lewis, que encarnó a la Gobernanta de la condesa.

   Plena de detalles y matices, además de  bien organizada y transparente, la dirección musical del uzbeko Aziz Shokhakimov, que demostró un trabajo bien asentado y engrasado al frente de la magnífica orquesta estatal de Baviera. Radiante y refinado sonido surgió del foso, con primorosos detalles de la sección de maderas, encabezada por un excelso clarinete. Sólo eché de menos  algo más de color y enjundia a la cuerda y que la batuta rematara tan bella labor musical con un plus de tensión y voltaje teatral. El coro sonó con apropiados empaste y sonoridad.

Foto: W. Hoesl

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