La esencialidad de Sibelius
Por José Antonio Cantón
Granada. 22-VI-2021. Palacio de Carlos V de la Alhambra. LXX Festival Internacional de Música y Danza de Granada. El cisne de Tuonela, op. 22 nº 2, Sinfonía n.º 6 en re menor, op. 104 y Sinfonía n.º 7 en do mayor, op. 105, de Jean Sibelius; Concierto para piano y orquesta en la menor, op. 16, de Edvard Grieg. Mahler Chamber Orchestra (MCO). Solista: Javier Perianes (piano). Director: Klaus Mäkelä.
Uno de los conciertos estelares de la presente edición del Festival de Granada ha sido el protagonizado por dos músicos residentes de dicho evento; el pianista nervense Javier Perianes y el director helsinguino Klaus Mäkelä, verdaderas figuras de la interpretación musical llamados a consolidar su nombre como referencias a tener en cuenta en la presente centuria. El primero intervino con la ejecución del muy apreciado Concierto para piano y orquesta en la menor, Op. 16 del compositor noruego Edvard Grieg, el segundo haciendo su presentación en Granada como flamante director titular de la Orquesta de París, de la que se hará cargo la próxima temporada y del que tendremos un anticipo en el Festival el próximo 11 de julio junto a la gran violinista holandesa Janine Jansen.
Nada más escucharse los primeros sonidos del poema sinfónico El cisne de Tuonela, Op. 22-2 de Jean Sibelius, se conmovía el sentir musical de un escuchante atento ante el asombroso dominio de sonido que surgía de la muy cuidada cinética del joven director finés. La Mahler Chamber Orchestra, en un verdadero estado de gracia, hizo que las notas musicales vibraran en la cuerda con sugestivos trazos impresionistas de ausente guía temática, que describían el lento canto y pausado nado del cisne en unas aguas de flujo lúgubre, sustanciado por un portentoso y penetrante corno inglés que, de manera implacable, generaba en el oyente, desde una sobrecogedora belleza musical, un irreprimible sentimiento de apesadumbrada tristeza. Dada la esencialidad expresiva, nos encontrábamos ante un director absolutamente singular en la traducción del pensamiento musical de Sibelius.
A continuación y siguiendo con repertorio escandinavo, se propiciaba la presencia del otro protagonista de la velada, Javier Perianes. Su entendimiento con Mäkelä fue claro y manifiesto desde el primer redoble de timbales, apreciándose un respeto enorme entre ambos que se traducía en un dejar, por parte del director, que brotara el mejor lirismo del pianista y, por parte de éste, que aquel generara el particular clima concertante que reflejara el sustancial romanticismo que encierra esta representativa obra de Grieg. Todas las facultades que atesora Perianes quedaron demostradas con una irreprochable ejecución de la cadenza del primer movimiento en un acto de libertad recreativa verdaderamente notable que, pese a las perceptibles limitaciones del instrumento, me llevó a recordar la magnificencia de Leif Oves Adnes, uno de los traductores de referencia de esta composición en las últimas décadas y más destacados de la historia ¿Cuándo lo invitará el Festival?
El Adagio fue orientado a una manifiesta acentuación del color instrumental de ambos elementos concertantes con destellos de la extraordinaria sección de viento-metal que llegaría a su máximo esplendor en el posterior reencuentro sinfónico con Sibelius. La sinuosidad discursiva de este tiempo generaba un estado de complacencia emocional realmente subyugante, propiciando que surgiera lo mejor de cada uno de los dos protagonistas que conformaban un detallado diálogo camerístico del mejor sentir romántico.
El marcado ritmo del Allegro final, que recuerda al música popular noruega, fue muy estimulante hasta llegar al canto de su pasaje central, donde volvía a brillar la musicalidad del pianista en toda su plenitud, dejando una sensación de contemplativa y pacífica emoción. La ejecución de la obra entró en el fragor de su final, en el que un controlado desenfreno ajustó el piano y la orquesta para desvelar la reafirmación expositiva del compositor, que parece en sus compases como si quisiera demostrar toda su maestría creativa en una conclusión verdaderamente grandiosa en la que se constataba el buen entendimiento de dos personalidades musicales muy definidas y determinantes en sentido artístico y capacidad técnica. Perianes, siguiendo el contenido del programa ofreció como bis el precioso Nocturno que recoge la cuarta Pieza lírica, Op. 54 también de Grieg, que tocó con un raro pero bello acento «rachmaninesco». Terminada su actuación, en un sencillo y entrañable acto, el pianista recibió la Medalla del Festival de manos de una institución como es Alfonso Aijón, verdadero mentor y gran promotor de la mejor experiencia concertística pública desarrollada en nuestro país a través de su promotora Ibermúsica durante más de cinco décadas.
Con lo experimentado en la primera parte del concierto se barruntaba una segunda de máxima expectación. Así fue, y con creces. Con semejante esencialidad a la que nos transmitió la Orquesta Sinfónica de Lahti bajo la dirección de Osmo Vänskä en el concierto inaugural de la cuadragésimo séptima edición de nuestro Festival el año 1998 con una versión memorable de ese himno finés cual es Finlandia, obra por la que Sibelius es conocido universalmente, Klaus Mäkelä hizo suyas las dos últimas sinfonías del compositor, enlazadas sin solución de continuidad, como monográfico testimonio de la sugestiva y a la vez mistérica madurez compositiva de este enorme sinfonista finlandés.
Testimoniando una técnica que dimanaba de su enorme personalidad musical, en esta caso aplicada a la dirección, pues no hay que olvidar su excelencia como violonchelista, Mäkelä desgranó la intrincada naturaleza polifónica de la Sexta desde su aparente ambigüedad armónica, posibilitando que las mejores cualidades artísticas de la MCO se reafirmaran con trascendental belleza, llegando a la sublimación en la exposición de la concentración que contiene de caracteres, aires y temas de la séptima, sellados con un mágico sentido en saber dar continuidad, casi subliminal para el oyente, a las sutiles y lúcidas transiciones habidas entre ellos. Mäkelä demostró en su construcción que su premisa es la búsqueda, como valor preeminente, del sonido, que en esta obra y desde su batuta se convertía en pura magia. Entrar en consideraciones de detalle pude parece hasta superfluo ante la magnificencia de una interpretación de las que quedan indelebles en el recuerdo, superando la expectación que había producido el anuncio de su participación en el Festival, que me llevó a recordar la presentación de Zubin Mehta en 1964 con la Orquesta Nacional de España, que significó aquel año toda una convulsión en los aficionados, y que fue refrendada por una asombrosa interpretación del Don Juan de Richard Strauss. Como en aquella ocasión, esta singular velada nórdica protagonizada por Klaus Mäkelä me hizo recordar los mejores eventos de la historia del Festival.
Fotografías: Fermín Rodríguez/Festival de Granada.
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