Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 26-IV-2019. Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta Nacional de España. Concierto para piano núm. 1, Op 15 (Johannes Brahms), Benjamin Grosvenor, piano. Sinfonía núm. 5, Op 67 (Ludwig van Beethoven). Orquesta nacional de España. Director: Krzysztof Urbanski.
Dos pilares de la música de todos los tiempos, cumbres del romanticismo alemán como son Beethoven y Brahms aseguraron el lleno absoluto -con entradas agotadas desde hace tiempo- en este concierto del ciclo de la Orquesta y coro Nacionales de España.
Se cambió el orden inicialmente previsto y, como es lo habitual (no siempre, bien es verdad) en la primera parte se interpretó la obra concertante, en este caso el Concierto para piano número 1 de Brahms, uno de los más monumentales y exigentes del repertorio para dicho instrumento. El músico hamburgués impelido por la abrumadora herencia beethoveniana y tomando los postulados de éste, particularmente de sus conciertos números 4 y 5, avanza en el concepto de «piano sinfónico», en el que el instrumento se enfrenta de igual a igual a una orquesta copiosa y de gran densidad. Aunque el segundo de sus conciertos para este instrumento, Brahms pulió las formas y refinó la orquestación, por lo que se la ha solido colocar por encima del primero. Además, a este último le costó imponerse en el repertorio, pero todo ello no debe hacernos dudar que estamos ante una composición impresionante.
Resultó curioso el contraste entre la actitud introspectiva y concentrada del pianista británico Benjamin Grosvenor y la extravagante con gesto aparatoso, espejeante y tics excesivos del director de orquesta polaco Krzysztof Urbanski. La agotadora escritura de la obra pone al límite las cualidades del pianista británico en cuanto sonido, extensión y técnica, pero Grosvenor lo suple con una gran sensibilidad y fondo musical. Si su sonido no es particularmente caudaloso, más bien justo ante la impronta sinfónica y densidad de la orquestación de esta pieza, sí resulta muy pulido con una digitación limpia y nítida. Al fraseo le pudo faltar amplitud para las largas y exigentísimas frases, pero Grosvenor, muy concentrado, lo dotó de elegancia, refinamiento y clase, así como apropiados contrastes dinámicos y la suficiente agilidad para afrontar felizmente el rondò del tercer movimiento. Desde la larga introducción el acompañamiento de Urbanski –más allá de algún exceso- tuvo el suficiente carácter y acentos, además de obtener un buen sonido de la orquesta. Como propina, Grosvenor ofreció una de las piezas líricas de Edvard Grieg.
«Equilibrio y fraseo», el credo del gran Otto Klemperer, no fue observado por Urbanski en la famosísima Quinta sinfonía de Beethoven, en la que con su gesto afectado y extravagante buscó hacer algo llamativo o distinto en obra tan interpretada. Los movimientos extremos funcionaron asumiblemente bien, con una orquesta nacional en su magnífico nivel actual, pero en el segundo y tercero, calderones excesivos, rubati caprichosos y llevados al límite, hicieron que el edificio se cayera. Igual que si uno está en un andamio y se estira demasiado fuera del mismo para alcanzar algo, puede precipitarse al vacío, retener tempo ad libitum o alargarlo de forma excesiva y rebuscada, puede provocar que se caiga el edificio. Así ocurrió en el adagio y en el scherzo cuando es retomado por las cuerdas en pizzicato. Además, Beethoven no suele admitir exageraciones ni amaneramientos.Sin duda, que Urbanski tiene talento, a pesar del gesto afectado, los puntuales excesos y detalles de fraseo demasiado alambicados y quedándome con lo positivo,valorar el buen acompañamiento en líneas generales del concierto nº 1 de Brahms, así como el primer movimiento de la Quinta que tuvo vehemencia, energía rítmica y carácter, así como el allegro final, apropiadamente rotundo y triunfal, que fue recibido con una buena ovación por el público, pero de limitada duración, sobre todo si tenemos en cuenta la inmensa popularidad de esta composición.
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