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Crítica: Klaus Mäkelä, la Royal Concertgebouw Orchestra y Janine Jansen, en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
30 de enero de 2025

Crítica de Raúl Chamorro Mena de los conciertos ofrecidos en Madrid para Ibermúsica por la Royal Concertgebouw Orchestra bajo la dirección de Klaus Mäkelä, con la violinista Janine Jansen como solista

Makela y Janine Jansen en Ibermúsica

Debut de Mäkelä en Madrid, pero al Olimpo nos llevó Janine Jansen

Por Raúl Chamorro Mena | Fotos: Rafa Martín/ Ibermúsica
Madrid, 28 y 29-I-2025, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. 28-I-25. Subito con forza (Uksum Chin). El idilio de Sigfrido (Richard Wagner). Una vida de héroe, Op. 40 (Richard Strauss). 29-I-25. Marcha de la música para el funeral de la Reina María (Henry Purcell). Concierto para violín, Op. 15 (Benjamin Britten). Janine Jansen, violín. Lachrimae Antiquae (John Downland). Sinfonía nº 2, Op. 61  (Robert Schumann). Royal Concertgebouw Orchestra, Amsterdam. Director: Klaus Mäkelä. 

   Una de las grandes orquestas del orbe y habitual del ciclo Ibermúsica, la Royal Concertgebouw, protagonizaba una de las citas más esperadas de esta temporada, toda vez que se presentaba con el ascendente director finlandés Klaus Mäkelä que, con 29 años recién cumplidos, asumirá en 2027 la titularidad de la prestigiosa agrupación, así como de la Sinfónica de Chicago. Nada menos. Por tanto, había expectación entre los melómanos madrileños ante la comparecencia de un músico que acudía con vitola de «genio precoz».

   La primera obra del concierto del día 28 fue, precisamente, estrenada en septiembre de 2020 por el propio Makëla al frente de la Orquesta del Concertgebouw y formaba parte de las celebraciones –cercenadas por la pandemia del Covid 19- del 250 aniversario del nacimiento de Beethoven. Subito con forza, breve composición de la coreana Unsuk Chin ya escuchada en Ibermúsica con la Filarmónica de Luxemburgo y Gustavo Gimeno al frente, combina pulso rítmico con interesantes hallazgos tímbricos, que fueron apropiadamente expuestos por la magnífica orquesta y la aplicada batuta. 

Janine Jansen en Ibermúsica

   Difícil es imaginar una felicitación de cumpleaños más maravillosa que la que Richard Wagner dedicó a Cósima el día de Navidad de 1870 con la interpretación de El idilio de Sigfrido que, a su vez, celebraba el nacimiento de su hijo. Ciertamente, Makëlä desgranó la hermosa pieza, que contiene temas del dúo final de la ópera Sigfrido, con el apropiado recogimiento apoyado en una excelsa cuerda, sedosa y mórbida, y la destacada actuación de las maderas y de la trompeta, que asumiera Hans Richter en la primera interpretación de la obra. Aunque no estamos ante esa incandescencia y pasión desbordante de las óperas Wagnerianas, esa serena belleza y expresión íntima posee unos clímax, unas tensiones internas y un aliento poético que estuvo lejos de plasmar la batuta de Makëlä. Una interpretación de impecable acabado, limpias texturas y un bellísimo sonido orquestal, pero sin poder evitar aroma de superficialidad. Desde luego, el Idilio de Sigfrido es una obra que requiere, en principio, una batuta de mayor madurez y bagaje.   

   Un Richard Strauss en plena madurez y dominio de su enorme talento y en la cúspide como gigante orquestador, narra las vicisitudes del héroe -él mismo- en un monumental poema sinfónico estrenado bajo su propia égida en Frankfurt en 1899, pero destinado a la orquesta que protagonizaba el concierto. 

   Desde luego que la excelsa agrupación hizo justicia a la dedicatoria y tocó la obra de manera sobresaliente con un sonido deslumbrante. Esplendorosa la cuerda comandada por el concertino Vesco Eschkenazy, que completó una magnífica actuación en sus numerosos y exigentes solos que evocan la compañera del héroe, es decir, Pauline la consorte de toda una vida del genio bávaro. Rutilantes los metales, siempre empastados con el resto de la formación y espléndidas las maderas. 

   Pero sólo el sonido no cimenta una gran interpretación y ya se comprobó la falta de intensidad de la misma, desde la falta de fuerza del tema ascendente del héroe del principio de la obra. No se apreciaron atmósferas, transiciones bien perfiladas, ni fondo dramático alguno. Lustroso acabado, sonido espléndido de una sobresaliente orquesta, que tocó de manera excelsa la obra y una batuta preparada, que empatiza con los músicos a base de sonrisas cómplices, pero no les exige más y pueden dar más, porque son muy buenos. De momento, nada más, porque estamos ante un músico extraordinariamente joven que, por supuesto, puede evolucionar y quizás, ofrecernos más en un futuro. 

Janine Jansen en Ibermúsica

   Asimismo, conviene resaltar, que este primer concierto de Mäkelä en Madrid se saldó con éxito sí, pero que cabe calificar de estándar dentro de los que ofrece el ciclo Ibermúsica. Nada especial, lejos del delirio en la audiencia.

   El segundo concierto que aquí se reseña, día 29 de enero, contenía dos obras, Concierto para violín de Britten –la passacaglia remite a Henry Purcell del que se interpretó la breve marcha de la Música para el funeral de la reina María-  y Segunda sinfonía de Schumann, hábilmente asociadas a dos pasajes del barroco inglés a modo de pórtico sin solución de continuidad.  

   Y en la primera parte llegó el gran parnaso musical, la obra de arte primorosa de estos dos eventos, la sublime, memorable, interpretación por parte de Janine Jansen del concierto para violín de Britten. Uno de esos casos en que uno no encuentra palabras para poder transmitir lo que se vivió y confiesa su incapacidad para ello. La Jansen demostró las enormes capacidades técnicas que exige la obra –plena de pasajes pirotécnicos-, por supuesto, y un sonido bello y pulidísimo, así como una afinación pluscuamperfecta. Sin embargo, todo ello por sí solo, siendo mucho, no nos hubiera trasladado al paraíso, si no se hubiera combinado por la gran artista holandesa con un prodigioso, cálido y profundísimo fraseo. La Jansen hizo música con mayúsculas, dando sentido a cada nota, a cada pasaje y creando atmósferas, especialmente, ese misterio que atraviesa toda la obra. Impresionante la garra, la entrega vibrante, la intensidad de la violinista holandesa desde la primera nota, con un virtuosismo –esplendorosa la cadencia del segundo movimiento- perfectamente encardinado en el discurso musical, que fue transmitido con toda su profundidad, valor e intensidad. Después de esta obra de arte no tenía sentido propina alguna y la Janssen evitó ofrecerla, a pesar de las clamorosas ovaciones y varias salidas a saludar en solitario. El sonido mórbido, aquilatado y transparente de la orquesta bajo la dirección neutra de Mäkelä colaboró adecuadamente a esta versión memorable. 

Makela y la Concertgebouw de Ámsterdam en Ibermúsica

   Lachrimae Antiquae de John Downland, composición en su origen en forma de solo e laud, introdujo la segunda sinfonía de Robert Schumann, interpretada por dos violines, dos violas, un violonchelo y un contrabajo con el refinamiento tímbrico esperable, bajo la dirección de Mäkelä, que no dudó en enfrentarse a continuación a una sinfonía tan complicada de dirigir, como sucede con toda la música del músico de Zwickau..

   El joven músico finlandés demostró su preparación musical dirigiendo la obra sin partitura, pero ya desde el primer movimiento, una vez se desvanece el impacto que ejerce en el oyente la calidad del sonido orquestal, se apreció la falta de pálpito, de vida e intensidad. La ausencia de ese latido romántico que atesora esta música. El Scherzo -situado de forma inhabitual en esta sinfonía como segundo movimiento- fue animado sí y la batuta perfiló adecuadamente el desarrollo contrapuntístico del espléndido adagio –magnífico el oboe solista-, pero sin vuelo, sin magia, moroso, superficial. Quedó la sensación de haber escuchado una sinfonía bien tocada por una magnífica orquesta y una batuta aplicada y estudiosa, pero sin aristas, sin profundidad, sin latido ni calor. Sin alma y sin vida. 

   Un fragmento de Rosamunda de Schubert a modo de propina puso punto final a este segundo concierto de la primera comparecencia del afamado y en alza director finlandés Klaus Mäkelä.

   En resumen, mi primera impresión en este primer contacto en directo con Makëlä es la de que se trata de un músico bien preparado, con talento, capaz de poner de relieve la calidad de una magnífica orquesta, con un juego de gestos efectista, de espejo, y que se encardina apropiadamente en las tendencias que dominan la sociedad actual. A saber, exultantemente joven, bien parecido, destilando “buenrrollismo” a raudales y que huye de cualquier muestra de autoridad y especial exigencia a las orquestas. Eso sí, de momento –habrá que ver su evolución-, sin alma ni hondura musical, ni capacidad emotiva, ni para transmitir algo que deje verdadera huella, como sí hizo la extraordinaria violinista Janine Jansen.  

Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica

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