Crítica del concierto de la Orquesta de París en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, bajo la dirección de Klaus Makela
Dominio estilístico de Kalus Makela
Por José Antonio Cantón
Granada, 29 y 30-VI-2024. Palacio de Carlos V. LXXIII Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Solista: Christiane Karg (soprano). Orquesta de París-Philharmonie. Director: Klaus Mäkelä. Obras de Claude Debussy, Gustav Mahler, Wolfgang Amadeus Mozart, Arnold Schönberg e Igor Stravinsky.
La presencia del joven director Klaus Mäkelä ha sido uno de los acontecimientos que más expectación ha suscitado en la presente edición del Festival comandando la Orquesta de París. La primera de sus dos jornadas la dedicó a dos obras de alta enjundia artística como la que tienen Noche transfigurada, op. 4 de Arnold Schönberg y la Cuarta sinfonía en Sol de Gustav Mahler, programa que constituía el primer reto estilístico de su doble actuación en el alhambreño Palacio de Carlos V.
Con un instinto rítmico-sonoro que trasciende las notas que contiene la partitura, Mäkelä se adentró en el poema sinfónico de Schönberg mediante una clara yuxtaposición de aquellos temas identificados con la dama que describen los versos de gran poeta simbolista alemán Richard Dehmel, en el que se inspiró, sobre diferentes motivos musicales de su pareja; un acompañante con el que pasea en la noche bajo la luz de la luna, al que comunica estar embarazada de un extraño, y también a otros apuntes temáticos identificados con la narración del encuentro de ambos personajes, todo ello en una modélica plasmación del principio compositivo brahmsiano de desarrollo temático con variación. La orquesta, convertida en un sexteto de cuerda extendido, asumía esta función camerística desde la dramatización constante que se transmitía desde el pódium en la que se imitaban texturas armónicas de un desafiante Brahms, en contraposición a la fantasía de un caleidoscópico fluir wagneriano. Esos dos genios musicales convivieron durante media hora tamizados por la desgranada recreación que el maestro finés hizo de la obra del padre del dodecafonismo.
Mäkelä transitó por el escenario musical que Schönberg propone siendo fiel al material lírico, abstrayéndose incluso de su bagaje literario al circunscribirse a la inmediata esencialidad musical permitiendo paradójicamente que el oyente, previamente informado, pudiera imaginar la acción recogida en el poema sin dejar en momento alguno de ser fiel a sus cinco ambientes. Así realzó el tono menor que envuelve su introducción, hizo lo propio al cambiar de tonalidad en el momento de la confesión de la mujer, para seguidamente plasmar el paso de la culpa al perdón en el diálogo de los protagonistas, haciendo muy patente al tonalidad de Re en la que el director impulsó la solución del conflicto. Éste ha desarrollado un pormenorizado análisis de la obra que ha sabido trasmitir superando el complicado concepto descriptivo que en ella se plantea.
Con la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler, las dificultades se incrementaron tanto en lectura como en exposición. Mäkelä planteó una interpretación objetiva que permitía y facilitaba una escucha atenta, que avanzaba en todo momento con una elocuencia natural y pausada en el primer movimiento. En el segundo, el ejercicio de scordatura del violinista Andrea Obiso, concertino titular de la orquesta de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia de Roma y en esta ocasión especial colaborador de la orquesta parisina, produjo un efecto escalofriante a la vez que convincente, generando un discurso que, desde un control férreo por parte del director, influía en la orquesta de manera inquietante. Su enorme complejidad constructiva fue superada con las múltiples indicaciones del director siempre absolutamente atento a los más mínimos detalles de su entramado rítmico y armónico.
La calma se adueñó del espacio del recinto carolino en el tercer movimiento, Ruhevoll, con un continuado gesto de contención por parte de Mäkelä, generando un impulso mental más que gestual que la orquesta atendía con absoluta atención como se pudo apreciar en el clímax repentino y extático que viene a desembocar en la tranquila coda con la que concluye este tiempo. La aparición de la soprano Christiane Karg en la galería superior del patio del Palacio de Carlos V supuso toda una sorpresa. El riesgo que significaba la distancia de la cantante con la orquesta no significó especial dificultad para que su voz imitara en esos lieder que cierran la sinfonía el canto de un niño asombrado ante la inmensidad del firmamento. Mäkelä generó la belleza de este tiempo desde una tensión de especial delicadeza, cerrando así la actuación de su primera jornada en el Festival con plena satisfacción del auditorio.
La segunda le permitió exhibir aún más su dominio estilístico con tres obras muy características del particular sentido musical de cada uno de sus autores: la versión orquestal de 1947 de Petrushka de Igor Stravinsky, el mágico Preludio a la siesta de un fauno, L.86 de Claude Debussy y la Sinfonía «París», K 297 de Wolfgang Amadeus Mozart, que venía a ser un acertado guiño complaciente a la orquesta que lleva con orgullo artístico e institucional el nombre de la capital francesa.
Mäkelä se dispuso a extraer las esencias estrictamente musicales del ballet del gran compositor ruso sin dejar de atender en su conducción los aspectos escénicos de esta genial creación, al permitir que el espectador pudiera imaginar los avatares de la marioneta que cobra vida hasta su colapso final pasando por una diversidad de pasajes que requieren una orquesta fina en el detalle a la vez que contundente en su pulsión llamada a extraer las mejores texturas tímbricas. Entre ella, el director dispuso el piano ocupando un espacio polifónico de excelencia del que surgían esas armonías bitolanes que acompañaron en el ballet original las evoluciones del protagonista. El pianista Jean Baptiste Doulcet desempeñó tal función sin destacar en demasía, no generándose así el lucimiento esperado.
Los músicos parisinos brillaron en Debussy como en ninguna otra de las obras programadas de su doble actuación en el Festival. Conocedores del particular lenguaje impresionista del compositor, sacaron todas sus esencias con embriagadora dulzura y expresivo color. Mäkelä les dejó ir consciente de su absoluta asunción estilística haciendo suyo el portentoso discurso surgido de sus atriles, especialmente el carácter etéreo de la sección de viento madera que hizo que las palabras del compositor al respecto se justificaran sobradamente: «La música de este preludio es una ilustración muy libre del hermoso poema de Mallarmé. De ninguna manera pretende ser una síntesis del mismo, pero evoca sus diversas atmósferas». Esta afirmación fue respetada por el director en tal grado de fidelidad que el impresionismo musical se hizo dueño en todo su esplendor y belleza de la quebradiza acústica del emblemático marco incomparable que supone para el Festival su patio renacentista, aglutinando ecos y rebotes que parecían integrarse en los compases de la obra con rara naturalidad y orgánica fusión sonora.
La figura del genial Mozart apareció para cerrar esta velada sinfónica con una de sus sinfonías de rutilante sobrenombre, París. Sacando el máximo partido de su esplendente instrumentación, el director intensificó su compromiso rítmico y dinámico con la obra, convirtiendo a sus pupilos en una referencia de sonido que evocaba el mejor clasicismo vienés aunque fuera pensada esta obra por el autor para que gustara especialmente al público francés. De sus tres movimientos, Mákelä realzó el Allegro final, que repitió como bis, acentuando su inicial tema sincopado contrastado por un segundo a cargo de los fagotes y las cuerdas. Supo elaborar algunas de sus ideas en la transición antes del perfecto fugato para cuerdas, con el que generó una vitalidad que dejaba para el recuerdo una actuación sensitiva en la forma y absolutamente convincente en el fondo, demostrando cómo transita este músico por los distintos estilos con esa gran capacidad analítica propia de un maestro consolidado. Sólo tiene veintiocho años. Cuatro orquestas mundialmente punteras que representan a Oslo, Amsterdam, París y Chicago catapultarán su alta capacidad artística, llevándolo a convertirse en una de las batutas del presente siglo. El tiempo lo confirmará.
Fotos: Fermín Rodríguez
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