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Crítica: La Canadian Opera Company programa la ópera 'Louis Riel' de Harry Somers

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Autor: Giuliana Dal Piaz
1 de mayo de 2017

Louis Riel ha sido una magnífica novedad en el panorama operístico de Toronto, a la cual desafortunadamente una buena parte del público, e incluso los críticos musicales de dos importantes diarios, no han respondido como es debido...

RESCATANDO LA HISTORIA 

   Por Giuliana Dal Piaz
Toronto, 26-IV-2017. Four Season Centre for the Performing Arts, 20 de Abril-13 de Mayo. Temporada 2016-17 de la Canadian Opera Company. LOUIS RIEL, música de Harry Somers, libreto de Mavor Moore (1967). Dirección teatral: Peter Hinton. Dirección musical: Johannes Debus. Dirección del Coro: Sandra Horst. Escenografía: Michael Gianfrancesco. Vestuario: Gillian Gallow. Dirección de Luces: Bonnie Beecher. Coreografías: Santee Smith. Orquesta y Coro de la Canadian Opera Company. Personajes e intérpretes principales: Louis Riel – Russell Braun, barítono; Obispo Taché: Alain Coulombe, bajo; Primer Ministro Sir John Madonald – James Westman, barítono; orangista Thomas Scott – Michael Colvin, tenor; Gobernador William McDougal & un juez – Doug MacNaughton, barítono; Julie Riel, madre de Louis – Allyson McHardy, mezzo-soprano; Marguerite Riel, esposa de Louis – Simone Osborne, soprano; Coronel Garnet Wolseley – Peter Barrett, barítono; Donald Smith, Director de la Hudson Bay Company – Aaron Sheppard, tenor; Sir G.E. Cartier – Jean-Philippe Fortier-Lazure, tenor...

   El compositor canadiense Harry Somers escribió Louis Riel –que él llamaba “drama en música” y no “ópera” – con el libretista Mavor Moore en 1967, con ocasión del 1º Centenario de la creación de Canadá como Estado independiente (Dominion), por encargo de una importante Fundación canadiense. La Canadian Opera Company lo presentó por primera vez con el famoso barítono Bernard Turgeon (nacido en la Provincia de Alberta en una familia de raíces anglo-francesas, hispánicas y Métis) en el papel protagónico, que el cantante siguió interpretando en la mayoría de las sucesivas reposiciones: desde entonces ése ha sido el rostro de Riel en la imaginación popular. Al tanto de esta nueva edición de la ópera, Turgeon esperaba poderla ver, pero falleció hace apenas unos meses, a los 85 años. Desde su estreno, la obra ha sido representada unas cuantas ocasiones en Canadá y una vez en los Estados Unidos. La Canadian Opera Company vuelve a presentar ahora Louis Riel para el 150º de la Federación en una novísima producción, no sólo con un equipo de realizadores e intérpretes todos canadienses (la única excepción es el Mº Johannes Debus, alemán, que sin embargo es el Director artístico permanente de la C.O.C.), sino añadiendo la participación de unos miembros de las llamadas “Primeras Naciones” indígenas, y el uso de la lengua Michif tanto en ciertos pasos del texto que como tercer idioma en los sobretítulos, junto al inglés y al francés.

   Me parece indispensable resumir la historia de Louis Riel, personaje importante y controvertido de la historia de Canadá, considerado por muchos un héroe y por otros un traidor, como rezaba la sentencia que lo condenó a muerte en 1885. Una vez creado en 1867 el Dominion, o Federación canadiense, con la unión de cuatro Provincias orientales (Ontario, anglófono y protestante; Québec, francófono y católico; y las Provincias marítimas anglófonas y protestantes de Nueva Escocia y New Brunswick), había que enfrentar la situación de los territorios occidentales dominados por la británica “Hudson Bay Company”. Con la aprobación de la Corona inglesa, que formalmente seguía – y sigue siendo – la máxima autoridad en Canadá, la Compañía aceptaba “vender” sus territorios al Gobierno canadiense, así que el Primer Ministro Sir John Macdonald (con el apoyo de Sir George-Étienne Cartier,  Ministro de la Defensa) promulga una ley que prevé la incorporación al Dominion de los territorios occidentales, pero sin compensación alguna para los colonos que los habían poblado y cultivado. Los colonos ingleses e irlandeses están dispuestos a aceptar la situación; no así los Métis (desde la palabra por “mestizos”) franco-indígenas, que no sólo se verían despojados de sus tierras sino que tampoco adquirirían la ciudadanía canadiense. En la región de Red River – parte de la actual Provincia de Manitoba o “tierra de Manitú” –, los Métis se rebelan guiados por Louis Riel, un místico que siente haber sido encargado de esa misión directamente por Dios (afirma ser la re-encarnación del bíblico David). Riel y sus tropas logran ocupar Fort Garry, la actual Winnipeg, base occidental entonces de la Hudson Bay Co., e instalar un Consejo Nacional de los Métis; Riel se vuelve de hecho el gobernador del Red River y el fundador de Manitoba. Ottawa nombra a un Gobernador propio, el incompetente William McDougall, que llega a Fort Garry antes de tiempo a través de los Estados Unidos, irritando a los Métis y complicando la situación mientras que arrecia el invierno.

   A pesar de ello, el Director de la Hudson Bay Co., Donald Smith, logra establecer con Riel un diálogo constructivo, mientras que el Obispo Taché intenta defender la causa de los Métis ante el Primer Ministro Macdonald y el Ministro Cartier. Estos prometen satisfacer todos los pedidos de Riel pero dilatan arteramente la amnistía solicitada por los rebeldes para deponer las armas. Mientras tanto, en Red River, grupos de patriotas anglófonos protestantes causan disturbios pidiendo la renuncia de Riel. Derrotados una primera vez, pero indignados por la condena a muerte del violento orangista Thomas Scott de parte de una corte marcial Métis, se alzan nuevamente contra el Gobierno provisional induciendo al Gobierno a intervenir. Riel huye a los Estados Unidos donde sobrevive dando clases. Quince años más tarde, un grupo de Métis e indios Cree de la actual Provincia de Saskatchewan lo visita para pedirle volver a Canadá a guiar una nueva insurrección. A pesar de las súplicas de su joven esposa Métis, Marguerite, Riel vuelve a su país, radicalizado en sus ideas y decidido a oponerse incluso a la Iglesia, que intenta frenar el levantamiento. Derrotado y capturado en Batoche, Riel es acusado de rebelión y alta traición; su defensor intenta salvarlo por problemas mentales, con base en sus ideas religiosas, pero la autodefensa que Riel pronuncia en la Corte convence a los jueces de su salud mental, por lo cual lo condenan a la horca.

   Harry Somers es una fascinante figura de músico, el más prolífico e importante que tenga el país: nacido y formado en Canadá, estudió también en Gran Bretaña, Alemania e Italia; murió con el siglo (1999), escribió muchísima música de todo tipo,  sinfónica, coros, bandas sonoras de películas, música para teatro, y una media docena de óperas. Su producción es heterogénea como sus intereses y sus experiencias musicales. La partitura que compuso para Louis Riel es muy hermosa y vigorosa, con algunos momentos líricos y hasta un esbozo de canto gregoriano; me pareció evidente la influencia de Luigi Nono, quizás también de Giacinto Scelsi, en las secuencias atonales o dodecafónicas, una influencia filtrada, sin embargo, y evolucionada en un estilo muy personal. Por supuesto no se trata de una “ópera” en el sentido proprio de la palabra: la música no da la melodía a las arias (la mayoría de ellas son puramente vocales, sin acompañamiento instrumental), determina más bien atmósferas y a su manera “cuenta” los estados de ánimo de los personajes; por momentos la orquesta calla del todo, dejando campo libre a las voces o que hable el movimiento, como en la “danza del búfalo” del bailarín Kainai-Pie-Negro Justin Many Fingers. Los personajes principales “cantan” en el escenario de manera distinta según sus caracterización: los representantes de gobierno, en especial el Primer Ministro Macdonald, utilizan un “discurso cantado” rítmico, bastante satírico. Louis Riel canta largos solos melódicos, que exigen una increible agilidad vocal y a menudo un gran virtuosismo. Para su partitura, Somers utiliza también ritmos pre-existentes: la canción que da inicio a la ópera, “Riel está sentado en su estudio”, es la re-elaboración en forma de lamento indígeno (entonado por la cantante Métis Jani Lauzon sin acompañamiento musical) de la marcha militar compuesta por un funcionario de la Hudson Bay Company en época de Riel; en el Tercer Acto, durante la escena en la iglesia, el compositor superpone el tintineo de cascabeles de trineo y panderetas a la Misa cantada en latín; la “canción de cuna”, Kuyas, que Marguerite Riel canta a su bebé al inicio del Tercer Acto, ya existía bajo el título de “Song of Skateen”, no es una canción de cuna y no es Métis, sino un canto fúnebre Nisga’a, una de las muchísimas piezas que los etnógrafos recopilaron de las poblaciones indígenas a principios del siglo XX...

   Todos los cantantes me han parecido interesantes, también desde el punto de vista de la actuación, en especial el barítono Russell Braun, un Louis Riel apasionado y poderoso pero muy atormentado; la mezzo-soprano Allyson McHardy, severa y amorosa madre de Riel, de voz cálida y fuerte; y la soprano Simone Osborne, una Marguerite Riel de hermosa voz dulce y dolida, que mantiene muy bien por toda su pieza sin acompañamiento instrumental. El barítono James Westman interpreta con gran eficacia al Primer Ministro Macdonald, subrayando con medida los aspectos negativos que le atribuye el libreto. Con semejante gama de talentos a disposición, no se entiende por qué se llamen a menudo de los Estados Unidos a cantantes – a veces ¡mucho menos capaces! – que cubran los papeles protagónicos en las óperas que se producen en Toronto.

   Peter Hinton ha realizado una puesta en escena muy esencial y original llevando al escenario la “Land Assembly”, un grupo de 15 representantes de las Primeras Naciones, en calidad de testigos mudos (y ¡acusadores!) de lo que ocurre en el escenario, todos vestidos de rojo en los dos primeros actos de la ópera y de negro en el tercer acto, cuando la derrota de Riel. El coro (integrado por 40 cantantes) se vuelve visible, en dos hileras de tribunas como los bancos de un jurado, cuando se alzan despacio dos grandes paneles verticales, que, cerrados, parecen un fondo de escena, abiertos, develan a su vez fondos de colores distintos según el momento de la acción. Son miembros del coro, además, los que dan vida primero a los grupos de Métis o de feligreses católicos que ensalzan a Riel, y luego a grupos de colonos exaltados que piden su renuncia y su muerte. Me pareció muy atinada la escenografía minimalista de Michael Gianfrancesco, pocos elementos de decoración indispensable, introducidos o quitados a la vista del público. Dos distintos telones que escurren verticalmente definen el lugar de la acción, con la mapa del Palacio del Parlamento que nos “lleva” a Ottawa, donde el Primer Ministro Macdonald, primero con el Ministro de Defensa Cartier y el Director de la Hudson Bay Co., Donald Smith, y luego Macdonald con Cartier, planean su hipócrita estrategia. No tan bueno me pareció, en cambio, el vestuario diseñado por Gillian Gallow, que enfatiza el intento denigratorio hacia el Gobierno de Ottawa, vistiendo a los ministros con absurdos trajes de cuadros, rojo para Macdonald y azul para Cartier (que además no era de origen escocés), o al Director de la Hudson Bay de traje blanco con listas multicolores en el borde de la chaqueta y del pantalón, mientras que viste siempre a los Métis con sombríos trajes oscuros. Magistral por enfasis y precisión, la concertación orquestada por el maestro Johannes Debus, así como la ejecución proporcionada por la orquesta de la Canadian Opera Company.

   Louis Riel ha sido una magnífica novedad en el panorama operístico de Toronto, a la cual desafortunadamente una buena parte del público, e incluso los críticos musicales de dos importantes diarios, no han respondido como es debido...

Foto: Sophie I´anson

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