Crítica del concierto de la Filarmónica de Múnich en el ciclo de Ibermúsica, bajo la dirección de Krzysztof Urbanski, que ofreció su versión de la Sinfonía n.º 4 de Mahler con la voz de la soprano Katharina Konradi y de la Sexta sinfonía de Shostakóvich
Anodino y sin vida
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 25-I-2023, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Sinfonía núm. 4 (Gustav Mahler). Katharina Konradi, soprano. Sinfonía núm. 6, op. 54 (Dmitri Shostakóvich). Münchner Philarmoniker. Director: Krzysztof Urbanski.
Múnich cuenta con tres orquestas sobresalientes, la Sinfónica de la Radio de Baviera, la de la Opera Estatal y la Filarmónica. La primera de ellas ofreció en el ciclo Ibermúsica dos excelentes conciertos en noviembre del pasado año y en esta ocasión correspondía la visita a la Filarmónica de Munich, orquesta que ha contado con ilustres titulares como Ferdinand Löwe, Felix Weintgartner, Hans Pfitzner, Hans Rosbaud o Rudolf Kempe y llevó a la cima el legendario Sergiu Celibidache.
Su presencia en el ciclo ha sido abundante, si bien su última actuación se remonta a 2018. Después del período de Lorin Maazel como titular (2012-2015), asumió el cargo Valery Gergiev que fue apartado en 2022 por las razones que todos conocemos de la invasión de Ucrania y su manifiesta y estrecha relación con Vladimir Putin y su régimen.
Así las cosas, la excelente orquesta compareció esta vez con el polaco Krzysztof Urbanski como director invitado y el concierto resultó una muestra más de la escasez actual de directores musicales de verdadero talento que saquen todo su partido a las diferentes orquestas de calidad existentes.
Extraño e insólito el programa ofrecido, con la Cuarta de Mahler en la primera parte –nunca la había escuchado en tal posición- y la poco habitual Sexta de Shostakovich en la segunda.
Cuando no hay nada, se propone la nada, sin idea alguna, ni fin, ni en lo musical ni en lo expresivo, al recensor le queda poco que decir, más que subrayar que Urbanski interpretó un Mahler totalmente anodino, plano y sin contrates, quedando eso sí, el buen sonido, de gran refinamiento tímbrico, de la excepcional orquesta, pero mero sonido sin aristas, sin transiciones, sin detalles, termina aburriendo soberanamente. El encefalograma plano nos indica en el mundo de la medicina que ya no hay vida, pues bien, esa línea recta horizontal infinita y lisa representa perfectamente la interpretación escuchada e simboliza, igualmente, la falta de vida, de aliento, de expresión, en una interpretación musical.
Al igual que en sus sinfonías 2, 3 y 8, la voz humana aparece en esta cuarta, concretamente en el último movimiento La vida celestial basado en textos de la colección de poemas populares El cuerno mágico infantil recopilados por Clemens Brentano y Achim von Arnim y muy utilizado por Mahler en su corpus musical. La soprano Katharina Konradi, de emisión hueca y sonido pobretón, avaro de brillo y escaso de timbre, en las antípodas de la luminosidad que pide el pasaje celestial, cantó el hermoso fragmento con cierto decoro, pero expresión gazmoña y fraseo tan insustancial como la batuta.
La Sexta sinfonía de Shostakóvich aparece muy de tarde en tarde en las salas de concierto y cuenta con una estructura extraña, sólo tres movimientos, un primero, lento, muy largo y otros dos –Allegro y Presto-de tempo ágil.
La batuta de Urbanski impidió, que al menos, se pudiera disfrutar del sonido de la orquesta, pues aplicó un sonido amable, algodonoso, incluso edulcorado, como si aún estuviéramos en el ámbito celestial del último movimiento de la cuarta de Mahler. Un sonido más propio de un divertimento de Mozart, ajeno a las tímbricas aceradas, ásperas de Shostakovich y no digamos a su expresión, pues no compareció ni rastro del misterio y tono lúgubre e inquietante de ese monumental primer movimiento. Sólo quedó la magnífica prestación de los instrumentistas de la orquesta en un Shostakovich blandorro, amanerado, insulso, sin carácter, todo lo contrario de lo que debe ser. Y qué decir del Presto del último movimiento, donde la ironía tan propia del genial músico quedó diluida en una especie de fin de fiesta con música de caballitos oficiado infantilmente entre ridículos bailecitos en el podio, por lo que quedó reducido el fragmento a una especie de galop de opereta desenfadada y chisposa.
En definitiva un concierto muy aburrido, a pesar de la inmensa calidad de la orquesta, dirigido por una batuta –una más- Krzysztof Urbanski, superficial, sin ideas, insustancial, sin carácter, ni personalidad alguna.
Foto: Marco Borggreve
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