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Crítica: Karel Mark Chichon dirige 'Madama butterfly' en el Metropolitan de Nueva York, con Kristine Opolais y Roberto Alagna

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
1 de abril de 2016

NOCHE INOLVIDABLE

Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Metropolitan Opera House 29/III/2016. Madama butterfly (Giacomo Puccini). Kristine Opolais(Cio-Cio-San), Roberto Alagna (Pinkerton), MariaZifchak (Suzuki), DwayneCroft (Sharpless), Tony Stevenson (Goro). Dirección Musical: Karel Mark Chichon. Dirección de escena: Anthony Minghella, realizada por CarolynChoa.

   Madama butterfly es la quinta ópera del compositor de Lucca que sube esta temporada a las tablas del MET. Lo hace con la emblemática producción que el ya fallecido cineasta británico Anthony Minghella preparó en 2006 para el centenario del estreno en Nueva York, y que abrió aquella temporada. Peter Gelb inició con ella su titularidad al frente del teatro, y desde entonces se ha representado casi todas las temporadas sumando hasta la fecha más de 60 funciones. En este año se han alternado tres repartos distintos y hemos esperado hasta el que a priori nos parecía más atractivo con la pareja Kristine Opolais y Roberto Alagna.

   Es una producción que podríamos considerar minimalista para lo que es habitual en estos lares, de gran belleza plástica. El escenario está prácticamente vacío, con unos paneles de cristal que simulan la vivienda de Cio-Cio-San, que se abren y cierran en función de la trama. El fondo es un rectángulo de un lado al otro del escenario donde los colores rojos, naranjas, verdes o azules se van turnando en cada cuadro. Los trajes de la famosa diseñadora china afincada en Nueva York, Han Feng, son de una belleza y una delicadeza exquisita. La escena es realizada por la mujer de Minghella, la coreógrafa Carolyn Choa con precisión y gusto.

   La producción introduce también el teatro de marionetas japonés Bunraku, que tiene sus orígenes en el S. XVII en Osaka. Son marionetas de un tamaño de entre la mitad y dos tercios del tamaño de una persona, que no se mueven por hilos sino que son manejados por dos o tres personas. Cada una de ellas se encarga de una parte del cuerpo para que los movimientos de la marioneta parezcan reales. En esta producción su papel principal recae en el hijo de los amantes, aunque también hay una marioneta de la propia Butterfly en el ballet que se representa en el intermezzo con que empieza el tercer acto, y otras dos entre los “parientes” que vienen a la boda. Es realmente admirable como consiguen que los movimientos parezcan humanos.

   Madama butterfly es una obra eminentemente de soprano. Obviamente se necesita un buen elenco, pero como falle laprotagonista, “apaga y vámonos”. La heroína “pucciniana”tiene una misión bastante complicada tanto en lo musical como en lo teatral, y muy probablemente el resultado final es excelente o discreto en función de sus prestaciones. La soprano letonaKristineOpolais lleva ya unas cuantas Cio-Cio-San a sus espaldas. Siendo una soprano que me encanta en el repertorio eslavo, no las llevaba todas conmigo antes de la representación. Hace menos de un mes, ya comentaba a raíz de su Manon Lescaut, que a su voz de soprano lírica le falta anchura y densidad para superar la orquesta “pucciniana”. La Butterfly está escrita para una soprano lírico - dramática, y Opolais está lejos de serlo. Pero también comentamos que es lista, que aprende rápido, y que va teniendo tablas suficientes para llevar la función a su terreno.

   Esto es precisamente lo que ocurrió el pasado martes. Dramáticamente se la vio implicada de principio a fin, como queriendo matizar cada frase, haciendo una Butterfly creíble de principio a fin. En ella vemos primero a la muchacha discreta e ilusionada que abandona todo por amor. Luego como llega al éxtasis del amor. Más tarde como espera la vuelta de su marido, segura de su vuelta hasta el punto de rechazar a ricos pretendientes. Después una última ilusión al ver el retorno del barco. Y por último la decepción y la renuncia a su hijo y a su vida. Toda una evolución psicológica del personaje de Cio-Cio-San realmente admirable.

   Vocalmente sin embargo, no sé si consciente de sus carencias o porque lo vivió así, se volcó en las partes extremas de la obra. En el acto inicial, que se acerca más a su vocalidad, reflejando “su mundo irreal” y su nobleza de sentimientos no correspondidos por Pinkerton, quien solo busca una esposa temporal. Y en el final del segundo acto junto a Suzuki, desde que avistan el barco de Pinkerton al posterior dúo de las flores, cuando vuelve la calidez y la intensidad de la espera ante el reencuentro con él. En el acto final,son de destacar sus grandes cualidades dramáticas, su sensación de muerta en vida tras descubrir la presencia de Kate Pinkerton con el “Tutto è morto per me! tutto è finito!”, y su dolor casi desgarrador en su aria final “Con onor muore”.

  No estuvo sin embargo a esa altura la primera parte del acto II, donde el “Un bel dì, vedremo” fue cantado con mucho gusto aunque de manera demasiado íntima, sin la ilusión necesaria de quien vive el retorno del marido amado. Tampoco la escena posterior con Goro y Yamadori, ni la posterior con Sharpless, donde sus problemas en los registros grave y central son más evidentes. En cualquier caso, una labor global muy notable, bastante más cuajada que en la Manon Lescaut.

   Roberto Alagna fue su pareja ideal. No ya porque volviera a entusiasmar con su canto cálido, bello y comunicativo, sino porque a su lado todo parece más fácil. Es capaz de galvanizar lo que hay a su alrededor. Comenzó a buen nivel, con el coraje y la potencia necesaria para sacar adelante su escena inicial: el dúo con Sharplessdonde frases como el “Americaforever!”, el “s'iovo' quell'aledrizzareaidolcivolidell'amor!” o “…una vera sposa...americana!” fueron impresionantes. Además, tras todas las funciones de Manon y las varias de Butterfly, se nota que va creciendo la química entre ambos, y en el dúo final del primer acto, punto culminante de la obra, se fundieron de tal manera que el resultado final fue soberbio. Se le vio tan seguro que se fue directo al Do conclusivo que le quedó corto y abierto. Poco importó, ya que lo visto y oído anteriormente compensaba con creces este pequeño desliz.

   Delineó también un tercer acto de exquisita factura, tanto en el terceto como en su última aria "Addio fiorito asil". Cerró su intervención con la triple llamada final a Butterfly. Todo un lujo.

   Tres clásicos cantantes del MET como Maria Zifchak, Dwayne Croft y Tony Stevenson se encargaron de los papeles de Suzuki, Sharpless y Goro. La mezzo americana de voz oscura y profunda hizo una estimable Suzuki, con un precioso dúo de las flores, y sacando a la luz todo el dolor acumulado en el broche final, con un “Piangerà tanto tanto!” que nos puso los pelos de punta. Dolor compartido escénicamente en los dos últimos actos por Dwayne Croft, quién no pareció encontrarse en un buen momento de forma vocal, con varios problemas de emisión, pero que trazó un noble y matizado Sharpless, quien a duras penas podía contener la emoción en la escena de la lectura de la carta. Correcto el Goro de Tony Stevenson.

   El director gibraltareño Karel-Mark Chichon, que debutaba en el MET con estas funciones hizo una lectura clásica de la obra. El breve preludio fue vibrante y enérgico, aunque con un trazo algo grueso que fue mejorando según avanzaba la obra. La lectura se fue tornando intimista y cristalina, lejos de excesos sonoros. Concebida la base orquestal sobre la calidez de las cuerdas de la orquesta, fue detallista y sutil con las múltiples intervenciones solistas, y cuidadoso con los cantantes. Echamos en falta un poco más de pasión en el dúo final del primer acto y algunos contrastes en el segundo acto, pero su labor global fue estimable, y fue premiada con bastantes bravos por el respetable. Excelente la labor de la orquesta y del coro.

   En resumen, una de las noches de mayor éxito de esta temporada donde se conjuntaron la maravillosa partitura de Puccini, un elenco a gran nivel incluyendo orquesta, coro y foso, y una excelente producción que no necesitó de grandes excesos para transmitir la emoción de la ópera.

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