Sílvia Pujalte
El joven molinero ruega al señor molinero y a la señora molinera que le dejen continuar su camino. Como el agua, como las muelas, necesita moverse. Porque Das Wandern ist des Müllers Lust (caminar es el placer del molinero). Así comienza Die schöne Müllerin; a lo largo de las veinte canciones compuestas por Franz Schubert acompañaremos al muchacho en su camino, viviremos su entusiasmo, su enamoramiento, su inocencia, su ilusión. Y también su desilusión, su fragilidad, su morbosa atracción por la muerte.
¿Cuántas lecturas se pueden hacer de La bella molinera? Quizá lo más sencillo, o al menos lo menos doloroso, sea tomarla como un cuento. Un joven aprendiz llega a trabajar a un molino. Allí se enamora de la hija del molinero y se desvive por llamar su atención, trabajando más duro que nadie, regalándole la cinta que adorna su laúd. Incluso consigue que ella dé un paseo con él pero es demasiado tímido para declararle su amor. Aparece el cazador, seguro de si mismo y decidido, y el joven molinero ve como sus esperanzas se desvanecen e, incapaz de seguir viviendo, se ahoga en el arroyo. Un cuento triste con un final dulcificado por los compases que acunan su último sueño.
En origen, los poemas de Müller responden a esta idea de contar un cuento inspirándose en las populares historias sobre molineras que solicitadas por varios pretendientes juegan con ellos mientras deciden cuál les conviene más (además de algunos poemas de Des Knaben Wunderhorn, encontramos historias similares en la poesía de Goethe, Rückert o Kerner). Cuando escribe estos poemas, Müller es un joven poeta con una amplia formación, muy interesado en el resurgimiento de la cultura popular a principios del siglo XIX en Alemania; su colección Die schöne Müllerin es una reinterpretación del espíritu de los volkslieder, enmarcada por un prólogo y un epílogo en los que el narrador se dirige a su público y los distancia de la historia porque se trata de un entretenimiento. Los versos de Müller, sin embargo, son sencillos sólo en apariencia, la historia que cuenta no es en absoluto tan lineal y simple como aquí la hemos resumido. A menudo encontramos imágenes complejas, la realidad que vive el molinero y su imaginación se mezclan, dudamos sobre lo que está ocurriendo realmente. Desde luego, hay muchas otras posibles lecturas, más allá del cuento.
El ciclo de poemas de Wilhelm Müller se publicó en su versión completa en 1820, en una antología de nombre tan curioso que no me resisto a citarlo: Sieben und siebzig Gedichte aus den hinterlassenen Papieren eines reisenden Waldhornisten. Es decir, más o menos, Setenta y siete poemas de los papeles póstumos de un trompista viajero. Allí fue donde a mediados de 1823 Schubert leyó esos poemas con temas especialmente queridos para él. Es el caso de la figura del caminante, por supuesto; Schubert, que a penas se movió durante su vida de los alrededores de Viena, acudió a menudo a este personaje tan propio del Romanticismo que representa, entre otras cosas, la necesidad de aprender. Encontramos también otro protagonista frecuente de los lieder de Schubert, el agua. El molinero se encuentra con un riachuelo que lo guía hasta su amor, que responde a sus dudas, que le ofrece consuelo en su dolor y cuida de que nada ni nadie le molesten en su sueño. Como sucede en muchos lieder de Schubert, el agua es un interlocutor habitual para sus solitarios personajes. Merece la pena mencionar, ya que antes hablábamos de la tradición popular, la alusión en Wohin, la segunda canción del ciclo, a las ondinas, esos hermosos seres mitológicos que habitan en las aguas y atraen irremisiblemente a los jóvenes de los que se enamoran, También la muerte es otro de los temas recurrentes de Schubert; hace un tiempo repasábamos en un artículo la presencia de la muerte en los lieder del compositor, una muerte que suele ser acogedora y deseable, que ofrece paz y reposo, como Des Baches Wiegenlied , la última canción del ciclo.
Por supuesto, otro rasgo de los poemas que encaja perfectamente con Schubert es su subjetividad; como explica el poeta en su prólogo, hay un único personaje en este drama, el molinero, porque aunque el arroyo hable al final eso no lo convierte en un personaje. Con esa única excepción al final del ciclo, sólo conocemos la historia del joven a través de sus pensamientos; Schubert reforzó esa subjetividad eliminando el prólogo y el epílogo, acortando así la distancia entre nosotros y el protagonista. El compositor eliminó además tres poemas del ciclo, por motivos menos claros. Si hablamos de subjetividad no podemos dejar de mencionar las circunstancias personales de Schubert en la época de la composición de La bella molinera. Ese año 1823 había estado ingresado durante una temporada en un hospital por lo que con toda seguridad era sífilis, una enfermedad con muy mal pronóstico en aquella época y con un tratamiento muy tóxico a base de mercurio. Una enfermedad, además, que suscitaba rechazo social cuando se hacía físicamente evidente, como ocurrió en el caso de Schubert. Sus cartas de aquella época son testimonios de su sufrimiento y su soledad durante aquella época, no cuesta mucho imaginar que Schubert empatizara con el desamparo del molinero, con su inocencia perdida o con sus pensamientos suicidas o con la estrecha relación entre el amor y la muerte.
Estas pinceladas sobre Die schöne Müllerin sólo tienen un objetivo, invitar al lector a escuchar el ciclo. Porque, al fin y al cabo, Die schöne Müllerin se convierte en una obra maestra cuando las palabras de Müller se funden con las notas de Schubert. O quizá es al revés y son las notas de Schubert las que se funden con las palabras de Müller. La cuestión es que a partir de ese momento están unidas para siempre. Schubert recoge el espíritu de los versos y les da una música de aire tradicional, a menudo con canciones estróficas, aparentemente sencillas si escuchamos someramente, exquisitamente refinadas si ponemos más atención. Canción a canción, la música describe con una precisión admirable los diferentes estados de ánimo del molinero (¿no es enternecedor el entusiasmo irrefenable de Ungeduld?) desde la luminosidad de los primeros lieder a la oscuridad de los últimos.
Como sucede con los ciclos más interpretados, contamos con numerosas grabaciones de La bella molinera. La mayoría están interpretadas por hombres, sobre todo tenores y barítonos (pero, por no faltar, no falta ni la versión del contratenor Jochen Kowalski); ocasionalmente la han grabado sopranos y mezzosopranos. Quien se aproxime por primera vez a este ciclo puede desear escuchar una versión de referencia y creo que difícilmente le decepcionarán las de Fritz Wunderlich, especialmente las dos últimas en las que está acompañado de Hubert Giesen, pero suponiendo estas grabaciones conocidas para la mayoría de los lectores he optado por ilustrar estas notas con la grabación en directo de un recital del barítono Christopher Maltman acompañado por Graham Johnson en el Wigmore Hall el año 2010, una versión que irradia juventud, entusiasmo, inocencia y ternura; una lectura que se acerca más al cuento que mencionábamos al principio que a interpretaciones más oscuras y atormentadas. Que la disfruten! Y si están pensando que el verbo disfrutar no es muy adecuado si hablamos de la historia de un joven que muere de amor, eso es más o menos lo que dice el poeta al final de su prólogo: amüsiert euch viel!
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