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Crítica: Konstantin Krimmel en el Ciclo de Lied del CNDM

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Autor: Óscar del Saz
17 de abril de 2025

Crítica de Óscar del Saz del recital de Konstantin Krimmel en el Teatro de la Zarzuela, dentro del Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]

Konstantin Krimmel en el Ciclo de Lied del CNDM

Krimmel y su eficaz caleidoscopio

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 15-IV-2025. Teatro de la Zarzuela. XXXI Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]. Obras de Franz Schubert (1797-1828), Carl Loewe (1796-1869) y Eusebius Mandyczewski (1857-1929). Konstantin Krimmel (barítono), Ammiel Bushakevitz (piano).

   De nuevo, ante una muy buena entrada de público en las butacas del Teatro de la Zarzuela, asistimos a la segunda visita de la estupenda pareja de intérpretes, compuesta por el barítono germano-rumano Konstantin Krimmel y el pianista israelí Ammiel Bushakevitz, para ofrecernos un muy interesante programa o viaje musical a través de las emociones humanas -afortunadamente, también despertando las de los escuchantes-, explorando los consabidos temas de la muerte, la soledad, la esperanza, la conexión con la naturaleza y lo sobrenatural, convirtiendo el recital en una experiencia rica y emotiva. Por el exitoso resultado, nos consta que el recital fue muy bien trabajado previamente por ambos, como garantes de una buena diferenciación de los estilos y de la escritura -textos, piano y voz- de cada poeta/compositor.

   Destacó por la novedad -además de la escucha de piezas sueltas de Schubert- la comparecencia de creadores menos habituales: el alemán Carl Loewe, con canciones sueltas que añadieron toques dramáticos y encuentros mágicos, asomándose a lo espectral o a lo macabro; y el austro-húngaro Eusebius Mandyczewski , uno de los mejores amigos de Brahms, cerrando el recital con sus «Cântece romăneşti» (1885), por primera vez en el Ciclo, que aportaron una perspectiva -idiomática, articulatoria en el canto- más solar, aunque no carente de una introspección profunda, encarnada en canciones de bella factura, que obviamente dan cuenta de la versatilidad interpretativa de Krimmel y la estupenda labor de Bushakevitz al piano. 

   El planteamiento vocal y canoro del recital no fue como en el de su debut, en el que el cantante aplicó en casi todo momento un canto con respiración y laringe altas, todo a media voz y sin profundidad en el apoyo, sino que en esta ocasión reinó su verdadera voz de barítono -salvo, quizá, en algunas piezas de Schubert-, con buenas amplitudes en el rango vocal y suficiente densidad en el timbre, con estupenda línea de canto -buen fraseo, correcto legato-, sin apenas encontrar engolamientos o notas abiertas ni, por descontado, tintes excedidos en lo tenoril.

Konstantin Krimmel en el Ciclo de Lied del CNDM

   Yendo sección por sección, en cuanto a los bloques de Schubert -situados estratégicamente en los comienzos de la primera y segunda partes-, la voz y el canto de Krimmel son sumamente apropiados, aunque haremos alguna que otra observación al respecto. En  «Der Wanderer [El caminante]», se da paso a lo dramático, con tempo rápido, de forma muy plausible, desde lo contemplativo -retratando un paisaje triste y desolado-; al igual que en «Auf der Donau [En el Danubio]», donde se evoca el misterio de la naturaleza y se pasa de la reflexión (en notas agudas) a la tristeza (cantada en tesitura grave). 

   La compleja «Prometheus» fue resuelta de forma satisfactoria pese a la cantidad de contrastes que se solicitan y la contundente instrumentación pianística impuesta por Bushakevitz. Y no es que no nos gustara su versión de la celebérrima «Erlkönig» -ya que dibujó con maestría los personajes del hijo, del padre, el narrador y la muerte-, pero cargó las tintas, con potencia descontrolada, alguno de los exclamativos «Mein Vater, mein Vater!», que quedaron entre dislocados y desafinados.

   Los Lieder de Carl Loewe presentaron varios desafíos para el binomio Krimmel-Bushakevitz, como en «Herr Oluf», con cambios rápidos en las dinámicas y una narrativa intensa, ambas bien pergeñadas en una extensión vocal exigente dentro de un acompañamiento pianístico de rápidos arpegios y una coordinación bien conseguida en los acordes, a fin de mantener la alta tensión de la historia. En la última de las cinco, «Der Totentanz [La danza de la muerte]», en una ambientación fantasmagórica de cementerio, donde las ánimas danzan de forma macabra, valoramos la precisión en el ritmo y la energía en los estupendos ataques de Bushakevitz, así como la potencia expresiva de nuestro barítono, donde abundan los parlatos.

   En el pequeño universo mostrado del corpus de Mandyczewski, sus canciones rumanas, primó la riqueza emocional y técnica de ambos intérpretes -con lirismo en el piano-, como en la preciosa «Lăcrimioare [Lirios]», que albergó un claro perfume a canción italiana, a la manera napolitana, impregnada de melancolía. En «Cinel-cinel [Adivina, adivinanza]», mucho más animada en carácter, no tuvo problemas en la voz de Krimmel para los cambios rápidos en la articulación y en el ritmo, haciendo justicia a la vivacidad y picardía del texto. «Mormântul [La tumba]» fue la más sombría y grave para la tesitura, logrando el pianista una ambientación de oscuro y envolvente sonido. Por último, en «Omul singuratic [El hombre solitario]» consiguió Krimmel una expresividad directamente proporcional a la introspección, aunque ambas cosas hechas a la vez pudieran parecer contradictorias teniendo -además- que repetir varias veces ataques precisos y contundentes al fa agudo.

   Varias salidas a saludar se produjeron al final de este recital, donde el público vitoreó a ambos intérpretes, consiguiendo dos propinas de Schubert, la última la famosísima «Ständchen», en una versión refinada en cuanto a su atmósfera envolvente y emocional. En esta velada, el caleidoscopio de Krimmel la verdad es que estuvo preparado para todo tipo de efectos, atmósferas y matices, desde el grave al agudo, lo que creó en el escuchante un verdadero «carrusel» de imágenes sonoras expresivas muy valorables.

Fotos: Elvira Megías / CNDM

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