Por José Amador Morales
Sevilla. 31-V-2017. Teatro de la Maestranza. Giacomo Puccini: La bohème. Anita Hartig (Mimí), Josep Bros (Rodolfo), Juan Jesús Rodríguez (Marcello), María José Moreno (Musetta), Fernando Radó (Colline), David Lagares (Schaunard), Alberto Arrabal (Benoit/Alcindoro), Francisco Castellano (Parpignol), Francisco González (Sargento), Andrés Merino (Aduanero). Escolanía de Los Palacios (Enrique Cabello, director). Coro de la Asociación Amigos del Teatro de la Maestranza. (Íñigo Sampil, director). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Pedro Halffter, director musical. Davide Livermore, director de escena. Producción del Palau Les Arts de Valencia.
La importante apuesta del Teatro de la Maestranza por la última producción lírica del año ha traído consigo un título del evidente “tirón” popular de La bohème con un considerable aumento de funciones (seis frente a las cuatro habituales); algo que en sí mismo no contrarresta su escueta temporada, la cual ha sido vertebrada por cuatro títulos del repertorio incluido el que comentamos (cinco si se añade la representación única de Un avvertimento ai gelosi, la ópera de cámara de Manuel García).
Así, La bohème de Puccini volvía al escenario sevillano con un reparto relativamente homogéneo y con la conocida producción escénica que Davide Livermore ideara para la Ópera de Philadelphia, recientemente adquirida por el Palau Les Arts de Valencia bajo su propia dirección artística. El éxito de la misma se basa en el atractivo de su impacto estético, con proyecciones de hermosos y célebres cuadros de Van Gogh, Cezánne, Cassatt, Renoir o Pisarro, más o menos al hilo del libreto, sobre pantallas de fondo y el cuadro que, en primer plano, pinta Marcello sobre un caballete. No obstante, la puesta en escena, que aquí reducía notablemente la capacidad del escenario sevillano, acusa un exceso de vacío que no llega a justificar del todo la austeridad bohemia y la dirección de actores es irregular, ya sea por exceso (confuso y saturado acto segundo donde era difícil atender la línea esencial de la trama) o por defecto (primer y último acto).
Como en sus anteriores interpretaciones puccinianas (La fanciulla del West, Tosca) y en mayor medida que la de otros compositores italianos, Pedro Halffter acertó al ofrecer un bello sonido orquestal de partida que, si bien es cierto que se apoyaba en la enorme prestación que últimamente viene ofreciendo la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en ese sentido, no lo es menos que en su anterior trabajo operístico en el mismo teatro no hubo ni un atisbo de ello. Así pues, fue una grata experiencia paladear todas las texturas, colores y detalles tímbricos que rezuma la hermosa partitura del compositor de Lucca. Sin embargo, conforme avanzó la velada se fue poniendo de manifiesto cierta falta de intensidad dramática y de peso expresivo por su parte que relegó el acierto sonoro a algo meramente epidérmico. Cierto es que sus ya habituales y arbitrarios efectismos agógicos y dinámicos así como su discutible tacto para acompañar a los cantantes, aun siendo evidentes, lo fueron en menor medida que en ocasiones precedentes.
En cuanto a las voces, destacó el timbre enormemente atractivo de Anita Hartig cuyo material vocal se proyectaba resplandeciente hasta la última butaca del teatro. Además, la calidad de su fraseo y canto de algo vuelo lírico se revelaron ideales para su recreación de un rol protagónico en el que se encontraba ciertamente cómoda y al que sólo le faltó un punto de calidez y calado expresivo en los dos últimos actos. Por su parte, el Rodolfo de José Bros convenció con su acostumbrada línea de canto elegante, musical y colmada de buen gusto. El tenor catalán ha ensanchado notablemente su voz en los últimos años (resulta revelador compararla con sus Elvinos, Nemorinos, Edgardos o Devereux) que ahora ha adquirido un importante volumen si bien aquí la tesitura del personaje le llevó al límite, mostrando evidentes dificultades en su ascenso al registro agudo, que lograba no sin generar gran tensión y aparente desfonde físico.
La otra pareja del reparto estuvo protagonizada por la deliciosa Musetta de María José Moreno que volvía al coliseo sevillano después del enorme éxito de su Adina hace un año y tras su reciente y aclamada Gilda en el Liceo de Barcelona. Su bellísima voz se acomodó perfectamente a las cualidades del papel al que dotó de sensualidad (segundo acto) y franqueza expresiva (cuarto) a partes iguales. También resultó plausible el Marcello de Juan Jesús Rodríguez que aportó su importante voz de barítono lírico, más convincente en lo expresivo como actor. Más discretas, aunque igual de entregadas, se situaron las interpretaciones de Fernando Radó como Colline y David Lagares como Schaunard, igual que los acertados Alberto Arrabal con el tradicional doblete de Benoit y Alcindoro y Francisco Castellano como Parpignol.
El coro también estuvo a la altura, pese al aparente desbarajuste al que es sometido durante el segundo acto, y extraordinaria la Escolanía de Los Palacios que viene superándose en cada participación en la que es requerida. El público aclamó generosamente a todos los protagonistas y con especial intensidad a las dos sopranos, al tenor y a la orquesta.
Compartir